Eco del beso.
Volvió una llovizna a encontrar
el silencio. Alguien notó nuestra
ausencia. Dulce momento y hondo.
Fuimos sólo éso: beso.

Quién escucha la oscuridad?
Quién otorga al silencio su última
sílaba?

Eco del beso
en la noche somos,
en la aurora que está y que no
se ve; en la sombra que pisa
nuestras huellas, y que no se ve.

Acaso no existe la sombra?
Acaso no existe este beso ávido de
tiempo, de sonidos ancestrales,
de promesas?

Eco del beso
sobre los tejados conocidos.
Vives también en aquella mujer que
anda sin sombra porque todo
lo ha perdido.

Cómo no fallecer? Cómo no ser
menos en una calle sin amantes?

Alguien recorrió el sendero del miedo
apoyado en unos labios infinitos.
Le brotaron alas. Voló al firmamento.
No hubo sonidos en su trayecto.
Fue mudo el beso. Fue de fuego.


Eco del beso,
en tu implícita magnificencia,
te conservas a ti mismo como una
etimología inédita e inmejorable;
Una forma del alma viajando en libres
labios labios libres
como un sonido que ocurre y que
se vuelve ilimitado, o un silencio
talvez, algo ininteligible,

telepatía del gusto,

convicción absoluta y única de
lo inconmensurable.


Eco del beso
cuando el beso concluye.

El post-sabor que implosiona.

Ya no queda nada entre cielo y mar,
ni la ilusión del horizonte siquiera.
Sólo eres tú, continente intangible,
en medio de la energía que dejaste
cual campo radioactivo:

descubriendo angostos caminos
hacia el corazón.