Viajo en el Metro. En los cristales, se refleja la gente y yo, para no ser menos, también produzco el mío. Detrás de mí, una niña delgada, pálida y de vestimentas oscura, pareciera fijar su mirada en mi propia imagen. Me volteo disimuladamente para verla con mis propios ojos. ¡No hay nadie! Me vuelvo al cristal y allí está ella, impasible, sin despegarme su mirada.
Siento un escalofrío. Me volteo una vez más y nada, sólo la puerta de enfrente. Con el terror latente, fijo de nuevo mis ojos en el cristal y la muchacha, imperturbable, continúa mirándome con fijeza. He entrado, por supuesto en una de esas extrañas galerías de la dimensión desconocida. Pero, de pronto, algo me hace lanzar un suspiro de alivio: lo del frente, no es una ventana, es un cuadro. Por eso, lo de la muchacha y su no existencia material.
Poco me dura la tranquilidad: Si aquello es un cuadro, ¿qué hago yo allí?..
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