Allí donde su piel cobriza envejecía, angustiada… en el ocaso reverberante de rubores en que las aguerridas manos se desgastaban, embebidas de soles…
Allí donde el tiempo y la geografía se mimetizaban con el lívido atardecer y el sosegado sueño, allí… desmembrados, estaban también sus silencios y la grávida memoria de los años.
Al despertar esa mañana, hilvanó recuerdos de la sombra…
En un paño de ubicuas melancolías, evocó historias y lugares, amores olvidados, como si tratara de recuperar el extracto de las horas idas, la sinrazón de un evanescente destino de vapores de nubes y de incienso…
Pensó en volar hacia los cerros, fragmentar la nostalgia en leves pócimas tolerables para el alma, esculpiendo así el cuerpo de la tristeza más honda… la que desgarra el porvenir, la que supo dar forma en tanto iba transcurriendo la vida… entre lágrimas y sutilezas, entre frustraciones y estragos.
Allí donde se desgarraba el cielo en retazos de fuego y de nostalgias… también lo irrecuperable, sus dos manos quebradas… se aferraban a la vida, como la hiedra tupida y floreciente al lejano murallón de aquel patio distal en que leímos tantas veces aquellos versos del ensueño y la pasión…
Entonces… el éter se vistió de epílogo… cerró los ojos y apretó sus manos… llevándose todas aquellas cosas con lo que soñaba, todo aquello con lo que un día soñó…