Ustedes, hijos míos que nunca parí.
Ustedes, carne de mi carne en el sentido total.
Ustedes, que saben realmente cómo soy.
Ustedes, que son los que juzgan el sabor de mi Fe.
¿Qué amor tan inefable, qué gigantesca razón de ser,
qué oda del destino final, decidió negarme los hijos, pero regalarme gusanos?
Porque, cuando hayan terminado de taladrar mi carne,
y mi osamenta sea un reflejo opalescente, asomando entre la tierra,
y las lenguas hayan olvidado como se modula mi nombre,
ustedes, mis amados, pulularán por el valle,
y llevarán el recuerdo de mi carne,
en su retorcida personalidad.
¡Oh gusanos míos, hacedores de mi inmortalidad! |