Cuando la Soledad es tu amante
Nadie ha venido esta tarde fría de febrero a mi entierro.
Estoy solo, dolorido. Tengo el espíritu suspendido, el alma desquebrajada. Y sin embargo estoy solo…y muerto.
El calor tibio abandonó un cuerpo ruinoso, mis ojos se han secado, mis labios solo son olvido.
No oigo nada, ningún ruido, nadie más ha venido a ver mi entierro, nadie habla sino la Soledad. Todos me han abandonado, sobre todo ese espejismo que me separó un día de ti.
Soledad, estás conmigo pero no me hablas. Pareces como ausente y dolida como yo.
Tantos años fuiste mía, tantas veces me demostraste tu fidelidad que, ahora, dudas si abrazarme otra vez…Soledad.
Una vez te quise, pero otro amor me arrancó suavemente de tus brazos. Y dejé sola a la Soledad.
Pero me esperaste, tu paciencia fue infinita, hiciste juramento de por vida.
Y aquí estás, junto a este cuerpo inútil, inerte, incapaz de dar una caricia más. Sin embargo, bajo la luz de esta oscuridad sigues soñándome, deseándome. Añoras nuestros paseos ociosos por la playa, mis escapadas inesperadas junto a ti, mi entrega que era casi un insulto.
A lo lejos resuena una campana, su voz es triste. Llega la hora de mi entierro. Nadie acompaña a este desdichado, solamente tú, Soledad.
Tú si me lloras, para ti nunca habrá suficientes lágrimas derramadas, por un pobre hombre al que vapulearon, estafaron, ni tan siquiera llegaron a entender la profundidad del océano de sus sentimientos, ahora hundidos junto a aquel barco pirata.
Estoy muerto, mi pecho es como un saco de arena, y sin embargo me duele el cuerpo entero.
Si el alma ya me ha abandonado, por qué sigue castigándome ese cuerpo de ahí, tumbado de lado, encogido como un niño.
Qué pena, dirán del que ya no es. Creyó en el amor verdadero, en el amor para siempre. Y la única verdad es que tú, Soledad, eres el amor de mi vida.
Me miras extrañada, cambiado. Casi no me reconoces. Tampoco tú, niña de mis ojos, eres la misma, me produces pena y desasosiego, como si te quisieras desquitar de mi traición.
Pero ya da igual, soy alimento para el tiempo, de los días y de las noches.
No quiero amarte Soledad, ni quiero amar a quien en tus brazos me abandonó. No supe entender a ninguna de las dos. Sin embargo, Soledad, tú sigues siendo tú, no me sufras. Quien me arrancó de tu regazo con cantos deliciosos es ya la Otra.
Sí, la Otra. No quise abandonar un sueño, pero me han echado de él. Sí, la Otra.
En mi duda quedará quién me quiso más, tú o ella.
Todo está oscuro, todos los ruidos han callado, los olores me han abandonado.
Pero sigues ahí…tú, mí amada Soledad. Tú sigues ahí y, sin embargo, intentaré serte infiel una vez más, una sola, Soledad.
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