El hospital psiquiátrico era como un hotel lujoso, con habitaciones amplias y limpias, una gran sala de estar para tomar mate, comer y jugar a las cartas, y un patio verde y florido cuya reja recordaba que de algún modo se estaba ahí recluido.
Yo acostumbraba a pasar el día en la sala de estar porque jugábamos a seducirnos tiernamente con una de las enfermeras. Alejandra se llamaba. A la hora de comer ella me daba las porciones mas grandes, me dejaba repetir el postre, me calentaba el agua para el mate en cualquier momento, tenía esas pequeñas atribuciones para conmigo que me hacían sentir especial.
Una tarde, yo estaba sentado en una de las mesas, salió un muchacho de una de las habitaciones, alguien que yo no había visto nunca y que deduje era alguien recién ingresado. Tenía la mirada perdida, los pelos revueltos, se sujetaba del marco de la puerta como si estuviese mareado o perdido. Me acerqué a él y le ofrecí ayudarlo a sentarse, él se tomó de mi brazo y lo guié la mesa donde yo estaba. Cuando nos sentamos me miró sostenidamente, con esa cierta dulzura de la gente desprotegida, tenía los ojos casi ocultos por sus parpado semi caídos, apoyó su mano sobre mi brazo y me dijo:
una cosa, te pido una cosa, traeme la radio de la mesa le luz.
Apoyé la radio junto a él y sonrió. Una sonrisa de entusiasmo y satisfacción. Con la mano me hizo una seña de que esperase y después sintonizó la radio en una estación de música clásica. Se me acercó en gesto cómplice y me dijo:
es nuestra forma de comunicarnos.
Lo miré sorprendido.
Comunicarse con quién, le pregunté.
Con los extraterrestres, dijo.
Yo estaba cansado de los delirantes del lugar así que decidí, a pesar de lo abrupto, de correrme de aquel lugar y dejar a Luis, asi se llamaba el muchacho, solo y tranquilo en sus correrías mentales. Ya vuelvo, le dije, y me fui a sentar en el patio.
Volaban algunas mariposas, comían algunos pájaros sobre el césped. Sandra se asomó desde la puerta.
Qué hacés acá afuera, dijo. Fruncí los labios, quise decir nada. Se sentó a mi lado, me puso una mano sobre la pierna.
Me gustan las rosas, sabés, me dijo.
Vos de qué signo sos, le pregunté.
De virgo.
Yo de leo.
Voy a averiguar si somos compatibles.
Ella sonrió, se me acercó como para darme un beso, pero sabía no estaba permitido aquello, entonces se incorporó y se fue. A través de la reja pude ver pasar al churrero en bicicleta. Le grité. Compré unos churros rellenos.
Sentado otra vez en la mesa jugaba a soplar el dulce de leche de los churros para que saliera por el otro extremo. Chorreaba sobre un plato y yo pasaba el dedo y me lo devoraba. Un movimiento extraño casi a la altura del piso me sobresaltó. Era una enano verde, de cabeza grande, con gorro blanco, orejas grandes y nariz redonda, y entraba en la habitación de Luis con una radio en la mano. Sorprendido, abrumado por la expectación, me asomé a la habitación y pude ver al enano verde acariciar la cabeza de Luis mientras él dormía. No dije nada, en silencio volví a mi lugar en la mesa y me distraje terminando de comer lo churros y mirando el partido de Boca que jugaba con Millonarios de Bogotá por la Copa Libertadores.
A la hora de la cena Luis se sentó en mi mesa. Había puchero con caracú y papas y camotes y zanahorias y a Luis no le gustaban las zanahorias asi que las pasó a mi plato. No sabía como empezar la conversación con él, asi que me limité a mirar las bocanadas de comida que con el tenedor se metía en la boca. Se me acercó al oído, y dijo: han descubierto la energía del amor. Y me guiñó un ojo. Lo miré con cierta sorpresa, qué es eso. Es una energía con una potencia superior a cualquier otra, la utilizan para hacer volar sus naves, para electrificar sus ciudades, iluminar sus puentes, esta radio, señalo su radio, funciona con energía del amor. Tomé la radio que emitía música clásica como todo el tiempo y la miré, por curiosidad revisé la recámara donde van las pilas y allí había dos pilas pequeñas.
Pero esto tiene pilas, le dije.
Me miró con picardía y dijo: son usadas, no funcionan.
Me quedé en silencio. El siguió hablando: hacen el amor, y con ese acto de amor supremo recargan sus naves, sus aviones, sus máquinas, y así funcionan por un tiempo y luego vuelven a hacer el amor y todo se mantiene en orden y plenos de dicha.
Hoy vino a verte alguien, le dije.
Si, es mi novia, dijo.
Tu novia, pregunté pensando en el muñeco verde que había visto acariciarle la cabeza.
Si, es hermosa viste.
Si, le dije, muy linda.
Me han elegido para desarrollar la energía del amor en la tierra. Cómo fue que te eligieron. Aparecieron en mi cuarto, una noche, y me explicaron todo y me marcaron con esto, se levantó la remera y tenía un lunar en el pecho, junto a la tetilla izquierda.
Estaba masticando un pedazo de papa cuando escuche dos silbidos. Me di vuelta y un enano verde se asomaba desde la pieza de Luis. Me están llamando, me dijo él y se levantó. Alejandra se acercó y me dijo si quería mas puchero. Le dije que no, que estaba bien, y le pregunté si no había visto enanos verdes en el lugar. Tomaste la medicación, me dijo. Yo sonreí. Después me di cuenta que definitivamente debía estar conmocionado por lo que me contaba Luis y que no había enanos verdes en ningún lado. Te acordás de las rosas todavía, dijo ella. Si, por supuesto. Ella apoyó sus senos en mi brazo y depositó un flan frente a mí. Como sos, le dije sonriendo. Como sos qué, dijo ella. Nada, nada, después pasame otra flan.
En el psiquiátrico había un doctor que nos prestaba juegos. Tenía el Ludo, El juego de la vida, uno del hombre araña y el ajedrez. A este jugabamos Luis y yo. Él jugaba con las blancas y ganaba siempre. Es que tengo la energía del amor, decía. Tengo algo que confesarte, dijo después, incliné mi cuerpo hacia adelante dispuesto a escucharlo, voy a escaparme de acá. Como, le pregunté. Me van a sacar en una nave espacial, sonrió. Me estás cargando. No, mis amigos extraterrestres vendrán y me sacarán en una nave espacial. Luis es definitivamente un delirante total, pensé. Luis, necesito que me ayudes con algo. Hizo un gesto de aceptación. Necesito un ramo de rosas, le dije.
Había tomado la medicación de las dos de la tarde y me daba sueño. Asi que estaba tirado en la cama dormitando mientras escuchaba los pájaros cantar allá afuera. Se abrió la puerta de mi habitación y entró un enano verde, muy dichoso, caminaba con pequeños saltos y traía un ramo de rosas en la mano. Lo dejó sobre la mesa de luz, me hizo una reverencia y se fue. Tomé el teléfono, llame al psiquiatra de turno, estoy viendo enanos verdes, le dije, tendremos que aumentar la medicación, dijo. Colgué. Miré las flores, esperando que no estuviesen allí, que solo fuese una ilusión, pero allí estaba el ramo de rosas. Tomé otra vez de nuevo el teléfono. Pedí de hablar con Alejandra. Tengo algo para vos, le dije. Pero no vino. Caminé hacia el salón comedor y la vi hablando con Luis. Sentí un poco de celos. Cuando me vieron, se miraron y Luis se acercó y se sentó junto a mi. Ella me sonrió desde lejos y se fue. Tengo todo casi listo, dijo Luis. Esta noche me voy. En una nave espacial, le dije con ironía. Así es dijo. Jugamos ajedrez, le pregunté. Juguemos, dijo.
Se hizo de noche. El médico se me acercó y me dijo que probarían con un medicamento más moderno, que así dejaría de ver enanos verdes. Pensé en decirle que Luis escaparía en una nave espacial, pero me di cuenta que no era una buena idea, me quedé en silencio. Era cerca de medianoche, solo se escuchaban algunos grillos y la luz plateada de la luna entraba por la ventana. Tenía miedo de que aparezca algún enano verde. Estaba fijándome debajo de la cama cuando sentí que alguien me pellizcaba la cola. Me sobresalté. Me di vuelta y era ella, Alejandra. Quiero hacer el amor con vos, dijo. Se me anudó la garganta. Se me secó la boca. Sentí un vacío y cosquillas en el estómago. Pero… es contra la ley del psiquiátrico, le dije. Hay veces que uno debe esforzarse por romper las leyes, dijo, es divertido. Se sacó el delantal blanco, luego su remera, su corpiño, pude ver sus pechos firmes con pezones grandes y oscuros. Me temblaban los labios. No te pongas tan nervioso, me dijo. Apoyé mis manos en su cuerpo, tibio, suave, delicado, la besé y pronto fuimos un manojo de gemidos y abrazos bajo las sábanas. Un sonido turbulento nos interrumpió. Eran unas series de explosiones y una luz intensa entraba desde la ventana. Me asomé.
Una nave espacial despegaba desde el patio del psiquiátrico. A través de unas ventanitas se podía ver a Luis y cuatro o cinco enanos verdes sentados frente a un tablero luminoso. La nave ascendió, dejó atrás una estela de humo y pronto fue alejándose en el cielo hasta no ser mas un punto brillante como otra estrella. Qué pasa, me dijo Alejandra, todavía acostada. La miré, le iba a contar lo que había visto, la historia de Luis, pero preferí no hacerlo. Tengo algo para vos, le dije y le entregué el ramo de rosas. Sos un dulce, me dijo. Volví a meterme en la cama, y volvimos a besarnos, a sentirnos, a caminar por los turbulentos callejones del amor pero yo no podía dejar de pensar en los enanos verdes.
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