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Inicio / Cuenteros Locales / Oraculo_Bilvannes / III:El dilema de Ethólpe

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El rostro inmaterial, igual que el cuerpo de la diosa, dejaba ver señales de preocupación por Ishváth, quien se alejaba a paso lento y dolorido. Siempre se sintió atraída por aquel nefasto demonio, pero jamás se atrevió a siquiera insinuársele. Ethólpe era una de las pocas divinidades que gustaba vagar por las ciudades mortales y es que, esta diosa junto a otro puñado de divinidades eran de los pocos que estaban a favor de intervenir en la vida de los mortales e interactuar con ellos, no le temían a “ las fuerzas superiores”, los amos de la creación. Por tanto, hacían su voluntad sin contemplaciones. Al igual que todos los dioses, Ethólpe podía transformar su anatomía a voluntad, pasando desde la más colosal de las especies hasta la más diminuta sin problemas. Mas, la figura humana atraía en demasía su atención y siempre se presentaba como una bella joven de tez morena y cabellera tan negra como la noche, aún así, la incorporeidad de su cuerpo no variaba.

Cuando Ishváth se perdió de vista, Ethólpe simplemente cerró sus ojos y sin mayor esfuerzo apareció en otro lugar; el antiguo templo de Narrah o lo que quedó de él, tras la revolución de los humanos en contra de los demonios. La diosa hizo unos movimientos con sus manos y una puerta secreta dejó entrever un par de textos muy maltratados, uno de ellos levitó directamente a las manos de la divinidad. Ethólpe avanzó hasta las últimas paginas y se detuvo abruptamente:

“ Para ese entonces, la mayoría de los antiguos demonios que habían reinado la naciente tierra habían sido sometidos por el más temible de todos ellos: Cataclérethos… único hijo de Mortara, quien recientemente había sido condenado a la tortura eterna del Tártaro…mientras que las primeras naciones humanas se alzaban sobre los continentes y organizaban para despoblar las tierras de los seres infernales, fue entonces cuando los nueves hijos del soplo divino, los nueve reyes del actual orden universal se contactaron con los primeros humanos de cuatro reinos que se unificaron en uno sólo llamado Ivannia…y les confiaron los catorce fragmentos que unificados abrían las puertas del Tártaro y de todas las dimensiones existentes, fue justo ahí, mientras el esbozo de los institutos guerreros comenzaba a trazarse que Cataclérethos, previendo que su existencia estaba seriamente amenazada por una cantidad creciente de enemistades, ideó un plan, para dormir unos cuantos siglos y volver con más fuerza para reinar nuevamente.

Fue así, que el linaje de los grandes hijos de las primeras tres fuerzas desapareció de la tierra, Vacío había sido asesinado por sus dos hijos, la primera oleada y los hijos del caos se desintegraron entre sí, Erebus y Caos habían sido despojados de sus poderes por las nueve fuerzas supremas, y Mortara también sucumbió ante los nueve y Cataclérethos decidió marginarse de la existencia por un tiempo. Fue entonces que el reino de los altos demonios culminó y el reino de los mortales inició.”


La diosa suspiró, la nostalgia de aquellos tiempos, en que los mortales simplemente eran temerosos súbditos contrastaban con la angustia de ser prácticamente nada, casi un fantasma, una sombra de lo que antes fue, igual que su secreto amor, un agónico ser casi sin salvación: “si tan sólo Cataclérethos o Mortara estuvieran aquí”- pensó en voz alta.

Todo aquello parecía una agria pesadilla, un absurdo, que los mortales hubiesen acorralado de ese modo a las divinidades y demonios era una ofensa. Ethólpe envió el libro a su lugar y cerró la puerta del mismo modo que fue abierta, se recostó en el frío piso del templo y se dejó absorber por el suelo, traspasando capas y capas de piedra, tierra y más piedra mientras oraba en una lengua olvidada. Y mientras lo hacía, en su mente aún estaba Ishváth. Ella deseaba que consiguiera su ascensión y haría lo posible porque el mundo le temiera como entonces, antes de ser encerrado y antes de que ella fuera castigada por advertirle, perdiendo su corporeidad y convirtiéndose en el fantasma que era. Ethólpe dejó de sumergirse en las piedras, tras unas cuantas horas de bajada, llegó a una gigantesca cámara oculta, más grande incluso que el pueblo de los mortales sobre ella. Pero, estaba oscuro, así que la diosa hizo salir destellos lumínicos de sus manos y algunas antorchas se encendieron.

El lugar estaba completamente decorado con oro y joyas, grandes estatuas de antiguos demonios adornaban las cuatro esquinas de la cámara y en el centro, un monumental ataúd repletaba el lugar.

-No tendré el poder para despertar a Cataclérethos o liberar a Mortara, pero sí puedo despertar a quien sí podría hacerlo: Bláspharoh- pensó Ethólpe sin saber realmente que hacía, deseando que Ishváth consiguiera su objetivo y dispuesta a recibir el castigo de los dioses por despertar a uno de los demonios más aterradores que hayan azotado a la antigua Bilvannia.

Ethólpe suspiró y avanzó hasta la bóveda …

Texto agregado el 06-02-2008, y leído por 84 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
06-02-2008 Como que es parte de una narracion más larga, supongo. Leo para ser leida. Saludos. Zetaequisye
 
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