Con túnica que lo disfraza de sabio, el tiempo es un dios, no sé si sea mujer pero a veces lo parece, atomizado es libre y se deja seducir para clavar su vuelo en la carne insípida de un alma aprendiz.
De la misma manera dice aún no que tarde. Mañana, hoy, ayer, futuro, pasado, estaticidad, movimiento; convencionalismos que no le preocupan, es eterno, es por y para sí, sin caprichos, sin voluntades o ruegos, se anida, se queda, se termina y permanece porque es. Decido sentarme a esperar y dejar que el tiempo pase un momento. Alguien me pregunta si se siente bien cuando el tiempo pasa. Eso depende, y un eco que me es familiar pero no reconozco, una voz perdida entre las ruinas de un recuerdo que me empeño en olvidar me dice sí, depende. Sigo distante, absorta, emulando una estatua para engañar a la farsante mujer sabia con artículo masculino que de la piedra inamovible me convierte en sustancia pegajosa.
Cuando me instalo en el filo de la vida, en la línea del punto y aparte, de la nada, con los oídos cerrados y las piernas largas, con los ojos fijos, y llega después de un terremoto es fácil verlo pasar sin intentar sumarte a su ritmo. Es como ver una película desde la parte exterior de una ventana, hay silencio, verdadero silencio, y los susurros de otras voces se pierden, se alejan lentamente y puedes entonces escuchar el silencio. Se escucha la nada. Imágenes que quedan sin sentido y no te tocan. Sí, vuelve a repetir el eco de la voz permanente, esa voz que no termina de largarse, y mira mis ojos húmedos desde el lado opuesto. Esta vez mi voz se anula, el pensamiento compartido dice: no esperemos acciones, palabras, miradas, nos alejamos, nos unimos a él, salimos completamente para esperar el golpe inesperado. Un golpe que te regresa patéticamente, que te vence de cansancio, de entrega. Mi compañera voz distante se tira en el suelo boca arriba, esta vez no la escucho, pero adivino que algo se atoró en sus cuerdas vibrantes y que se atraganta masticándome con dificultad, no espero, mi monólogo indiferente se arrastra. Eso depende. Sí, depende susurra y me doy cuenta que logra incorporarse lentamente y con dificultad por mantenerse en pie, disimula el temblor que dejó el golpe, yo sigo mi propio ritmo.
Es diferente cuando el tiempo pasa sin que puedas detener sus grietas abiertas en la pieles de arena, en los caracoles abandonados. Sus abismos se abren y te dejan del lado opuesto al que querías estar, entonces el tiempo es un horrible dios griego que juega a la manera de Borges. El tiempo por primera vez complaciente me sonríe. Hoy se me antoja como un sutil anestésico de mi tristeza. |