Era medio día, en el pueblo ya se había corrido la voz del asesinato de dos muchachas, por lo que inmediatamente se activó el procedimiento habitual; recurrir a los soldados de la corona, los defensores del reino instruidos en los siete famosos institutos guerreros.

Hendrícke tenía treinta años, hace diez se había graduado del instituto Isa, especialista en las artes adivinatorias, en aquella generación el luchó en el “Lidia noctus”, la batalla que define cuales de todos los estudiantes serán dignos de poseer uno de los catorce fragmentos de la llave maestra que abre portales a cualquier plano existencial. se convirtió en uno de los catorce, y por tanto, una de las veintidós regiones del reino quedó a su cargo. Generalmente los días eran calmos, pero el agitado correr de algunos pueblerinos hacia su oficina, le hicieron comprender que ese no sería así. u

Cuando el hombre fue llevado a las orillas del río, se hizo evidente para él que lo que ahí había ocurrido no era un hecho atribuible a humanos, la estela mágica en el lugar acusaba una presencia demoníaca en estado débil y sería simple liquidarlo, así que se, confiadamente le comentó a los presentes que él acabaría con el responsable.

Unos cuantos kilómetros lejos de ahí, Ishváth seguía su camino, sumamente dolorido y esperanzado en volver a recuperar su forma original, ya que las carnes humanas que lo envolvían se hacían cada vez más nauseabundas. De humano ya poco le quedaba, ni las joyas ni el manchado traje elegante que traía puesto aplacaban la bestialidad de su apariencia. Por un segundo el demonio pensó que esto pudiera ser un castigo por todas las brutalidades que cometió en el pasado.

Hendrícke organizó un pequeño batallón de soldados de la corona y partieron en busca del causante de la masacre, se vistió con la armadura de metal blanco que le fue regalada cuando se convirtió en uno de los catorce guardianes, tomó la espada que el mismísimo rey le entregó y se dejó llevar por la huella mágica que el demonio estaba dejando. En un par de horas, Hendrícke se detuvo en un frondoso bosque en las afueras del pueblo. Su percepción le indicaba que el causante de los crímenes se encontraba en el bosque, así que le indicó a sus hombres que se adentraran en el. Los hombres obedecieron, se formaron en circulo dejando en el centro a su señor, y juntos avanzaron hacía la oscuridad del bosque. Al llegar más o menos a la mitad del camino, uno de los soldados encontró algo espeluznante; los restos desmenuzados de un ser humano, un anciano, repleto de joyas y vestimentas elegantes. Hendrícke se acercó al cadáver y posó su mano sobre el cuerpo, dejando un pequeño espacio entre ambos:

- Hasta hace muy poco acá estuvo el causante de las muertes, al parecer, el demonio está muy débil y desesperado, debió transmutarse en algún animal de por acá, así que tengan cuidado- comentó el guardián.

Los hombres inmediatamente se agruparon y comenzaron a inspeccionar todo el lugar, todos con sus espadas y ballestas listas para atacar. Pero, nada pudieron hacer ante la velocidad y agresividad de un tigre lunasangre que desde la copa de los árboles se abalanzó sobre los soldados liquidando fácilmente a tres de ellos.

-¡cuidado, ese animal está poseído por el demonio!- exclamó Hendrícke alzando su espada fuertemente. Ninguna de las flechas lanzadas por los soldados logró detener al animal, quien rugía y se movía amenazante. Miró fijamente al guardián, con los ojos que antes hubiesen demostrado algún destello de vida, ahora eran anaranjados como el magma. Ishváth jamás imaginó sentirse acorralado por mortales, por eso, le costaba mucho llevar a cabo lo que su mente le indicaba. Pero antes de que los soldados volvieran a atacarle decidió escabullirse y dar con el lugar donde su antigua fortaleza, la Isváthotva debió estar.