En un lugar que visite, y cuyo nombre no quiero olvidar, conocí un personaje singular.
Al llegar al pueblo, me quedé atónito. Como primera visión, un monumento histórico cuyas dimensiones me parecieron impresionantes. “No me lo imaginaba tan grande”, dije sin poderme contener. En los siguientes días me dediqué a pasear por sus calles, casi todas adoquinadas con piedra de la zona.
Jalonadas de centenarios y deteriorados muros, vestigios de antiguas fortalezas, tras los cuales, según las crónicas, quien sabe cuántas conspiraciones y encuentros amorosos ocurrieron.
Al cuarto día de permanencia en este lugar, al regreso de visitar un remodelado palacio restaurado como museo histórico, (llamémosle alcázar), al entrar a comer en un restaurante reparé en un señor de unos 70 años, 1.65 de estatura y 60 kg. de peso, al que había visto varios días seguidos en diferentes lugares del pueblo: un día explicando una dirección a no sé quién; otro hablando amigablemente con policía; por la tarde paseando en una plaza. Su caminar siempre era rápido, como quien va a un recado muy urgente.
Se me ocurrió decirle: “Señor, usted es como Dios. Me lo encuentro todos los días en todas partes”. Él me mira y, sin reparo ni intriga, se dirige a mí y me dice: “¿Debo conocerlo, es usted de aquí? No, no es de éste pueblo. Además, su acento al hablar me dice que no es de aquí. Si no es indiscreción, ¿puedo saber de dónde?”.
Al decirle mi procedencia, su semblante se iluminó y a continuación la conversación se torno en un casi monólogo:
Desde su juventud había sido fotógrafo, hasta que se jubiló. bla bla bla. De vez en cuando insertaba algún reportaje gráfico en el periódico del pueblo… bla bla bla. Uno de sus hijos continuó con lo de la fotografía (ahora es una tienda de artículos afines al oficio, complementado con suvenir para los visitantes). El otro hijo trabaja en otra provincia, casado también, y con una niña china adoptada. “Con sus cinco años es una delicia de criatura”, dice con embeleso. Y…bla bla bla.
Desde el fondo del restaurante alguien grita:
-.Don Lorenzo, le estoy calentando su comida.
“Este es un pueblo con mucha historia. Aquí se fraguaron muchos acontecimientos que fueron transcendentes en el desarrollo de la humanidad.” bla bla bla.
“Enviudé hace ocho años. Me afectó mucho. Pase una temporada muy deprimido, y eso anticipó mi jubilación. Como vivía solo, mis horarios gozaban de toda flexibilidad. Tal es así, que hasta las comidas se me olvidaban; y eso deterioró un poco mi salud.” bla bla bla.
-.Don Lorenzo, tiene la mesa servida.-
“Para remediar el problema, y como los señores del restaurante son amigos de toda la vida, llegamos a un acuerdo: por un precio módico al mes almuerzo aquí todos los días. El desayuno donde me encuentre y la cena en casa.” bla bla bla…
-.Don Lorenzo, ¿le caliento de nuevo su comida?
Un camarero me sirvió con esmero lo que yo había pedido. Y don Lorenzo, bla bla bla. ¡Qué elocuencia! Me preguntó si conocía a un personaje popular de mi ciudad. El sí. Cuando, por encargo del periódico, fue a hacer un reportaje con un periodista. bla bla bla.
-.¡Don Lorenzooooo!- El tono del camarero no dejaba lugar a dudas.
-.Don Lorenzo, creo que le han servido su mesa. Que tenga buen provecho. Ha sido un placer haberle conocido. Es usted un verdadero cronista de su ciudad.-
Nos estrechamos la mano, con un “hasta pronto”. En los dos siguientes días que aun permanecí en el pueblo, no le volví a ver.