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TAROT
(Tres versiones)





La versión del Muerto



La vieja mezcló las cartas con manos habilidosas y plantó el mazo frente a mí, sobre la mesa redonda tapizada de paño rojo. Con un movimiento rápido y persuasivo extendió los veintidós arcanos mayores en abanico perfecto.



- Elige una carta -dijo y me dedicó una de sus mejores miradas fingidas de tarotista gitana. Sólo le faltaba la verruga en la nariz y volar en una escoba. El resto estaba a la vista.



- Ésta –le indiqué sin entusiasmo.



La vieja levantó la carta y me miró como si supiera cosas decisivas acerca de mí.

Con una lentitud exagerada -porque los prestidigitadores tienen que darle algo de suspenso al asunto-, como queriendo dar la impresión de que el proceso la incomodaba, la vieja apoyó la carta sobre la mesa.

La imagen ostentaba una figura siniestra que parecía reír oscuramente.

“La Muerte”.

¡Qué original! La cosa ya empezaba a aburrirme. Lo que debía ser algo divertido e interesante se convirtió en un bodrio insoportable.



- No hace falta ser adivino para saber que me voy a morir. Todos nos moriremos algún día ¿no? –dije insinuando un descortés escepticismo.



Afuera se oía el gorgoteo de una lluvia incipiente.



- A ver... ¿Y cómo se supone que voy a morir? –pregunté irónicamente, haciéndole notar que yo no era tan fácil de tomar desprevenido.



La vieja demoró en contestar. Sin duda otro ardid para engañar clientes ingenuos.



- No lo sé. Las cartas no lo dicen.



- Ja, jaa, jaaa! Usted si que es todo un caso, eh!



Busqué algunos billetes en el bolsillo del pantalón, se los dejé sobre la mesa y me fui. Me prometí que en el futuro en lugar de tirar el dinero a la basura, invertiría en algo más productivo como psicotrópicos. Vieja de mierda.



Cuando salí a la calle la lluvia no me tocaba.





La versión de la Muerte



El pibe terminó de masturbarse, soltó un largo y ronco gemido y se limpió con el borde de la sábana. Prendió un cigarrillo y se puso a hacer zapping sin muchas expectativas. En la televisión no había nada interesante, como siempre. Doscientos canales de pura mierda lista para ser digerida.

Se echó un largo trago de Vodka y me miró de soslayo. Hace tiempo que la idea de alojar una bala en el cráneo le martillaba la cabeza. Ni siquiera se preguntó cómo había llegado hasta ahí. Yo descansaba sobre la mesita de luz, junto a la botella de Vodka y un cenicero repleto de colillas fumadas hasta el filtro.



Empezó como todos, con una bala. La colocó cuidadosamente en el cargador, hizo girar el tambor y destrabó el seguro. Ejecutó todo con una tranquilidad pasmosa, como restándole dramatismo a la situación. Se apoyó el caño sobre la frente y lo sintió frío. Apretó los dientes al mismo tiempo que apretó el gatillo.

¡Click! Nada.

El vértigo de esa primera experiencia le devolvió una especie de energía renovada, como un sentirse demasiado vivo que le resultó poco habitual. Era un equilibrista que había cruzado un cable de alta tensión colgando entre rascacielos sin red de contención.

Pero él me había desafiado. Una sombra de cuervo más oscura que la noche se había ceñido sobre sus días. Lo que empezó siendo algo original y emocionante terminó siendo una rutina más dentro de ese mar de inapetencias que era su vida. Y lo mejor, una rutina necesaria.



El pibe se había echado un largo trago de Vodka y me miraba de soslayo. Ese día había amanecido un sol opaco, como empañado por un vapor sangriento. El pibe, sin embargo, parecía más animado que de costumbre, hasta creo que sonreía mientras colocaba las seis balas en el cargador.



“Seis sobre dos”, pensó.

“Si zafo de ésta me dejo de hacer pendejadas”, se dijo con escasa convicción.



Antes de disparar creo que dijo algo acerca de ir a ver a una vieja con fama de nigromante que vivía cerca del barrio. Y apretó el gatillo.



Del televisor una voz inexpresiva anunció lluvia para el mediodía.





La versión de la Astróloga

Cuando el fantasma vino a verme ya traía el signo inequívoco de la muerte gravado en la frente, inherente a su naturaleza fantasmagórica. Traía un coágulo de sangre y masa encefálica colgándole de la sien y la actitud desconfiada de los incrédulos que se acercan para borrar toda incertidumbre. Le di a elegir una carta por pura formalidad, porque no se puede leer el futuro de alguien... bueno, en su condición.

Obviamente, eligió la única carta que podía elegir alguien de su estado. La situación empezaba a incomodarme, no por miedo, sino porque no es bueno estar mucho tiempo junto a un fantasma. Puse la carta sobre la mesa y él se mostró suspicaz, aunque en el fondo la imagen lo inquietaba. Después dijo querer saber cómo iba a morir.

Demoré en contestar porque no sabía qué decirle.



- No lo sé. Las cartas no lo dicen –mentí.



El fantasma se rió con ganas, con esa risa hueca que tienen los fantasmas.

Dijo querer saber cómo iba a morir, pero lo que no sabía es que ya estaba muerto mucho antes.

Antes de atravesar la puerta se volvió y me hizo un gesto obsceno, después desapareció.



Afuera, una lluvia desencantada desnudaba las calles.





Escrito por: Víctor Hugo Perrone

Texto agregado el 09-02-2008, y leído por 143 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-02-2008 Bien, excelente ritmo, buena estructura, bien llevado, bien puesto el recurso de la lluvia como conector, me gustó, te felicito- tiresias
 
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