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II.1. La Herencia

Hoy, estuvimos todos en la Notaría por la liquidación de los derechos de la herencia. Hace ya más de cinco años que Papá está enterrado y aunque, nacido algunos años antes, sobrevivió a Mamá casi tres años más.

No llegaron a compartir ni a disfrutar juntos, lo que fue acumulando mi padre a lo largo de su carrera militar y menos todavía, cuando lo jubilaron, enviándolo a la reserva, como consecuencia de la operación de cadera y fallecimiento de mi madre, unos meses después. Aunque todos lo dijeran, nunca me convencí de que volver a aprender a caminar y verse tan dependiente, fueran causas para un final tan inesperado; su mal era interior y de antiguo, que unido a la depresión que le supuso el hospital, derivó en tanta tristeza e inapetencia con que se acompañó las últimas semanas. Dentro de su fragilidad y forma delicada de moverse y de vivir, siempre fue una mujer fuerte y no recuerdo haberla visto con un catarro. Comía poco, pero de todo y no bebía más que agua. Como únicos excesos: sus rezos, la lectura y las reuniones que, dos o tres días a la semana, mantenía con aquel grupo de cotorras, compañeras desde la infancia. Su vida con mi padre, tampoco fue una carrera de aventuras y satisfacciones; solo se acomodaron el uno al otro y nos tuvieron más como consecuencia de dormir juntos, que por actitudes de cariño, que no recuerdo ninguna. No discutían, porque mi madre siempre hacía lo que a él le pudiera gustar. Se casó con un militar de importancia y se acomodó a él, como se acomoda una condecoración a la solapa de la guerrera para los desfiles. Mi padre, utilizaba la guerrera con las condecoraciones para actos importantes o cuando deseaba lucirse; para esos momentos, mi madre también era parte del decorado. Para no tener que colocarlas y quitarlas, se hizo un uniforme especial para el medallero, con -medallas y condecoraciones- en el lugar que les correspondía; para su despacho del Ministerio, utilizaba los uniformes de siempre, donde lo único destacable eran las estrellas de su rango y categoría. Supongo que utilizaba el mismo procedimiento para su vida amorosa: mi madre, en casa y para acompañarle en actos importantes y para los días normales del resto del año, con alguna ocupación derivada de sus compromisos y actividades, por las nulas explicaciones y horas que pasaba fuera de casa.

Los días de desfile, no se vestía y después colocaba las condecoraciones en el uniforme; se vestía con las condecoraciones y el estandarte expositor concebido para exhibirlas: La guerrera que, al igual que en las procesiones religiosas, el público y los fieles veneran culto y reconocimiento a determinada imagen, mi padre también se introducía en su interior y con sus pasos y movimientos, actuando de hombre anuncio de todos aquellos trofeos, se exhibía orgullosamente ante Jefes, compañeros y subordinados. En aquellos eventos, mi madre, en calidad de la esposa de, formaba parte del cortejo, como una condecoración más. Incluso nosotros hasta que, por vergüenza, ya jóvenes con complejos, nos negamos a acompañarles por los comentarios que nos esperaban en el colegio al día siguiente.

En las celebraciones posteriores a los desfiles y cuando los humos y aromas de puros los licores, se adueñaban de la atmósfera del recinto, igual que la niebla densa, que oculta la luz y la belleza del paisaje, esposas y niños acompañantes, abandonábamos la celebración, quedando los protagonistas y sus más allegados para la auténtica celebración, en la que se desposeían de la guerrera con los trofeos y hasta de la corbata, arremangándose y desabrochando un par de botones de la camisa, para tener la garganta más suelta para el canto, las risas y los aplausos. Las esposas o al menos mi madre, cuando nosotros ya no participábamos, siguió con la misma costumbre de abandonar la celebración después de la comida, dejando a mi padre hasta que aparecía a altas horas de madrugada, bastante descompuesto y no con demasiado buen humor. Al día siguiente, sólo se llegaban a comentar anécdotas de lo ocurrido durante la realización del desfile. Lo que pasaba después, siempre fue un misterio para mi madre y para nosotros.
Fueron unos buenos padres y nos dieron todo lo que tenían. Formaron una pareja que, con momentos buenos, que seguro que tuvieron y también con contratiempos que no les sobrarían, permanecieron juntos hasta el final de sus días y nunca les conocí una palabra más alta que otra. Si no se querían como los actores de las películas, al menos se respetaban y tuvieron tres hijos: mi hermana, mi hermano y yo.

Mis padres y los de Alejandro y Teresa, eran muy amigos; su padre y el mío, compañeros de promoción. Cuando fallecieron, sus hijos eran apenas unos adolescentes y pasaron a vivir con nosotros, ocupándose mi padre del seguimiento de sus estudios y también de administrar lo que les habían dejado en herencia y lo que pagó el seguro por el accidente. Mi hermana y Teresa, todo el mundo cree que son hermanas; parecen gemelas y a veces, hasta tengo la duda de si mi padre y la madre de Teresa, fueron algo más que amigos, por la forma que tuvo mi padre de redactar el testamento. Parece como que tiene que haber algo detrás, algo más, que nosotros todavía no hemos visto. No es que cambie las cosas, pero sabiendo donde estás, puedes actuar de otra manera.

Si Teresa fuera mi hermana, cambiarían algunas cosas. Ya conocíamos lo importante del testamento y de hecho, ya pulimos todo lo que dejó en acciones y dinero, pero hasta hoy, no dispusimos de la escritura notarial que lo certifica y que dice así: Alberto, Ana y Jaime, reciben como herencia de sus padres... la casa y finca... inscrita y registrada en el... a partes iguales. Quedan como usufructuarios de la casa, los tres citados herederos, que compartirán con Teresa... y su hijo Tomás, hasta que éste tenga la mayoría de edad... La propiedad no podrá ser vendida ni enajenada, en ningún caso, hasta la efectiva mayoría de edad de Tomás... Cualquier cambio de la situación personal de Teresa... y su hijo, como consecuencia de contraer matrimonio, traslado de domicilio a otra ciudad o cualquier otra circunstancia que les beneficie, tanto a ella como a su hijo, la faculta a abandonar los beneficios de este derecho de domicilio, siendo restituidos en el momento en que deseen volver. Estarán integrados en la casa familiar con los mismos derechos y obligaciones que los demás propietarios, contribuyendo de igual forma que los demás al mantenimiento y disfrute de la propiedad. Una vez obtenida la mayoría de edad de Tomás..., Teresa... seguirá disfrutando de la posibilidad de uso de la vivienda, salvo que ésta, por acuerdo de sus legítimos propietarios, decidieran venderla o darle cualquier otra utilidad, en cuyo caso quedan obligados a entregarle el equivalente del valor de una octava parte de la misma...

¡Esa es otra! ¿Herederos de qué? Hay una casa y una parcela donde se puede construir una mansión pero, por lo menos, hasta dentro de 10 años y que Tomas cumpla los 18, ni tocarla y ¡Encima encárgate de la limpieza y de mantener la nevera llena! Entiendo su cariño a Tomás, del que yo mismo soy el padrino, pero mi padre, que ahí no intervino mi madre ya fallecida, tuvo que actuar movido por algo más.
En todo este tiempo, desde que murió y conocimos su legado, ninguno de nosotros hizo preguntas, ni nunca se habló del tema, pero tiene que haber algo detrás para que mi padre actuara así: incluyendo en el reparto de la herencia a una persona ajena a la familia, en contra de los intereses de sus hijos legítimos. Recuerdo que después de la muerte de mamá, sufrió una transformación absoluta en su comportamiento hacia nosotros. Si antes era serio, severo y a menudo autoritario, también era tierno, dialogante y muy condescendiente con nuestras travesuras y caprichos, aunque nunca pudo con nuestra vida de malos estudiantes. Pero la boda de Ana, su preferida y para quien soñaba algo mejor que casarse con Alejandro, le volvió retraído, desconfiado e incluso cruel, en la forma de tratarnos. También nos sorprendió que al casarse Alejandro, fue él quien convenció a todo el mundo para que Teresa y su hijo recién nacido, vinieran a vivir a casa.

¿Qué había en su cabeza para ese comportamiento? Se puede entender que acogiera a Teresa y a Tomás, por su situación de madre soltera y también porque de alguna forma y desde el accidente de sus padres, se sentía responsable. Pero… ¿lo del testamento? Se me ocurren solo dos posibles razones: Una, que Teresa o más bien los padres de Teresa, le hicieran alguna petición que desconocemos y que él, hombre de honor y de palabra, cumplió con disciplina militar, como un deber; y la otra, referida a nosotros, a todos nosotros incluidos Alejandro Teresa: Quizá también nos vio como a una pandilla de inútiles, incapaces de administrar sus propios bienes y utilizó a Tomás para garantizarnos la subsistencia hasta la vejez, privándonos de abundancias y aventuras, pero asegurando un techo y un sitio donde vivir.

Parece que fue ayer, pero miro a Tomás y veo el calendario que marca nuestro tiempo. No vivió aquello y ni él ni su madre se pueden dar cuenta, que las madres ven otras cosas en los hijos, pero su hermano, mis dos hermanos y yo, tenemos en Tomás nuestro baúl de los tesoros. En él, se guardan nuestras propiedades, nuestros recuerdos y también el mapa de nuestra decadencia. Con su llegada y a través de él, fuimos privados de nuestras propiedades, nuestros sueños, nuestros proyectos y también nuestras ilusiones vitales. No tiene ninguna culpa, ni tan siquiera por él, se nos privó de nada; lo utilizó mi padre como guardián de todos nuestros tesoros. Nuestra decadencia, se germinó al mismo tiempo que Tomás y coincide exactamente con él, biológicamente hablando, porque el esperma de aquel desconocido y melenudo inglés, escocés, irlandés o lo que fuera, al mismo tiempo de dejar preñada a Teresa, también selló nuestro futuro. ¡Vaya orgasmo el de aquel hijo de la gran bretaña! Bien abundante para dejar jodida con Teresa, a su hermano Alejandro, a la mujer de su hermano, su cuñada Ana y también a los hermanos de su cuñada que somos mi hermano Alberto y yo y también a mis padres. Una proeza de suficiente tamaño como para matar de vanidad y orgullo al cabrón más pintado, sea inglés o de cualquier parte.

Lo cierto, que tenemos una finca y vivimos en la casa de siempre, pero desde que prescindimos de los servicios de Hortensia y de Matías, nadie volvió a limpiar los cristales, hacer una limpieza a fondo ni siquiera, a podar los árboles del jardín. Si tenía un valor de diez en aquella época, hoy no vale ni tres. Hasta huele mal. Aquí malcomemos, mal dormimos, malvivimos y nos maltratamos cinco seres sin ilusión, sin objetivos, sin conocimientos y sin alegría. Y no se puede culpar a ninguno, porque actuamos todos de la misma manera: perezosos, egoístas, pasotas y nada comunicativos. Si tenemos que decirnos algo, aprovechamos cuando estamos por ahí divirtiendo a los demás, a cambio de un vino de garrafón. Ellas lo llaman tinto de verano, para que al mezclarlo con gaseosa, se llene más el vaso. Me sorprende y también hasta me jode, que en la calle resultemos interesantes y hasta creo que divertidos. El muermo, la angustia y también la envidia, forma parte de nosotros, igual que las ojeras o las arrugas. Para salir, las tapamos con maquillaje para ofrecer la imagen que, creemos, nos hace interesantes. Es todo falso: Ni somos, ni tenemos, ni valemos para nada. Eso lo sabía mi padre cuando hizo el testamento, intentando hacernos el último favor. Siempre presumí de comerme el mundo, pero si trato de compararme con él, como hice en ocasiones, me siento un imbécil y tan inútil, que no tengo derecho ni a llevar su apellido. Era un Señor, un Militar con prestigio y relaciones, entre la gente de su nivel. Yo soy un papa-natas que para pasar el tiempo y satisfacer mi ego, he tenido que rebajarme a la ultima escala social: pícaros y desocupados, como yo, sin medios ni oficio, entregados al chismorreo y siempre buscando algún incauto al que podamos sablear con nuestras mentiras y apariencia grotesca de grandes señores, que ría nuestros chistes sin gracia, oiga nuestras falsas aventuras y de paso, nos invite a una copa.

Oigo mi interior que me dice: Jaime, tu padre, que te dejó jodido y el tipejo de la entrevista, que se atrevió a llamarte inútil, ¿no te estarán diciendo algo más? Si no lo dicen, están provocando una mala digestión y eso puede ser positivo. Mi cabeza anda revuelta y me siento mal. Tan mal como nunca me sentí hasta hoy.

Tengo más de 35 años y nada, aunque ahora vivamos más y mejor, vivimos de otra manera: duramos más años, hay menos enfermedades y al morir, si sucede antes de los 80 años, no se muere por trabajar como un animal para poder comer; se muere por excesos: hipertensión, cirrosis, cáncer, infarto, sida y algunos, bastantes, de pena, abandono o indigencia por falta de trabajo y de recursos. A mí, no me debieran afectar todas esas cosas aunque algunos aspectos, me puedan rondar cerca. Hasta ahora, todas las tomas de tensión que se me hicieron, dieron niveles bajos y rayanos a la denominación de individuo hipotenso. Al principio y antes de conocer exactamente el significado de esa palabra, hasta me sentaba mal que me lo dijera el sanitario que me tomaba la tensión, contestando por lo “bajini, y tú: hijoputa, por si acaso”, una grosería benévola y bien intencionada pero con todo el veneno de que era capaz. Bebo y fumo pero no me excedo, aunque sé que debiera dejar de alternar con vinos baratos y de mala calidad y tendría que dejar de fumar. Intentaré moderarme y también iniciarme en caminar o hacer algo de ejercicio, a diario, pues desde que dejé el instituto, no volví a echar una carrera, saltar sobre cualquier parapeto, ni por supuesto, sudar la camiseta realizando ejercicio. Y lo del sida, ahí sí tomo precauciones cuando coincido en alguna relación nueva pero, a veces, pienso que en este aspecto somos todos víctimas casuales e involuntarias de la mala suerte. No tomo precauciones con mi pareja habitual ni ella tampoco pero, a veces surgen oportunidades y nunca se sabe; ahí, siempre quedan cabos sueltos y podría colarse un problema en cualquier instante. Dejaré de pensar tantas tonterías aunque con las cosas que me están sucediendo, no hay manera de vivir y dormir tranquilo. Agotado el dinero, sin un trabajo ni una ocupación como el surf, con todo lo que representaba, solo quedan los recuerdos y la casa en la que vivimos y de la que soy uno de sus propietarios, pero de la que no puedo disponer a pesar de que con la mitad del valor que representa mi parte, podría garantizarme una vida cómoda, divertida y sin remordimientos y pensamientos, como los que me invaden últimamente.

Texto agregado el 07-02-2008, y leído por 766 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-08-2009 buenisimo lmarianela
12-02-2008 Imagino unas cortinas enormes y que yo con mucha discreción abro y me asomo.Espectadora en silencio,me he metido en la intimidad de una familia,sin saber porque no me retiro con la misma discreción,no por cotilleo,que eso no va conmigo,sino porque es tan un poco mía esta historia que sin coincidir en muchas cosas de las ocurridas aquí,me siento identificada.He cogido cariño a estos tres hermanos...o cuatro.a su casa, a sus vidas y sobre todo sigo a Jaime por las dudas de la vida,por ser como es.Lo vivo.Ésto es un legado para mí. australi-a
 
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