Ethólpe se acercaba, con inquietante lentitud, al sarcófago de uno de los demonios antiguos más aterradores, Bláspharoh, el titán del fuego. En su mente tenía muy claro lo que iba a hacer. Pero como nunca antes, el temor la hacía titubear. No tubo que esforzarse mucho para notar que no estaba sola en la habitación, alguien la observaba, oculta entre una de las estatuas doradas y la oscuridad de su sombra. Enfrascarse en una conversación con quien estuviera ahí, le pareció un buen modo de pasar el tiempo mientras meditaba si despertar al titán.
-Lilith, ya te he visto- dijo Ethólpe volteándose a la estatua dorada.
-Maldición, ¿cómo supiste que era yo?- dijo una bella mujer de cabello caprichosamente ensortijado y color sangre, mientras salía de la sombra.
- sabía que alguien estaba acá, no era una presencia demoníaca, divina o mortal y créeme, pocas personas son como tú, un misterio del universo- dijo la diosa con dejo sarcástico.
-Muy graciosa, ¿Qué haces acá?- comentó la mujer mientras caminaba hacia Ethólpe y ni se preocupó al traspasar el inmaterial cuerpo de la divinidad.
-Nada que a ti te importe- respondió abruptamente la diosa.
- Ya veo,¿Has notado que raro está el día hoy? El infortunio está en el aire, Ishváth estaría tan feliz- dijo Lilita, dándole a entender a Ethólpe que el despertar del demonio ya era sabido.
Lilith era una paradoja existencial, no era una mortal, ni un dios ni un demonio, nadie sabía exactamente cual era su origen. Pero tras su inocente imagen de lozanía, ocultaba sus siglos y siglos de vida, en los cuales se había hecho una experta en las ciencias ocultas y tras la levantamiento de los humanos contra los demonios, se convirtió en una amenaza y debió seguir su vida escondiéndose constantemente.
-¿Qué sabes acerca de eso?- inquirió sorprendida Ethólpe.
-verás, querida Ethólpe, en mis años de vida, he logrado crear un exquisito circulo de amistades, las cuales me mantienen al tanto de todo lo que pasa en el exterior-presumió Lilith.- Es una lastima que en estos momentos Ishváth esté siendo liquidado por un tal Hendrícke Mandrake- agregó. Ethólpe dio media vuelta y posó su mirada en la inscripción del sarcófago, leerla en voz alto liberaría al Titán.
-Sabes que despertar a Bláspharoh no salvará a Ishváth y sólo te causará problemas, las nueve fuerzas, te liquidarán- exclamó Lilith.
- ¿Y tú porque estás acá entonces?- preguntó Ethólpe.
-Me gusta el lugar, acá ningún mortal puede llegar y además me enfoco en encontrar a Erebus, él sí que podrá acabar con los nueve.
Mientras, muy lejos de allí, Ishváth había logrado dar con las ruinas enterradas de su antigua fortaleza, y hasta ahí lo habían seguido Hendrícke y sus hombres. Para la edad que tenía y el cargo que ostentaba, Hendrícke era más bajo de lo normal, pero su anatomía, claramente, era la de un guardián. Sus ojos eran marrones y su cabello castaño oscuro, peinado de tal modo que uno de sus ojos quedaba totalmente cubierto por el. Hendrícke se adentró sin temor alguno, junto a sus hombres, a las ruinas de la Isváthotva, aunque ni siquiera sabía de que templo podría tratarse.
Ishváth se aprovechó de la oscuridad del lugar para acabar con todos los hombres que acompañaban al Mandrake con gran facilidad, para el estado en el que se encontraba, el demonio estaba tan maltrecho que comenzaba a vomitar magma, mientras Hendrícke lo buscaba, Ishváth tomaba los cadáveres y comenzaba a recostarlos sobre lo que alguna vez fuera una mesa de sacrificios y comenzó a rugir hasta conseguir que sus rugidos sonaran como palabras, en un idioma que Hendrícke no logró comprender, pero que al menos le indicaban donde se encontraba el demonio. Corrió con su espada apretada firmemente para acabar con el demonio y cuando estaba llegando donde él, se tropezó con uno de los cuerpos de sus soldados y cayó sin soltar su espada. Ishváth lo miró fijamente sin dejar de recitar las palabras del ritual, mientras una luz anaranjada comenzó a rodear al demonio. El mandrake se levantó ayudado por su espada y comprendió que el demonio estaba indefenso, alzó su espada y sin contemplaciones lo decapitó. Provocando una explosión tan fuerte que lo tumbó contra una de las paredes del templo y produjo que el lugar comenzara a desmoronarse.
Ethólpe estaba por leer la última inscripción cuando sintió como Ishváth moría. No había necesidad de despertar a Bláspharoh. Pero ella se encargaría de acabar con el asesino de su amado Ishváth y su condición divina le daba la ventaja del tiempo para llevar a cabo su venganza. No importaba si el asesino muriese, Ethólpe descargaría su ira con las siguientes generaciones, hasta acabar con los Mandrake.
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