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Había cierta complicidad entre ella y yo. Me había dado cuenta que por algún motivo ella me necesitaba y a mi me encantaban sus pechos. Ella era Francesa y yo fantaseaba con ir a Francia para besar unos pechos como esos. Los dos éramos compañeros ahora, habíamos aceptado un trabajo de verano cuidando chicos discapacitados en una colonia de verano. Ella se sentaba junto a mi para comer; se acercaba para hablarme por las tardes y me había enseñado a ponerle los pañales a Rolando. Rolando era un chico de nueve años que estaba a mi cargo y que a veces se cagaba o meaba encima. Él no podía mover uno de sus brazos y tampoco sus piernas, de cualquier manera nos la ingeniábamos para jugar al básquet, al tenis e inclusive para nadar.
Tenés el pelo muy largo, me dijo Rolando, y ella, que se llamaba Cintia, se rió a carcajadas. Te voy a cortar el pelo, me dijo, y al rato apareció con una máquina eléctrica en las manos. Yo tenía el pelo crecido, y cuando tenía el pelo crecido se me formaban rulos y ella me pasaba la máquina y la máquina se trababa en mi enmarañada cabeza, en vez de enojarse ella se reía y yo sentía sus manos como en caricias y veía caer los cabellos al suelo y formar islotes negros. Al final terminó, así estas mucho mejor, me dijo ella, Rolando dijo, es verdad, antes parecías un mono.
En el complejo donde se desarrollaba la colonia de vacaciones había un lago pequeño y artificial. Estaba rodeado de árboles y era lindo ir por allí a la tarde. Estábamos paseando por el lugar con Rolando y él me dijo, cuando Cintia te mira sus ojos se ponen raros, qué querés decir con eso, le dije, quiero decir que se le ponen los ojos raros y eso significa sólo una cosa, me quedé en silencio, quiere decir que gusta de vos. No digas pavadas Rolando. Soy un niño pero no soy tonto, dijo, mi papá dice que cuando a las mujeres les brillan los ojos es porque están enamoradas y a ella le brillan los ojos. No dije nada. Me quedé callado. Rolando me pidió que pesquemos, entonces fuimos por las cañas y así lo hicimos.
En mi cabeza había rondado la idea de llegar virgen al casamiento, pero los años pasaban y mis hormonas hervían y mis amigos se desvirgaban y me contaban que aquello estaba muy bueno. Había decidido por fin aprovechar la primera oportunidad que se me cruzase y allí estaba Cintia dando vueltas a mi alrededor y Rolando diciéndome que me miraba raro y esas cosas.
Cenábamos y ella estaba sentada a mi lado y Rolando desde el otro lado de la mesa me guiñaba los ojos y la señalaba. Yo lo miraba serio, pero seguía con sus gestos y ademanes. Qué le pasa a Rolando, me dijo ella. Nada, es que no tiene hambre y cuando le pasa eso molesta. Rolando se reía. Ella me pidió que le pasase el jugo y yo tomé la jarra y le llené el vaso. Qué caballero, dijo Rolando en tono burlón. Ella sonrió. Yo me sentía colorado, como si me hirviese la cara. Qué te pasa, me dijo ella. Nada, es que esto está picante. Esto no está picante, es arroz con pollo y apenas si tiene algo de sal, dijo. Es que él gusta de vos, le dijo Rolando, y yo quise triturarlo pero me quedé mudo y la miré de reojo y ella tampoco dijo nada pero sonreía.
Esa noche yo estaba de guardia, lo que significaba que tenía que dormir con los chicos. Antes de acostarme revisé que no faltase nadie, encendí la lámpara de mi cama y me dispuse a leer. Alguien me quitó el libro de las manos y allí estaba ella sonriendo y pidiéndome que me corra para poder acostarse. Miré alrededor, lo chicos dormían. Es verdad lo que dijo Rolando, preguntó ella. Yo miré sus pechos, la besé. Terminamos los dos desnudos bajo las sábanas. Vamos a hacer el amor, le pregunté. Ella frunció los labios como dándolo por hecho y yo le dije, esperaba a una mujer especial para mi primera vez, y ella volvió a fruncir los labios, y de repente yo estaba dentro de ella. Se colocó encima mío, y se movía, y yo miraba su cara hermosa, y sus pechos, y a través de la ventana sobre mi cabeza podía ver la noche y era una noche hermosa.
Ella se vistió bajo las sábanas y yo hice lo mismo. Ella me dio un beso y me dijo hasta mañana y se fue y yo me incorporé y revisé a los chicos. Faltaba uno. Sentí unas ansias terribles anudarse en mi garganta. Miré debajo de la cama, no estaba. La culpa me cayó encima como un edificio de treinta pisos, era mi responsabilidad, esos muchachos estaban a mi cargo, si algo les pasase a alguno de ellos el que las pagaría iba a ser yo. Volví a recorrer la habitación, me fijé detrás de las puertas, las ventanas, afuera se veía el cielo estrellado, el fondo azul oscuro salpicado como con brillantina blanca. Ya resignado a aceptar que alguien se había perdido fui a buscarla a Cintia. Alguien se escapó mientras hacíamos el amor, le dije, y me ruboricé por mi irresponsabilidad y porque tomé conciencia de lo que había pasado entre ambos.
Ella decidió decirle a los demás coordinadores, todos salieron a buscarlo. Todos menos ella y yo, nosotros nos quedaríamos junto a la habitación para cuidar al resto. Vos te das cuenta lo que hicimos, dijo ella entre risitas picaronas. No es para reirse, dije yo. Ella rió ahora a carcajadas. No te preocupes, lo encontraran y esto no será otra cosa que un lindo recuerdo. Espero lo encuentren, dije. Me empezaste a gustar de verdad después que te corté el pelo, antes parecías un mono, reía. Gracias, le dije, no hace falta que me digas cosas lindas, dije irónicamente. No era tu primera vez, cierto, dijo. La miré buscando una sonrisa en su cara, pero estaba seria, como si me hubiese preguntado aquello de verdad. Si, lo fue, la pase muy bien, ¿y vos? Me dio un beso, después me miró fijo a los ojos, pase mis manos por su espalda y pude sentir los eslabones de su columna, sus omóplatos, sus músculos dorsales. Sentía sus labios húmedos serpentear sobre los míos, su lengua atreverse en mi boca. Una sombra cubrió la luz. Nos separamos y miramos y allí estaba él. Era el muchacho que se había ido, se llamaba Santillán, y había vuelto solo. Donde estabas, le dijo ella. Junto al lago, respondió, no podía dormir y a través de la ventana pude ver la noche, llena de estrellas fulgurantes y blancas, los árboles moverse con la brisa, el sonido de los grillos, las ranas, no pude si no pararme e ir a disfrutar de la noche junto al lago. Es una noche hermosa de verdad, agregó. Ella y yo nos miramos. Yo llevé a Santillán a su cama y lo acosté advirtiéndolo de que no volviese a irse sin permiso. Mientras volvía por el pasillo pensaba que después de todo había sido mi culpa.
Ella miraba hacia el descampado. Se veía el titilar de las linternas de los coordinadores buscando a Santillán. Parecían un montón de luciérnagas volando según el azar. Ella me tomó de la mano. Será mejor que les avisemos, le dije. Ella me colocó la mano sobre la boca, me dio un beso en la frente, luego me besó los ojos. Me llevó mis manos a sus senos y nos besamos. Van a venir, dije. No hasta dentro de un rato, dijo. Y me arrastró a la habitación.

Texto agregado el 08-02-2008, y leído por 332 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
13-02-2008 Muy bien contado. Los personajes tienen mucha vida. El tono es firme y coherente. Otra vez los pechos en un cuento de nazareno (muy bien dibujados por cierto). Me pareció que es un cuento como para un concurso. Sólo unos infimos detalles en la puntuación y una frase en el primer párrafo donde se repite la palabra "verano". Un gusto leerlo. Un cuento atrapante. Saludos!!! romquint
12-02-2008 Un agrado leerlo, gracias por la invitación. uleiru
11-02-2008 Agradable narración, entretenida.***** OMENIA
11-02-2008 ¡Vaya con la francesa! La lectura de tu cuento me resultó fácil y entretenida. PeggyMen
09-02-2008 Expectacular!!!!!!! Un amigo me lo recomendoy compruevo que es genial. Hermosisimo!!! flop
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