Primera Parte
Juan Puga y Carlos Osorio, dos redomados pillos que hacían de todo en la vida, menos trabajar con honradez, habían asaltado cuanto negocio existía en su ciudad y aún así, contaban con la impunidad que les otorgaba su estirpe desalmada, sumada a la cobardía de las autoridades que no atinaban a ponerle coto a este asunto.
El Carroñero Puga, llamado así por su gusto a comer sólo de las sobras que encontraba en la basura, arguyendo que “los ricos botan lo más sabroso de su cena y se tragan a medias lo que no les engorda”, se daba unas panzadas de padre y señor mío, mientras al Pólvora Osorio le sobrevenían terribles arcadas ante la asquerosa costumbre de su compinche.
El mote de “Pólvora” se lo había ganado Osorio por sus escandalosos estornudos, que eran capaces de voltear una mesa y todas las sillas juntas. No pocas veces, los tipos debieron dejar abandonado un suculento botín, por culpa de esa debilidad suya, que más parecía un pavoroso tornado.
Pues bien, una mañana, el Carroñero abrió un ojo y mirando a su compañero, que roncaba desaforado, le arrojó un botín, el que dio de lleno en su panza.
El Pólvora pegó un tremendo salto y mirando para todos lados, pudo apenas escuchar estas palabras:
-¿Sabís? Ya me aburrí de esta vida licenciosa, caurito.
-¿De que...de que estás hablando?- preguntó el truhán de los estornudos, sin atinar a comprender una palabra de su socio.
-Que se acabaron los asaltos y los robos. Ahora lo veo bien clarito.
-¿Queeeeee?- ¿Pero vos te volviste loco? ¿Y de qué se supone que vamos a vivir?
-Mira, Polvoriento. He estado meditando sobre el hecho de que ya estamos un tanto viejitos y sería bueno que nos dedicáramos a una actividad más reposada y, no por ello, menos remunerativa.
-Vos estai loco, Carroñero. ¿Ahora querís entrar a trabajar a la Administración Pública?
-No me mal entiendas, muchachín. Lo que vamos a emprender ahora, va a ser una tarea limpia, honrada y sin que tengamos a la Policía corriendo a nuestras espaldas.
El asunto era el siguiente. Como el Carroñero, además de ser un asqueroso de primera, también era el cerebro que planificaba todas las felonías del par, había discurrido una actividad muy simple, pero de enormes posibilidades económicas. Consistía en ir creando animitas en los caminos más transitados y especialmente en los pueblos más religiosos. Como estas construcciones eran ficticias, se atiborraban de lecturas grandilocuentes, tales como: “Gracias, Pablito Cárdenas por el favor concedido” “Salvaste la vida de mi madre, querido Pablito” “¡¡Gracias por el milagro, Pablito!!!”.
Por supuesto, cada una de las animitas, tenía una muy segura alcancía, en donde irían cayendo las contribuciones, día a día.
La idea fue llevada a cabo de inmediato y las animitas ficticias comenzaron a aparecer como callampas en los más diversos lugares. Como es de suponer, el par de malandrines ejecutaba dichas obras en la noche, por lo que, al día siguiente, la gente se preguntaba quien diablos era este fulano tan milagroso y como el fervor religioso es fuerte en la gente más humilde, comenzaban muy pronto a venerarlo, a llenarlo de flores y placas de agradecimiento de los más variados materiales. Y lo más importante: llenando, a más no poder, la alcancía, fuertemente protegida...
(Esto continúa)
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