Cuando a los indios mapuches les aqueja algun malestar del cuerpo o del alma recurren a la Machi, una mujer de experiencia y conocedora de los secretos de la alquimia de las plantas y árboles, elaborando con sus hojas, raíces o savia, poderosas infusiones y emplastos capaces de curar las enfermedadas más complicadas. Cuenta un misionero de Purén, que un día vio a una Machi asistiendo a un colono, cuya familia lo había llevado al presentar éste un sorpresivo e irrefrenable estado febril, estando el médico más cercano a unos 200 kilómetros. Era el verano de 1948, y el sol pegaba con furia. El enfermo era un francés de unos 37 años. De tanta fiebre deliraba. De niño le habían enseñado a no entablar amistad con los indios. Que eran unos ladrones y unos borrachos.
Dentro de la ruca hervía el agua, y el humo de las infusiones de boldo, quillay y peumo, creaban un ambiente sofocante y a la vez etéreo. La Machi procedió con frialdad. Cortó una caña fina, lavó los extremos con aguardiente, bebió un trago seco del licor, presionó con fuerza el brazo del hombre y clavó la púa en la vena palpitante. Luego repitió la acción en su propio brazo. El hombre gritaba de dolor, tuvieron que afirmarlo entre cuatro. Ni un músculo se movió en el rostro de la curandera. Esa noche la machi le había salvado la vida. Esa noche, el colono cambió su opinión de los indios mapuches.