Entró al bar por la puerta lateral. El lugar era lúgubre y empobrecido, pero sus muebles guardaban la dignidad de años pasados gloriosos. Dos parroquianos miraban la televisión, mientras acababan una botella de vino tinto ordinario en la barra. Viejas fotografías adornaban las paredes. Un poster de Pelé durante el mundial del 62, una litografía blanco y negro de Carlos Gardel y un retrato de Malú Gatica (autografiado) quedaron frente al hombre, quien se ganó una mesa al fondo, junto al baño. Desde ahí dominaba con la vista toda la cantina, que era lo que buscaba. Era pintor y dibujante. Le gustaba capturar los momentos de la vida cotidiana de los porteños, mezclando escenar reales con las que nacían de su propia imaginación. Los bares, el mercado y el muelle eran sus lugares predilectos y muchas obras habían nacido a la luz de esas observaciones. Pidió una malta y un sánguche de pernil. Procurando no llamar la atención sacó del bolso un croquis, un carboncillo y se dispuso a dibujar.
Al acabar la botella de vino, uno de los hombres de la barra se levantó en dirección al baño. Al mismo tiempo ingresó al bar otro hombre, de rostro oscuro y mirada fija. Vestía un chaquetón de lana y una gorra negra. Se dirigió directamente al fondo. Pasó junto al pintor, sin mirarlo, y entró al baño.
El pintor dibujó primero un óvalo al centro de la hoja. Dos óvalos más y algunos trazos dieron forma al rostro y al cuerpo. El boceto representaba a una niña, una vendedora de flores. Al fondo, la barra, y el mozo limpiando las copas. Fornidos hombres de mar completaban la escena. Le llevaron el pedido. Saboreó la malta y se limpió la espuma del bigote. Pensó en su esposa, que a esa hora debería estar terminando las labores del hogar. Seguramente debía estar toda transpirada de tanto subir y bajar escaleras. Pensó en su hija, Paula, que mañana cumpliría el primer año de vida. Pensó en su gato, Pitágoras, que dormía todo el día.
Súbitamente, el hombre de gorra salió del baño. Se notaba nervioso y muy agitado; tras de él venía el otro hombre, que había ingresado unos minutos antes. Se trabaron en una fuerte discusión. -"Maricón", le gritó el primero al segundo. El otro hombre lo cogió del cuello. El segundo, inútilmente, intentó zafarse. El pintor advirtió que el hombre se estaba asfixiando. Se levantó de su silla y trató de separarlos. El hombre de la gorra sacó un cuchillo de su saco. En un segundo el pintor yacía tirado en el suelo con el cuchillo clavado en el estómago. Antes de expirar, por su mente pasaron imágenes de su vida cotidiana: su mujer, esperándolo con la cena servida; la de su hija, mostrándole un dibujo que había hecho para él; la del gato Pitágoras calentandose la barriga al sol.
Sólo las flores del dibujo fueron salpicadas con sangre, logrando las rosas un realismo tal que la pintura adquirió una belleza suprema.
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