Se despertó azorado. Un extraño y grotesco grito, que le trepanaba los tímpanos, no le permitió volver a conciliar el sueño. El reflejo de la luna, que se introducía por la entreabierta ventana de su habitación, lo invitó a que se apoyase en el dintel para poder contemplar la hermosa y bucólica escena que representaban los pequeños animales de su granja. Se vistió y salió a sentarse en la galería.
Allí el grito se oía más fuerte. Creyó entender que podía llegar desde la espesura aledaña. Se levantó, comenzó a caminar, y efectivamente, al llegar a la arboleda, debió taponarse los oídos, pues el sonido era irresistible. Siguió caminando como un autómata, como si quien profiriera ese lastimoso grito, le estuviese suplicando ayuda. Súbitamente, al llegar a un claro del bosque, el sonido se apaciguó y se convirtió en una endecha. Al amanecer, los rayos del sol le permitieron avizorar un árbol muy extraño.
Se acercó a él y descubrió, que en el tronco de ese árbol tan extraño había una muy extraña puerta. Impelido por la curiosidad, la abrió y descubrió una escalera, a la que no se le veía el fin, que descendía hacia las entrañas de la tierra. Bajó, lentamente, escalón por escalón, mientras escuchaba cada vez más cerca el sonido de la endecha.
Llegó a un rellano. El cansancio lo obligó a sentarse, y poco a poco, se fue quedando dormido. Lo despertó el saludo de un personaje tan extraño como todo lo que le estaba sucediendo. Abrió los ojos y vió a una vieja mujer cuyos únicos atractivos eran su melodiosa voz y su simpatía. Lo saludó dulcemente y, al no escuchar el cántico entendió que era ella la que lo entonaba. El lugar se había convertido en un espléndido vergel, regado por un arroyo cristalino. Ella le contó una triste historia. Por ser tan fea, al cumplir diez años, sus padres decidieron abandonarla en el bosque. Tras largo andar oyó un suave murmullo. Era la tenue voz de un ruiseñor que la invitaba a traspasar la mágica puerta de un árbol. El lector puede suponer el resto de esa triste historia. Si, es cierto, él se enamoró de su dulzura y su simpatía; y como en tantos otros cuentos,
el primer beso logró que ella se convirtiese en una hermosa doncella.