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Inicio / Cuenteros Locales / AnaAlonso / SÁLVESE QUIEN PUEDA

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Me había levantado con mal pie. Tenía comité de tumores a las ocho y cuarto. Había un camión averiado en la calzada y tuve que soportar un descomunal atasco hasta conseguir llegar a mi trabajo. Para colmo, no quedaban huecos libres en el parking. Después de dar no sé cuantas vueltas y convencer con embustes a un vigilante de que mi urgente presencia era cuestión de vida o muerte, conseguí que me permitiera dejar el coche, sin seguro ni freno de mano, en una zona reservada. Me puse la bata a toda carrera y llegué a la sala de sesiones con veinte minutos de retraso. Al parecer no fui la única con problemas por el tráfico porque aún faltaba bastante gente.
Para ir ganando tiempo, el presidente del comité pidió al mir de primer año que contara la guardia. Es curioso, en los hospitales las palabras tiene un significado encubierto. No usamos uniforme, sino pijama y bata. No decimos, describa, explique, informe, dé el parte de guardia. No. Mejor haga una narración de hechos fantásticos, relate. Apenas el residente había comenzado: “Ha habido un ingreso en el sector B de la cuarta planta, un varón…”, el jefe del servicio de cirugía general le interrumpió. “¿Mayor?”. “Sí”, contestó con énfasis, “por lo menos cincuenta años”. Hubo algunas sonrisas disimuladas que el residente no fue capaz de interpretar. El jefe de cirugía siguió, impasible, interrogando: “¿Cuál ha sido el diagnóstico?” El residente contestó: “El caso no está muy claro, parece que se queja de dolor abdominal pero no podemos entenderle, no sabemos en qué idioma habla”.
Mi hospital está lleno de personas que se expresan en lenguas extrañas. Jubilados nórdicos y centroeuropeos, marineros de paso procedentes de lugares impronunciables, africanos y pakistaníes que llegan en pateras, jóvenes que vienen de los países del este. Antes, lo más importante era la historia clínica. Un médico se sentaba en una silla o a los pies de la cama, con todo el tiempo del mundo por delante, e interrogaba al enfermo mientras tomaba notas. Ahora todo se resuelve, o no se resuelve, con radiografías y exploraciones especiales. Nadie está quieto, nadie permanece más de cinco minutos sentado. Los pasillos parecen galerías llenas de hormigas albinas que corren de un lado para otro. No importa el idioma del enfermo, siempre se dice lo mismo, vamos a esperar los resultados de los análisis y ya hablaremos, pero nunca llega ese momento. Y si llega, tampoco sirve de mucho. En mi familia, cuando alguien va al médico me pide que le acompañe o que me informe después de la visita. Para que traduzca, eso dicen ellos.
El residente siguió contando. “Ha habido un exitus”, dijo, acentuando la e. Hay muertos en las carreteras, en los tsunamis, pero aquí no, aquí son exitus. Quizás preferimos pensar que el paciente se ha escapado por la puerta de servicio. Como en el cine. Entras por la principal pero sales por otra pequeñita, casi siempre a un lado de la pantalla, señalizada con un rótulo iluminado que no dice “salida”, sino “exit”. Se acabó la película. ¿Le ha gustado? ¿Sí? ¿No? Pues da lo mismo. Andando, para usted ya todo ha terminado.
El residente, que aún no domina el léxico, amplió la información. “Se trata de un paciente que ingresó hace dos días por un cuadro de pérdida de memoria; estaba siendo estudiado y, de repente, se murió. Los familiares autorizaron la autopsia”. El jefe de cirugía aprovechó la ocasión para vengarse por lo de los cincuenta años: “Perdón, necesito que me aclare algo, ¿el paciente murió de repente o de repente se lo encontraron muerto?” Por suerte para el residente los especialistas que faltaban ya habían llegado y empezó la reunión del comité.
El cirujano torácico tomó la palabra para protestar por el retraso en realizar un TAC a uno de sus enfermos. El radiólogo le objetó que no era culpa suya, que un equipo se había estropeado y tardarían como mínimo una semana en traer el repuesto de Alemania. El cirujano respondió, airado, que le enviaría al enfermo para que le explicara por qué no se operaba. Es difícil entender que, en los tiempos que corren, se tarde una semana en traer un repuesto de Alemania, pero así es como sucede. Le llaman trámites administrativos. El jefe del servicio de radiología tiene que hacer una solicitud por escrito y con acuse de recibo dirigida al subdirector médico que le corresponda, porque hay varios. Nada de correo electrónico y eso que, cuando inauguraron el hospital, anunciaron en la prensa que iba a ser el no va más, un hospital sin papeles. El subdirector debe dar el visto bueno a la petición y enviarla al director médico, quien a su vez la pasa al director de gestión económica, éste al jefe del servicio de mantenimiento, quien valora la idoneidad del pedido, y con todas las firmas y los sellos de los anteriores, el gerente da la orden de compra. Este trámite es para los casos urgentes. Las peticiones habituales tienen que ser aprobadas por una comisión fantasma de la que nadie sabe quien la compone, quien la preside, quien la convoca ni cuando se reúne. Hay quien piensa que es inoperancia, pero yo sé que nada es casual, que existen razones para todo. Estoy segura que hay personas que cobran por diseñar sistemas ingeniosos para que nada funcione. Mientras, en los servicios afectados se forma un lío impresionante, los estudios se aplazan, los pacientes no pueden empezar los tratamientos y los médicos se pelean unos con otros. Nos hemos modernizado en apariencia, pero, en el fondo, nada cambia.
Mientras, al otro lado de la mesa, dos oncólogos discutían acaloradamente sobre la dosis adecuada de un medicamento que debía recibir otro paciente, cada uno amparándose en separatas de recientes revistas científicas con resultados contrarios. Por fin el moderador dijo, “lo que hay que hacer es aplicar el protocolo”, que es otra palabra mágica, los ánimos se calmaron y pudimos revisar todos los casos. Finalizada la reunión, el clínico acudirá a la consulta o a la planta y le dirá al paciente, o a sus familiares, que han discutido su caso en sesión clínica y han llegado a un acuerdo sobre la mejor forma de tratar su enfermedad, y el paciente, o sus familiares, interpretará esa palabra, discutido, como estudiado, y se sentirá reconfortado por el interés demostrado.
Cuando regresé a mi servicio, pregunté a la secretaria quien había hecho la autopsia del paciente del que se había hablado en la sesión. Era Teresa. “Acabo de terminar. No te lo vas a creer. Como la semana pasada, otro caso en blanco”, me informó. “¿Qué le has dicho al clínico?”, indagué. “¡Qué le voy a decir!, que seguiré investigando, que ponga cualquier cosa en el certificado de defunción para que la familia pueda llevarse el cadáver, yo que sé, una insuficiencia respiratoria, ya sabes que los jueces ahora no aceptan lo de paro cardíaco”. Y añadió, “Llevamos tres seguidos ¿no te parece un poco raro lo que está pasando?” “Bueno”, intenté tranquilizarla, “tampoco hay que alarmarse antes de tiempo. Esperemos a completar el estudio”. Pero sí que estaba preocupada.
Por fortuna no pude volver a pensar en ello. El resto del tiempo se me fue volando, sacando casos pendientes, hablando por teléfono. A media tarde, a la hora en que los pasillos se vacían, cuando el bullicio se concentra en las zonas de urgencias y de visitas, cuando aparecen los carritos de limpieza, cuando otro hospital que suena distinto, que huele distinto, se hace visible, empecé a darle vueltas al tema. Todo había empezado con el hombre de los dedos amputados, pero empezaba a tomar un cariz inquietante. ¿Qué tenían en común todos estos casos? Aparentemente eran personas sanas que habían sufrido un deterioro cognitivo muy rápido.
Se habla mucho de los peligros del cambio climático. Pero, ¿qué está pasando con la memoria? La verdad es que cada vez recordamos menos cosas. No me refiero solo a lo que ocurrió hace cincuenta, veinticinco años. La gente dice, de qué me hablas, ¿eso pasó aquí, en el pueblo? No puede ser verdad, nadie lo ha visto, nunca escuché nada. No hace falta irse tan lejos. Lees un libro, ves una película, y cuando te preguntan de qué trata, empiezas a dudar, no, esa no es; déjame pensar, aquella, no, tampoco. En seguida encontramos una disculpa. Es que tengo muy mala memoria, tantas cosas en la cabeza, mucho trabajo.
Se había hecho tarde. Apagué el microscopio, me vestí de calle y bajé por el coche, que afortunadamente seguía en el parking. Las nubes se habían disipado, el tráfico era fluido y una luz rojiza, que parecía proceder de otra galaxia, teñía el horizonte. Encendí la radio. Sonaba una canción de “Anatomía”, el nuevo álbum de Ana Belén. Su título: “Sálvese quien pueda”. Sonreí. Al final, no había sido tan malo el día.

Texto agregado el 08-02-2008, y leído por 343 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
17-02-2008 Te veo de guionista en el serial de House. En estos menesteres quisiera yo verle. Muy bueno. leante
11-02-2008 Me encanta la facilidad con la que te mueves en cada línea. Se nota y mucho que manejas bien el tema***** anyglo
09-02-2008 De seguir así tus casos tendrán el mismo final que los de mis relatos... es decir, a saber qué será... Describes muy bien, tanto... que parece estar presente en cada una de las escenas. 5* _Rosi
09-02-2008 Que barbaridad, la mar de interesante este pequeño diario de una mujer atribulada pero cojonudamente feliz en los tiempos modernos!Como para subirlo al Cosmopolitan, coño, que al Cosmopolitan!Que está de cojones, vamos me he meado de la risa! marxtuein
 
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