Esa mañana tenía el presentimiento de que algo extraordinario habría de sucederle. Pensó que quizá su subconsciente quedaba tranquilo de esta manera. Era una defensa contra la monotonía que arrastraba su existencia. Se miró al espejo, su fiel confidente. Y se encontró cambiada. No sabía por qué, pero esto era un presentimiento. Todos estos veinticinco años se había estado mirando pero sin verse verdaderamente. Su piel aún seguía joven. Bueno, ella era joven. Pero sentía que su corazón había envejecido. “¡Ay, el café!”. Como todas las mañanas el café acababa recalentado, y su sabor era entonces desagradable. “Tendría que cambiar su desayuno; el café y el trabajo es horrible para la piel”. Y se tomó ese líquido negro con tostadas, como todas las mañanas.
Odiaba el metro, bueno, todo el mundo lo odia. Te empujan, tú también tienes que empujar “¡Es horrible! ¡Me parece a mí que no hay presentimiento que valga!”
Sacó la revista de cine Film y se puso a leer. Cuando el trabajo de la oficina se olvidaba de ella un poco, ese mundo del cine llenaba su cabeza con historias de actrices fantásticas y actores guapísimos. Entonces ella es la protagonista de esas películas. James Dean apoya su cabeza en su regazo como en la película “Rebeldes sin Causa”. Por un momento es la esposa rechazada por un Gary Cooper que está solo ante el peligro. Clark Gable le mira a los ojos y antes de marcharse le dice con un tono de indiferencia: “La verdad, nena, me importa un bledo”.
- ¡Ay!... – suspira.
- Ya estás otra vez con el cine. Mujer, te vas a volver loca con tantas películas. –le dijo la voz chillona de su compañera Puri.
Sí, efectivamente, era la mujer más presumida y egoísta que ella había conocido jamás.
- Me gusta – y ante el gesto de indiferencia de la cursi, añadió- ¡Ah claro! Tu afición son los hombres…
- Exacto. Por cierto, esta noche he quedado con Luís. Sí… ¿no te acuerdas? Te lo conté el otro día. Claro, ¡como nunca me escuchas! Bueno, pues…
- No me pidas otro vestido, por favor. El último me lo estropeaste. No sé cómo lo harías, pero estaba roto - dijo con cierto rin tintín.
- No es eso, tonta. Vamos a ir a una fiesta y había pensado, bueno, habíamos pensado –subió el tono de voz para no dejarla hablar ya que iba a saltar de un momento a otro- que nos podrías acompañar. Como nunca sales… Y a Juan le caes bien, ¿sabes?
- ¡Vaya, me siento alagada de que caiga simpática a un boxeador ¡
- No es boxeador, sino culturista. A mí me gusta así, ya sabes –e hizo un movimiento de brazos para sacar los escondidos bíceps de su delgado brazo.
Aceptó ir para así prolongar el período en el aparecería su presentimiento tantas veces presentido. Sería gracioso ver cómo estos dos bobos se defienden en un medio que no es el suyo donde habitan intelectuales, “gente rara”, como diría Puri. Para ella eran “gente rara” porque no comprendía “cómo había gente que disfrutara leyendo”. Ella era así. No daba para más, la pobre.
Su compañera presumida le daba golpes con el brazo, mientras ella trataba de domesticar los altos tacones que le había dejado su “dulce” amiga, con el pretexto de que así se le subiría un poco más el vestido y le haría unas piernas largas. Era la primera y la última vez que le hacía caso. Tenían gustos distintos, era irremediable. Y pensaba continuamente en sus zapatos bajos y cómodos de diseño.
- ¡Ah, se me olvidaba! ¡Qué cabeza la mía! También va a venir un director de cine, pero no te alarmes, querida, aún no se ha divorciado – como siempre, lo dijo sin dejarle contestar.
- Pero ¿qué dices? ¡Tú crees que entre tanta gente se puede conocer a alguien? Pero, qué mal pensada eres –ahora sí había entendido la última frase.
Su reloj le avisaba de que estaba terminando ese día tan presentido. “Qué tontería”, se dijo.
- Verdad que sí es una tontería. A mí esta clase de fiestas no me gustan nada. Nadie se conoce y todos se tutean sin conocerse.
Por un momento creía que lo pensaba, pero no. Alguien se estaba dirigiendo a ella.
- ¿Cómo dice? ¿Habla conmigo?
- Bueno, dos preguntas seguidas. No son una buena presentación, ¿no cree? – y una blanca dentadura le sonreía agradablemente. – llamo Luís Vilet, soy director de cine, profesión en decadencia, desgraciadamente. Y usted es…
- … Bibiana, encantada… - ¡Anda, el director!
- ¿Cómo dice? No se moleste conmigo. La vi con una cara tan aburrida que pensé que así haría compañía a la mía.
Después de pedirle perdón y todo lo demás, fuimos al pub a ver si olvidábamos a esa “gente rara”. Me contó que hacía películas porque efectivamente era “el director”. Me confesó que tenía un rostro muy fotogénico. Y a continuación mi risa resonó en todo el pub pero nadie miró. A cierta hora de la noche, uno se encuentra charlando a veces sin oír y sin oírte a ti mismo. Únicamente el camarero nos envió una sonrisa cómplice desde atrás de la barra.
- Eso se lo dirá a todas –dijo Bibiana con sarna.
- Te equivocas; ligo muy poco, si te refieres a eso.
- Perdona, no quería ofenderte – su voz se serenó.
Sonó las doce, también en su corazón. Y al día siguiente estaba haciendo una prueba de fotografía con la naturalidad que da el trabajar con una persona tan encantadora como era Luís. “Feliz encuentro” que así se llamaba su primera película fue también la primera de gran éxito de “este joven y futuro gran director Luís Vilet”, según la crítica de la revista Film, que cayó en las manos de Puri, que dijo a su Hércules, bueno, a otro Hércules, claro, con cierto tono de alegría envidiosa: “yo ya se lo decía, chica, tú vales mucho”.
|