Se sabía que el doctor Bermedo tenía una consulta en pleno centro de la ciudad, en la cual atendía a todos los menesterosos, mendigos y a todos aquellos seres a los cuales la fortuna había dejado rotundamente de lado. Ello le había valido ser considerado como el más grande filántropo de su época e incluso había sido galardonado multitud de veces por las autoridades.
Pablo Cortínez fue uno de aquellos beneficiados. Una tarde cualquiera acudió al particular nosocomio para tratarse de una infección a la pierna, producto de una violenta caída en la acera. Sólo se recordaba de haber presenciado a una decena de hombres y mujeres que aguardaban en la sala de espera, todos ellos pobremente vestidos y acusando a las claras una lamentable miseria fisiológica. Cortínez no lo hacía peor, ya que al estropicio de su pierna se sumaba una extremada delgadez que lo asemejaba casi en todo al caballero de los caballeros, el sempiterno don Quijote de la Mancha.
Después de la intervención, realizada extrañamente con anestesia general, el mísero sosias del manchego, permaneció una semana en la clínica, atendido a cuerpo de rey. La herida de su pierna evolucionaba bastante bien pero lo que le causaba verdadera molestia era un tironcito en su espalda a la altura del omóplato izquierdo. Cuando la enfermera realizó su visita rutinaria, aprovechó para manifestarle esto, a lo que la profesional le respondió que era a causa de la anestesia pero que para que se diera cuenta que allí no se enviaba a ningún paciente a la calle sin que este estuviese totalmente recuperado, le dijo que permanecería una semana más. El pobre hombre aceptó, ya sea porque no se sentía del todo bien y porque, después de todo, nadie le esperaba afuera.
Extrañamente, algunos pacientes de esa clínica comenzaron a sentirse mal y el caso más patético fue el de un pobre hombre que no alcanzó a recibir auxilio y murió en plena avenida. La autopsia determinó que el individuo presentaba un avanzado estado de desnutrición, todo ello agravado por la carencia de uno de sus pulmones. Esto causó gran revuelo puesto que algunos familiares se apersonaron en el Instituto Médico Legal para aseverar, radiografías en mano, que el fallecido toda su vida había contado con sus dos pulmones. Se produjo un escándalo mayúsculo, se realizó una exhaustiva investigación y finalmente se determinó que el doctor Bermedo no era en realidad la persona generosa que todos creían, sino el cabecilla de una mafia que se dedicaba a extraer órganos a los pacientes para luego comercializarlos en el extranjero. Una vez desbaratada esta banda, la clínica quedó a disposición de la Cruz Roja Internacional.
Cortínez, ya repuesto del todo de su herida, ahora deambula por las calles como un sonámbulo, nada ni nadie es capaz de conmoverlo y cualquiera que lo mirase con detención, diría que a este triste símil de don Quijote pareciera faltarle su corazón…
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