Te odio, querido,
hermoso príncipe hogareño
auto designado,
emperador casero
de roñosas zapatillas
arrastradas en salón imaginario.
Te odio, querido,
por tus ñoñerías insistentes
apestosas a tabaco,
¡OH, cazador lascivo!
animal y primitivo
de mi sexo conquistado.
Te odio querido,
tele deportista en movimiento
de la bola que no responde,
héroe frustrado,
perdedor y amargado
en batallas nunca terminadas.
Te odio, querido,
por tu panza en desarrollo,
el dedo intruso entre los dientes,
satisfecho en un eructo
y palabras indecentes,
macho bajo y aburrido.
Te odio, querido,
te quise y te odio
creo
ya
para siempre.
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