Abducido.
El ojo izquierdo le vibraba de manera insistente, desequilibrada. Sólo se escuchaban sus dientes crujiendo. La tarde caía. Volvió a observar los días tachados con una equis roja, en su calendario mental. Tanto tiempo acumulando odio, deseos de venganza. Tanto tiempo experimentando con su cuerpo, sin su consentimiento.
¿Quiénes se habían creído aquellos seres para arrebatarlo de su mundo y traerlo a este, tan achicado, tan vacuo, tan perecedero, para observarlo, analizar sus emociones, alterando año tras año su enigmática psiquis, hasta reducirlo a ser casi similar a ellos?
Ya no más, había dicho. Decidió sorprenderlos mientras descansaban en el área principal del centro de operaciones. Por fin, después de casi dieciocho años, había contactado con los de su especie. El mensaje había sido claro: Acábalos. Y ahí mismo los había atado y amordazado.
Ahora esperaba, tras la ventana, a que el sol se ocultara. Destellos naranjas de luz sucumbían a su alrededor. Termina con ellos al anochecer.
Ocho pe eme. Entró al cuarto. Les quitó las mordazas. Ella suplicaba: ¡Hijo, qué te sucede, suéltanos por favor! Pero no la escuchó, sólo a esa voz en su cabeza, y la hoja del cuchillo cercenando repetidamente los dos cuerpos.
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