Scouts.
El verde es mi color favorito. Me recuerda los mejores años de mi niñez, cuando salía con mi patrulla de excursión o participando en algún campamento. Cuando era pequeño vivíamos con mis siete hermanos a los pies del cerro Chena, en la ciudad de San Bernardo. Nos perdíamos entre la verde hierba de los sembradíos y con algunos amigos improvisábamos guaridas secretas entre las ramas de los sauces que caían sobre las acequias de regadío. A veces éramos corsarios...otras veces éramos indios o vaqueros...Total, la imaginación alcanzaba para todo.En ese entonces, mi color favorito era el amarillo. Existían en aquella época, los kioscos de revistas y mi personaje favorito era el Super Ratón. Tenía este personaje, un traje amarillo y una capa roja. Me encantaba verlo derrotar a los malvados gatos, a los cuales iba amontonando en algún lugar o cuando rescataba a su novia Chelo, una adorable ratoncita. El color amarillo además, me recuerda mi primer libro : El príncipe feliz, hermosamente empastado en color amarillo, con la imagen del príncipe y la golondrina en la tapa. Me lo regaló mi madre como a los siete años y es uno de mis cuentos predilectos. El verde me recuerda los verdes pinos, los cerros llenos de hierba, los bosques en general. El olor de los pinos en especial, me remonta a esa época feliz, en que la única preocupación se traduce en como pasarlo mejor todavía, que el día anterior. Como a los nueve años, se me antojó convertirme en boy scout. La ceremonia de la promesa, es uno de los recuerdos mas queridos. Existía entonces una mística que hoy en día es difícil de encontrar...Mi patrulla se llamaba Halcones y yo era un flamante patrullero.
Uno de mis primeros campamentos, fue un viaje a la ciudad de Valdivia, en el sur de Chile. Salimos desde la estación de ferrocarriles de la ciudad de San Bernardo, un hermoso día de verano. Mi juventud me hacía sentir emociones encontradas. Nostalgia anticipada, por mi casa, mi familia y mis pequeños e insignificantes tesoros, amontonados en una vieja maleta debajo de mi cama; curiosidad por lo desconocido y ansiedad por llegar pronto a nuestro destino.
El viaje fue muy agradable. Los cantos y las bromas, eran normales en estas salidas y la alegría, era uno de los condimentos que le daban sentido a la aventura. Nos acercábamos a la ciudad de Temuco, en el sur de Chile y el tren se detendría por algunos momentos, tiempo insuficiente para cualquier excursión. La orden era permanecer en nuestros asientos, pero a Leo se le ocurrió la fantástica idea de bajar a escondidas, con el tren en movimiento, como los vaqueros en las películas del oeste. Le susurró la idea a Carlos y este aceptó en seguida. El guía estaba ocupado, entregando colaciones a los muchachos mas pequeños y no se percató de lo que se tramaba en el otro extremo del carro. De pié en la pisadera , Leo y Carlos se prepararon a saltar. Jamás lo habían intentado, pero por alguna absurda razón, les parecía una empresa fácil. En las películas al menos, los vaqueros lo hacían continuamente y nunca perdían el equilibrio. Carlos era un muchacho alto y bastante imprudente. Cuando el tren comenzó a disminuir la velocidad, no vaciló en saltar hacia el anden. Lo hizo en forma inadecuada, de espaldas a la locomotora; trastabilló unos instantes intentando mantener el equilibrio y cayó finalmente hacia atrás, quedando allí por unos cuantos segundos. No pasó nada afortunadamente y se levantó apresuradamente, cuando vio venir al guía de nuestra patrulla . Claudio era serio y muy exigente con la disciplina; estaba furioso. Agarró a Carlos de un brazo y lo obligó a regresar al tren. Carlos asustado, no opuso resistencia y el viaje continuó aparentemente en paz. Lo que Claudio le dijo a Carlos, solo ellos lo saben. Claudio tenía el compromiso de velar por la seguridad de todos sus patrulleros y la atrevida actitud de uno de ellos, podía provocar la misma conducta en el resto de la patrulla. Los padres de cada uno de los muchachos, confiaban en Claudio, quien se había dado el trabajo de visitar cada hogar, para conseguir los respectivos permisos, de modo que no estaba dispuesto a aceptar desobediencias tan extremas. En cuanto a Leo, jamás saltó. Se quedó allí en la pisadera, expectante y divertido tras el desatino de Carlos. Este a su vez, permaneció gran parte del viaje amurrado y muy tranquilo. El paisaje era hermoso y el tren traqueteaba alegremente sobre los rieles. Entre cantos e instrucciones del guía, el viaje transcurrió en una atmósfera agradable y entretenida. Hasta Carlos se unió en un momento a la algarabía. Llegamos a nuestro destino de noche y nos alojamos en el salón parroquial de una antigua iglesia. Esa noche dormimos plácidamente y al amanecer salimos a recorrer la ciudad de Valdivia, plagada de lagos y lugares de excursión. Cruzamos el lago Choshuenco en una barcaza, que además llevaba un camión cargado de madera. Al otro lado del lago, acampamos esa noche. Las estrellas brillaban como nunca en la profunda oscuridad . Dormimos el sueño del guerrero tras el cansado día y la mañana nos sorprendió con un paisaje increíble. Había carpas de todos los colores, especialmente amarillas y anaranjadas. Muchos turistas extranjeros y algunos chilenos con sus típicas carpas grises, compartiendo la belleza de esa tierra inigualable. Desarmamos el campamento después de desayunar para salir en busca de un lugar definitivo para establecerlo. Una vez organizado todo, acudimos al llamado de formación. Se nos dividió en grupos de tres patrulleros, para visitar a los lugareños y entablar comunicación con ellos. Carlos y Leo iban conmigo. Lucíamos orgullosos nuestros uniformes y nuestro pañolín rojo, adornado con una cinta verde en los bordes. Cerca del río Riñihue, una amable y cariñosa mujer, nos obsequió agua y tres enormes panes amasados que complementaron nuestra alimentación de ese día. Regresamos al campamento al atardecer, cansados pero ansiosos de narrar nuestra aventura y de escuchar también las aventuras de los otros grupos. Allí, a la luz de una enorme fogata, cada grupo elegía a un narrador para contarles a los demás lo acontecido en su respectivo viaje, con lujo de detalles y con algunas sabrosas exageraciones para condimentar una simple salida de excursión. Eran tiempos hermosos en los que podíamos beber el agua de los arroyos sin el temor que existe hoy en día por la contaminación y respirar el aire puro de los campos, que de todas maneras, no han perdido su belleza natural...todavía...Pero, todo pasa, en especial el tiempo, que avanza inexorable y que nos lleva a otras etapas y otros tiempos. Un día divisamos la luna en el estrellado firmamento y juramos que allí, esta dibujado un corazón. Entonces, todo se transforma y nuestros sueños cambian y los amigos comienzan a eclipzarse. Crecemos, esa es la tragedia...y la infancia dorada se nos escapa de las manos en un torrente incontenible. Un día de pronto, descubres que un viejo te mira desde el espejo...Los años pasan rápido y la nostalgia nos envuelve como un manto de niebla. En los tiempos actuales, sin embargo, todo parece haber cambiado. Lo que antes era un pasatiempo sano, se ha transformado en algo peligroso. Hay delincuencia en las calles , en los parques, en los bosques. Los prados y los rios, estan contaminados y la mística ya no es la misma. Yo mismo me he negado a que mis hijos salgan de excursión...es todo tan diferente a lo que yo viví, que siento temor de no tenerlos cerca, con la consecuencia de ser duramente criticado por mis propios hijos y por algunas personas que evidentemente, no tienen idea de la tormenta que se desata en mi alma. |