Has muerto. Y eso no es nada del otro mundo en realidad, porque todos pasamos por esa aldea llamada muerte en algún momento de nuestras existencias. Alguno se mueren físicamente y otros buscan maneras más locas y originales de morir, como tú.
Los días se pueden hacer tan cualquier cosa; pasan como si nada, son el abrir y cerrar de un ojo gigante que tarda esa operación lo que tarda en irse el día. Pero las cosas son lo que son, por que el que las ve así lo quiere.
En ese tiempo yo quería ser el gigante del párpado flojo: Me encantaba pasar el día en lo que se abren y se cierran los ojos, se podría decir que lo único que me interesaba, era eso, aunque en el transcurso del abrir y del cerrar pasaran muchas cosas, por que como cualquier otro ser que habita este intento de ciudad, yo también hacia cosas
.
Pero nada de lo dicho anteriormente tiene que ver con tigo, no de forme directa, por que tú no eras para nada parecida a mí, tú abriste los ojos y nunca más los quisiste cerrar; tu piel blanca y pálida que resaltaba la fragilidad de tus venas en tonos verduscos, también parecía dejar en claro tus ojos, parecías un gato que acababa de despertar. Tal vez por eso, por que no cerrabas más los ojos, te cansaste y te querías ir.
Tú y yo nunca coincidíamos, yo andaba con los ojos cerrados la mitad del día y tú que nunca cerrabas los ojos, no me mirabas cuando los tenía abiertos.
Solo por un desfase de mi rutina diaria a causa del clima pude presenciar una de las muertes más originales de todas.
Los días era lo mismo desde hace tanto ya, tan brillosos, tan azules, lo mostraban todo desde que amanecía. Parecía que la luz solar se propuso dejar a la vista la enfermedad social donde caminan por las calles gentes regordetas, limpias con arbitrarias preocupaciones al lado de seres flacuchos hediondos, casi personas ocupadas en lo básico del estómago y tal vez con algo arbitrario en sus cabezas: El saber que se pudren en vida.
Esa luz que tú veías magnífica yo la detestaba y por eso parpadeaba. Mucho más en invierno todo brillaba como un diamante frío y blanco, pero por el apocalíptico destino que nos depara este desorden climático, la mierda de días brillantes fue cambiado por días lóbregos. Desde el amanecer las nubes eran de un plomo profundo, había una bruma que lo envolvía todo y aunque solo fuera smock no importaba si al final estaba contento sin mucha gente alrededor, por que a la gente los días sin claridad son solo escondites para asesinos en serie; una ventaja de la paranoia colectiva en la que estamos sumidos.
Esos días no eran como cualquier otro, se disfrutaba la vida, sé que hasta tú lo hacías, yo casi no parpadeaba y dormía plácidamente un rango de nueve horas.
Tú y yo nunca coincidíamos. Yo parpadeaba, tú siempre tenias los ojos abiertos. Pero por presenciar unos extraños y hermosos días lúgubres desde el amanecer, coincidimos por primera y última ves.
Abriste la reja café como un fantasma, tu piel blanca ese día era aun más blanca, la luz casi traspasaba tu cuerpo; el ruido que generalmente hacías para abrir la puerta esta ves fue mínimo. Al pasar a mi lado sentí tu presencia que lo cubría todo, tanto así que me estremesí. Escuché el ruido sin ruido que hiciste al subir las gradas, cuando generalmente tus pasos retumbaban con torpeza en la madera.
Como nunca me apresuré a subir, no por que me importara si te pasaba algo, si no porque eras un acontecimiento poco habitual, eras como esos días lóbregos entremezclados en días de absurda luz.
Al subir las gradas el tiempo se me hizo eterno, parecía que flotaba de escalón a escalón, en mi rostro se dibujaba una mórbida sonrisa como la de un niño que descuartiza una hormiga.
Al abrir la puerta para llegar a tu encuentro estabas de espaldas, por un momento me dio la impresión de que podía verme al espejo a través de tu cuerpo. Luego te diste la vuelta muy lentamente como si no tuvieras cintura, como si fueras un solo bloque. Y por primera vez me miraste o al menos eso creí, por que tus pupilas estaban plagadas de oscuridad, tus ojos eran totalmente negros sin distinguir ese blanco que antes parecía eterno. Un líquido espeso y oscuro surcaba por tus mejillas, bajaba por tu nariz y cundía la comisura de tus labios. Tu piel, ahora casi transparente, tenía dos tonos contrastantes: el blanco fantasmal y el negro que surcaba por tus venas.
El ser humano es descubridor por esencia, su capacidad para impresionarse, emocionarse y encandilarse ante lo nuevo, ante aquello que agudiza sus sentidos parece ser infinita. Cada cosa por muy intrascendente que esta resulte para el conjunto humano, resulta invaluable para lo unitariamente personal.
Descubrir que te amaba mientras te desplomabas al piso por ingerir una sustancia tan oscura como el pensamiento que hizo que te la tragaras, fue, aunque doloroso, el descubrimiento cumbre en mi existencia.
Sin que el amor como palabra interfiera, recorro las calles sin cerrar ya los ojos tratando de descubrir eso que te llevó adonde fuiste y me lleve a mí también a tu encuentro.
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