Alejo Carpentier
y la búsqueda del hombre americano
La búsqueda de los orígenes y del futuro del hombre americano desde una perspectiva maravillosa, lo cual implica no apartarse de la realidad sino, por el contrario, aferrarse a ella como un elemento plagado de magia, es la propuesta que desde la literatura hace el músico y escritor cubano Alejo Carpentier (1904-1980), quien plantea una rica utilización de la palabra como elemento no sólo denotador sino constructor, como un verbo permanente en la medida en la que cada palabra tiene la facultad de variar su significante y su significado.
El autor de "El reino de este mundo" (1949), "Los pasos perdidos" (1953), "Guerra del tiempo y otros cuentos" (1958), "El siglo de las luces" (1962), "El recurso del método" y "Concierto barroco" (1974), "La consagración de la primavera" (1977) y "El arpa y la sombra"(1979), auscultó en la historia americana para tratar de encontrar a esos hombres y mujeres que la historia pretendió borrar después de la llegada de los españoles. El mestizaje cultural –además del genético– es lo que forma al nuevo hombre americano, capaz de caminar en una permanente exploración, como en las novelas "Los pasos perdidos" y "El siglo de las luces", en la primera de las cuales el mismo Carpentier explica que “los mundos nuevos tienen que ser vividos antes que explicados” (Citado por Pedro Díaz Seijas, “De la realidad al mito en el Siglo de las luces”, en "La gran narrativa latinoamericana", Monte Ávila Editores, Caracas, 1976 p.150).
Hay un elemento fundamental en la poética de Carpentier, mencionado de manera aparentemente circunstancial en la presentación del autor, al referirme a él como “músico y escritor”, poniendo en primer lugar su carácter de músico. Y es que la música, la armonía, el ritmo, marcan la pauta de cada uno de los textos, con una cadencia que a veces “juega con las palabras”, como en la novela: “La consagración de la primavera”, a partir del ballet homónimo de Igor Stravinsky. La pieza literaria empieza así: “El suelo. A ras del suelo. Hasta ahora sólo he vivido a ras del suelo, mirando al suelo –1… 2… 3… –atenta al suelo –1 yyy 2 yyy 3…–, midiendo el suelo que va de mi impulso, de la volición de mi ser, de la rotación, del girar sobre mí misma (y sin poder pasar nunca de diez y seis, diez y siete, diez y ocho fouettés, soñando con los Grandes Cisnes Negros que alcanzan a redondear el treinta y dos…)…” (Alejo Carpentier, "La consagración de la primavera", Siglo XXI Editores, México, 1979, p. 11.)
Vivaldi, Haendel, Scarlatti toman parte en "Concierto barroco", cuyo nombre no es una casualidad, en la medida en que Carpentier se empeña en rescatar el barroquismo para la literatura, pero no un barroquismo que peque de exceso de adornos innecesarios, sino que esté nutrido de la exuberancia del trópico. Eso mismo es lo que le da un carácter polivalente a las palabras, que se construyen de la misma forma que una polifonía. Porque, en Carpentier, las palabras se construyen, cambian de sentido, de intención, al jugar con las figuras literarias, como la metáfora. Las descripciones son exuberantes, deslumbrantes, como se debieron deslumbrar los ibéricos cuando desembarcaron en la isla que bautizaron como La Española, y como se deslumbró el joven cubano Esteban cuando llegó a la Ciudad Luz en "El Siglo de las luces". Que es, nuevamente, una metáfora: el nuevo continente sorprendido frente al viejo continente, con esa luz o esas luces que van desde los juegos pirotécnicos hasta los destellos de los cañonazos, pasando por los contradictorios caminos políticos de quienes encabezan y traicionan la Revolución Francesa. Contradicciones que tienen que ver con lo que plantearía años después Carlos Marx cuando propugnara por la unión de los proletarios, igual a como Víctor Hugues –el protagonista cuyo nombre nos recuerda a Víctor Hugo– pretende expandir en América los postulados de la nueva sociedad de la igualdad, la fraternidad y la legalidad, a punta de o con la punta de la guillotina.
Muchas palabras y tal vez muchas ideas, densamente planteadas, como lo hace en cada párrafo Alejo Carpentier, en lo que él llama Teoría de los contextos, explicada por Pedro Díaz Seijas en "La gran narrativa latinoamericana", donde se basa, precisamente, en "El siglo de las luces". Dice el crítico venezolano –es bueno recordar que la historia de "Los pasos perdidos" sucede en Venezuela- que Carpentier maneja dos universos semánticos, el valorado y el rechazado, que se oponen y se complementan, en la medida en que los textos transitan de un polo a otro.
El sistema utilizado por Carpentier le permite a Díaz Seijas (Op.Cit., pp. 138-142.) establecer cinco enunciados: 1. La existencia del hombre depende de una relación dialéctica entre él y las circunstancias determinadas que condicionan su vida; 2. El Universo del hombre está integrado por dos grandes conjuntos: a) la realidad conformada por la naturaleza, b) la realidad alienante, artificiosa de la civilización. 3. El Universo original del hombre es la naturaleza, pero es el hombre a la vez el principal realizador del artificio, al que se opone en el plano creador en defensa de la vertiente primitiva. 4. La realidad del universo del hombre carpentiano está poblada de insinuaciones y de síntomas reveladores de incógnitas. 5. El amor, la libertad y la soledad en el hombre, están sujetos al universo de la naturaleza en su expresión más pura. Cuando inciden en el mundo del artificio se desvirtúan y conducen al hombre al fracaso.
Los personajes en las novelas de Carpentier, como se plantea en el cuarto enunciado, están “construidos” de acuerdo con la Teoría de los contextos, esto es, primero, con una propuesta indicial, que le brinda pistas al lector de lo que el personaje puede llegar a ser o hacer, y, segundo, con un desarrollo en el transcurso de la obra, retomando esos indicios. Por eso, incluso en Guerra del tiempo el tiempo es lineal, sin importar si va de atrás hacia adelante o de adelante hacia atrás. Y en ese devenir es cuando la trama y los personajes, construidos de común acuerdo con el lector, se desarrollan, a partir de sus contradicciones. Y los tres –personajes, lectores y Carpentier– caminan en la búsqueda de ese hombre americano, de ese ser real y maravilloso que puebla este continente que para los eurocentristas es nuevo pero que para los americanos -Carpentier incluido- es milenario.
Javier Correa Correa Javiercorreacorrea
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