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Me perdí en el bosque una fría mañana naranja mientras el sol apenas calentaba mis resecos labios. Los árboles formaban espectrales figuras ante mi, como buscando parecerse a mis volátiles pensamientos. El río se escuchaba allá lejos similar al suave murmullo de esperanza que aguardaba ser descubierto. Nada podía interrumpir la perfección de mi extravío.
De repente note con asombro que algo se acercaba a mi. Apresuré los pasos, pero eso se acercaba cada vez mas. Esto me siguió por aproximadamente dos horas y de repente desapareció, lo que no me puso mas tranquilo. Me senté bajo un árbol a descansar, mi garganta estaba reseca necesitaba agua. Me encontraba dormido y me levanté exaltado, al abrir mis ojos noté que una persona estaba junto a mi, me había tapado y tenia unos paños fríos en la cabeza. Por extraño que pareciese no sentí temor por esa persona que nunca había visto pero me parecía tan familiar.
-¿quién sos? – pregunté-
-soy exactamente lo mismo que vos: “un perdido”
-Pero, ¿Qué te trajo a mi?
-La casualidad. Yo caminaba intentando buscar la salida de esto. Cuando te encontré estabas delirando de fiebre. Te puse esos trapos fríos y los delirios se pasaron.
Me convidó agua fresca que calmó notablemente mi cansancio. Le conté de la sombra y el me dijo que a él también lo había perseguido.
Caminamos juntos por mucho tiempo, quizás años por los bosques sin encontrar nunca rastros de huellas o algún indicio que nos indicara el paso de alguna persona por allí. Nos alimentamos de los frutos que obteníamos de los bosques. Y lo mas misterioso era la cantimplora que se cada vez que la destapábamos estaba llena de agua fresca. La aparente soledad nos había enseñado mucho sobre nosotros mismos. Nos sentíamos observados, como vigilados.
Una noche mientras observábamos las estrellas entre los árboles, una sombra aterradora alzó vuelo sobre nosotros. Tomó mucha altura y llegó a tapar todas las estrellas con su cuerpo, el bosque quedo completamente mudo. De improviso en el cielo, cientos de imágenes se iban mezclando con gritos, llantos, dolores, sangre, muerte... Mis ojos querían cerrarse pero algo me lo impedía. Esos espejismos en el cielo eran más de lo que podía soportar. Empecé a correr por el bosque, pero las imágenes seguían allí. De repente junto a un árbol encontré a mi compañero llorando y gritando con desesperación: Sabía que la muerte se avecinaba.
Le tomé el brazo y le dije que no quería seguir, que renunciaba a la suerte de estar perdido por siempre, quería volver a mi. Saqué la oxidada navaja para cortar mis venas, pero en ese instante sus lágrimas me tocaron. Las sentí tan tibias, tan similares a las mias que tiré mi navaja y rehusé a morir. De repente las imágenes, los eidolones cesaron de torturarme y las estrellas volvieron a aparecer. Dormimos toda esa noche.
Ya en la madrugada, decidimos seguir caminando y notamos que se escuchaba el río muy claramente. Luego de un tiempo caminando vimos tiritando las luces de la ciudad, y el canal de Beagle brillaba con los primeros rayos del sol.

Texto agregado el 08-04-2004, y leído por 247 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
13-04-2007 Me parece terrible que un texto tan bien enmarcado, con excelente presentación y que prácticamente hace que uno vea la situación no haya recibido un comentario hasta ahora... En fin, paciencia. Estrellas. OrlandoTeran
 
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