Me ha nacido la idea de empezar a narrarles cuentos infantiles, pero antes, debo de hacerles una sincera confesión, con la petición de que esto quede entre ustedes y yo y no me vea en la necesidad de enfrentar un juicio por plagio, el cual sería muy penoso porque amo a las personitas con las que tendría que litigar por los derechos de autor.
Mi confesión es la siguiente, los cuentos infantiles que leerán con mi nombre, de hoy en adelante, no son totalmente míos y, para que se vea que son incluidos en esta página sin intención de quitar el mérito de su creación a los verdaderos autores, hago aquí un público reconocimiento a quienes me dieron en sus conversaciones las ideas que yo después vertí en el papel para compartir con ustedes esas historias.
Los autores son: (aquí vendría bien el sonido de unas fanfarrias o de un redoble de tambores, pero no sé como se escriba eso, así que voy a pedirles que imaginen oírlo y sigo) los autores son, repito, los niños, en muchos casos mis nietos, con su fértil imaginación y yo los he ido atrapando en mis conversaciones con ellos; de ahí han nacido los cuentos que les mostraré más adelante.
Que ¿cómo he hecho para conseguir que me los platiquen? Simplemente, al mencionar un tema de su interés, ellos, con una prodigiosa agilidad mental, con una fecunda imaginación, con una mente alegre y juguetona empiezan a darme las ideas, yo simplemente escucho y las recreo, escribiéndolas, después.
Por ejemplo, en días pasados, la más pequeña de mis nietos (cinco años de edad) me comentó.
—Abuelo, la siguiente semana nos vamos, mis papás, mi hermano y yo a Mazatlán, jugaremos en la playa y nadaremos en el mar ¿qué quieres que te traiga?
—Déjame pensar— respondí yo — Hmmm, ¿qué te parece si me traes un puñado de agüita de mar?
—Bien, te la voy a traer dentro de una botella.
—No, porque cuando llegues y me la entregues no será agüita de mar, sino agüita de botella —protesté— Tiene que ser en tu mano.
—Pero es que en mi mano la puedo tirar y cuando llegue ya no la voy a tener— me explicó.
—Pues tendrás que apretar mucho el puño para que no la dejes escapar.
—Y ¿qué pasa —preguntó con una mirada pícara y desafiante— si el avión se enfrenta a un fuerte viento que lo zarandea y yo, al sentir las sacudidas abro mi mano?
—Supongo que el agüita de mar caerá como una pequeña lluvia sobre las personas que estén abajo.
—Si, claro, y los que sientan la lluvia dirán extrañados: “Miren, está lloviendo agüita de mar” —hizo una pausa y luego continuó— y si entre mis dedos había, atrapados, algunos granitos de arena, al abrir la mano, también caerán y quienes los reciban dirán sorprendidos: “Miren, está lloviendo, además, arenita fina de la playa”.
El cuento estaba naciendo ya y yo quise poner algo de mi cosecha.
—¿Sabías que las tortugas de mar ponen sus huevos en la arena? ¿Qué pasaría si entre esos granitos de arena viniera un huevito de tortuga?
La idea la entusiasmó.
—Seguramente ese huevo se atoraría al pasar por una nube y la tortuguita nacería ahí.
—¿Tú crees?— apunté un poquito dudoso.
Ella no se amilanó y la imaginación se comenzó a desbordar; el cuento empezaba a crecer.
—Y también habría huevecillos de distintas clases de peces y los pececitos nacerían entre las nubes y se quedarían a vivir en ellas.
—Y tal vez llegaría a haber pulpos y hasta un pez vela— aventuré.
—Sí, y más adelante habría tiburones, delfines y puede ser que, en una nube grandota, llegara a vivir una ballena—la imaginación de mi nieta es, sin duda alguna, más fértil que la mía y el cuento llegaba ya a los límites de lo grandioso.
—¿Tú crees?— reaccionó mi mente, dudando, con su pesado lastre de gente adulta.
—¡Claro!— afirmó con seguridad— y los niños que, por las noches, acostumbran soñar que vuelan, encontrarán, en sus sueños, con quien jugar y montarán en los delfines, recogerán estrellas de mar, atraparán peces y jugarán a escapar de los tiburones y de las ballenas.
—Y seguramente tu hermano, —aporté un nuevo ingrediente al cuento, incluyendo a su hermano que ya tiene 10 años—, cuando sueñe que vuela, encontrará una hermosa sirena.
—Si, abuelo, estoy segura de que la va a encontrar.
Repentinamente guardó silencio y se puso seria.
—Oye abuelo, y si mi hermano encontrara una sirena ¿se casaría con ella?
—Tal vez, pasando el tiempo, si es que llegan a enamorarse.
Hubo una pausa que, después de la euforia anterior, pareció un poco tensa y larga, aunque sólo duró unos segundos.
—Abuelo— dijo mi nieta con su carita seria— no me gusta esa historia.
—¿Por qué? A mi me pareció divertida.
—A mí también… al principio, pero ¿sabes una cosa? Yo no quiero que mi hermano se case con una sirena.
—Tienes razón —la apoyé— yo tampoco; son demasiado húmedas y pienso que son aburridas, he oído decir que se pasan el día cantando y no hacen otra cosa.
Mi nietita se encogió de hombros, tomó una hoja de papel, sus lápices de colores y, olvidando la historia, se puso a dibujar.
Esa es la razón por la que ni en esta, ni en ninguna otra página de internet, encontrarán un cuento, escrito por mí, de un niño que se casa con una sirena. No pasó la prueba de la estricta censura infantil.
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