Al abordajeeeeeeeeee!!!!!

Y la primera ola de ministros se dejó caer contra la oposición. Ambos barcos se encontraban ya entrelazados a causa de las múltiples anclas que cruzaban de navío a navío. Estas fuerzas de elite, conocidas con el nombre de ministros, eran especialmente audaces y despiadadas, y hacían estragos en las juventudes del enemigo, cercenando ideas y obviando argumentos, dejando un reguero de demagogia pestilente a su paso. A su vez, las cuadrillas de veteranos de la oposición desenvainando floretes y sables, hacían lo propio con los cachorros del gobierno. Las fuerzas iban poco a poco equilibrándose a base de eliminar primero a los sujetos más débiles de uno y otro bando. Encarnizada era la lucha por aquél tesoro milenario que tantas veces había cambiado de manos y que ejerciendo un influjo cuasi mágico sobre sus poseedores los convertía en yonkis autómatas de exclusivas chaquetas. Nadie estaba dispuesto a renunciar al clamor popular, a las opíparas comidas seguidas de copa y puro, al reconocimiento social o a los exorbitados privilegios de trato que conllevaba el detentar aquel poderoso tesoro llamado soberanía; aunque para ello tuvieran que hacerse pedazos los unos a los otros.

El espejismo de tranquilidad que parecía haberse impuesto y que dejaba escuchar los gritos de agonía y estertores de los caídos se tronchó súbitamente al dejarse oír la encuesta del CIS, que daba medio punto de ventaja a los opositores que, alentados y cargados de moral, acometieron con ataques personales y descalificaciones; todo valía en la cruenta guerra política, y fotos de esposas y madres, contratos fraudulentos y corruptos y evidencias de tráfico de influencias impactaban en los políticos del gobierno, haciéndolos perecer uno tras otro. No fue público ni notorio, pero en el fuero interno de cada político/pirata se rindió un homenaje personal al ministro de cultura que, viéndose acorralado por tres violentos activistas afiliados se dejó caer por la borda en un acto que rara vez se producía en política y que, sin estar del todo convencidos de su significado, los piratas llamaban dimisión. Y así fueron limpiando de rivales el propio barco y el ajeno; mas cuando más cerca se encontraba la victoria, los mismos compañeros de partido comenzaron a atacarse entre sí; a menos hombres, mayor sería la porción de poder que se les adjudicaría en el reparto. La sangre manchaba sus manos convirtiendo el éxito en una trifulca fratricida que sólo cedió ante el grito de “¡Armad los cañones, bajeles a estribor!”. Los supervivientes bajaron a las bodegas en busca de kilos y kilos de promesas electorales que volarían al encuentro de los nuevos contendientes, uno, dos y hasta tres nuevos veleros se divisaban recortándose sobre la línea del horizonte, ondeando en ellos las banderas de sus correspondientes partidos políticos. El Alférez reorganizó a sus hombres, pues en este caso se enfrentaban a una de las cosas más molestas que se ven en las Cortes. Una coalición. Pero no cejaron en su empeño, pues sabían que la batalla no había terminado, ni terminaría aquel año, ni el siguiente; pues siempre hay candidatos acechando para tratar de hacerse con el poder.