He encontrado el exquisito placer de gozar con las victorias ajenas. Por la simple razón de que somos todos nosotros uno mismo, como decía Whitman,“cada átomo que te pertenece, me pertenece”.
Perdamos la noción del tiempo, encontrémonos en el futuro de cada obra nuestra. Disfrutemos el delicioso aroma con el que los campos nos deleita, hablemos con el borracho de la esquina, hablemos con el loco como si este no lo fuera. Quizás todas estas cosas están allí por la simple razón de haber tenido algo de verdad en un mundo de mentiras. Pero este mundo mezquino no los aceptó y los escupió afuera como si de tarántulas se tratara. ¡Mírenlos ahora! Locos de pureza, y cuerdos de locura. Se los echa solo porque el “hombre” se cree una raza perfecta, o mejor dicho una verdad perfecta y en esa locura por tener la suma verdad expulsa a todo aquello que produzca un cambio en el modo “natural”de vivir.
Estamos hipnotizados con esa idea malformada de la “superación”. Esa idea que se basa en “superar”a los demás para superarnos a nosotros. La gente gasta su tiempo en mejorarse para así, luego de haber aplastado varios miles de sueños, hablar desde arriba como dioses superiores a todos. La superación no es superar a los demás, sino superarse a uno mismo, lograr triunfos sobre uno mismo, sobre ese cadáver que espera ser resucitado. Disfrutemos las victorias ajenas porque mas que victorias son enseñanzas, ya que nos indican que se puede ir mas allá.