Se negaba a aceptarlo. Ruperto era un enfermo. Lo que llaman “un jugador compulsivo”. Pero, como todos los que no quieren aceptar una realidad, decía que el podía controlarse y que dejaría de apostar en cuanto quisiera.
El día había sido terrible. Perdió todo el sueldo recibido y, como última instancia, empeñó su anillo de matrimonio.
_ Esta vez voy seguro _ se dijo. “Cuatro Puntos Buenos” va fijo y paga 12 veces.
Como parte de la pantalla gigante y el jinete galopó, gritó, asomó su corazón por la boca, fustigó como nunca. El caballo llegó séptimo.
No quería llegar a casa. Caminó como un zombie por calles solitarias evitando el encontrase con gente que le conociera. Íntimamente sentía mucha vergüenza y no tenía explicaciones para su familia. No era la primera vez que llegaría con los bolsillos vacíos. Además, debería explicar lo del anillo de matrimonio. Tras muchas peleas y discusiones, su compañera ya ni le decía palabra y, desde algún tiempo, notaba las miradas acusadoras de sus hijas. Eso le dolía profundamente.
De pronto, mientras caminaba, se escuchó un gran ruido subterráneo. La tierra se estremeció violentamente. En el borde de un balcón del tercer piso, un joven “Filodendro Paraguayo” se aferraba a su maceta presintiendo lo peor. Todo fue inútil. El viaje, rápido y silencioso, acabó en el suelo no sin antes herir seriamente la cabeza de Ruperto, el único habitante de la calle.
Por suerte sólo fueron “cuatro puntos buenos”.
|