Sus labios rosados, tersos y suaves, funcionales para los besos y requiebros,
afinados para decir: te quiero, te amo, delicias vocales moduladas en esa fábrica
de deseos cautelada por esos dientes que parapetan los dones de esa lengua juguetona, rosada, como una fruta con vida propia que se enreda y se encabrita dentro de tu boca, en un juego de sabores compartidos para la cena erótica que no tarda en hacerse de cuerpos vibrantes que estallan en risas y llantos, y esa apoteosis es el preludio de lo que vendrá.
Pronto los labios ya sólo gesticulan y donde antes hubo brasas, hoy reina
el amargo sabor del resentimiento, las flores engarzadas en requiebros,
yacen mustias en un desván del alma, los dientes son fieros soldados que rechinan injurias y fracasos, ya no más sonrisas en esa boca sagrada que ahora es una caverna de forajidos, los besos se plegaron a esta sequía dolorosa y ahora son simples espectros que se evaden por los recovecos de las caries que taladran la belleza de esa boca, que ahora se abre en fauces para vomitar horribles esperpentos.
Más tarde, de esa sonrisa no queda nada, sobresalen unos colmillos feroces
que se hincan en la piel oferente del encabritado contrincante que eres tú,
quien se prepara para alzar su escudería y refrenar las imprecaciones construidas
con la basta artesanía del desencanto.
Una mañana, esa boca de labios desdibujados, arrojará todos sus demonios a la calle y, recubierta de escamas, se asociará con las sombras para regresar a su cubil
de incandescencias eternas, tú habrás emprendido honrosa retirada y borrado
para siempre de tu mente llagada esos lejanos labios pudorosos que pronunciaron un sí meloso frente al Dios de casi todos los hombres…
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