Cuando nos cuesta decidir por alguna razón es porque siempre ha estado frente a tus ojos. Nos invade el miedo, las ganas de continuar, las ganas de quedarnos, y, casi siempre, huimos por la tangente, un pretexto que no tiene un coherente contexto, un sentir que no terminas por descubrir, y, de eso se trata, no si te ves al lado de la persona o dejaste que fluyeran las cosas (¿acaso fluyes en besos con todo el mundo? ¿acaso resulta ético quedarse en la casa de un compañero?), y, de eso se trata, de dejar fluir lo que venga, pero con una sola persona, porque ese ser te quiere, porque está a tu lado, porque brega por encima de tus temores, tus confusiones, tu razón de ser, la que estás buscando, y, paradójicamente, ya encontraste. Esa persona sabe cómo eres, como en los cuentos de Hadas; esa persona conoce de ti lo que estás por descubrir, y, juntos, poco a poco, hallarán aún más cosas de lo que la persona ve, porque está dentro de tus ojos, del sentir unísono que sienten, de los vaivenes de la vida, lo mágico del ser, de la profundidad de sus palabras, de su perseverancia hacia ti, porque ha pasado por momentos difíciles, porque también siente miedo, porque ha sufrido, porque ha dejado escapar caminos por no tomar una decisión a tiempo, y, ahora, los dos tienen la dicha del amor, porque todo te gusta y te asusta, porque es la realidad siempre soñada, porque esa persona se enamoró, te eligió a ti, sin tangentes, y no preguntes: “¿por qué yo?”. El sentir apócrifo no es un ensueño, es la vida de los dos que siempre soñaron y ahora toca es vivirlo, sin que caduque, sino sentirlo día a día. |