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Volví a ver a Sancho un cierto día de invierno, cuando divagando por la plaza del pueblo, divisé su silueta bajo los melancólicos pastos de un jardín estrellado. Acercando sus pensamientos a los míos, comprendí en instantes lo mucho que nuestras vidas se habían dividido y que los caminos que entonces solíamos recorrer hoy no eran los mismos. Sancho hoy comía ratas como parte de un espectáculo callejero con el cual sustentaba su existencia en base a las poéticas propinas de los hombres. Intentando entender sus palabras, la tertulia se prolongó en base a nuestros espíritus hoy alterados en forma y sustancia:

-No logro comprender la necesidad de esto Sancho, ¿por qué no buscas un empleo distinto o montas otro espectáculo?

Sancho sonreía, su mirada bailando sobre un horizonte distante, añorando un recuerdo perdido en lágrimas y sentimientos teñidos de esperanza. Recordaba entonces lo complejo de su mente, los días cuando en la Facultad discutíamos con vehemencia el sentido real de las cosas, interpretando lo que para los demás era axioma como obscura hipótesis alquimista. Los sonidos de los árboles hablaban un lenguaje extraño a mi viejo amigo, su conocimiento fuera del alcance de mis percepciones comunes.

- ¿Qué destino tiene tu vida fuera del círculo de inercia animal en que vives y respiras Bob?

- Bueno, este..no quiero ser pobre, tengo un empleo...una esposa y familia, quiero tener una casa y cosas y dejarlas a mis hijos cuando muera, envejecer junto a ellos...tengo mi religión...yo...

Dejé de hablar, y con Sancho caminamos por las calles del mundo hacia las extrañas playas ecuatorianas de la ciudad, como en aquellos primeros días de juventud en que nuestra construcción de un sistema de sociedad horizontal parecía una realidad utópica y universal.

- El tiempo fluye como un río hacia mí Bob, me esta llamando. ¿Quién sabe si nos volveremos a encontrar nuevamente, tal vez jamás?

Las parábolas de Sancho más que un misterio eran versos de una canción escrita sobre un viejo cuaderno de ciencia y filosofía, de la cual no puedo hoy recordar ni su nombre. Mi amigo me enseñó el secreto de las ratas y su relación con el libro IV de la Metafísica aristotélica, la enigmática frase dicontaset, y la teoría del eterno retorno. Fue así como descansando sobre las tierras blandas, mientras mascaba un dócil roedor negro colilargo sin saber realmente por qué, Sancho se adentró en el mar, sus largas barbas amarillentas topando sus harapos de sabiduría sobre el agua cochayuyeana.

- ¡Sancho! ¡¿Pero qué haces hombre?!

- Tranquilo Bob, sólo me lavo los dientes un poco con esta pasta que encontré.

Sonriendo, Sancho me exhibió con inocencia un tubo relleno con gelatina de pulgas de mar. Eructé en carcajadas, expulsando el ratón destripado sobre las tibias arenas nocturnas. Nos reímos por horas como retardados, vestidos con tapabarros, gesticulando obscenidades y saltando como simios mientras alzábamos antorchas de calcetines quemados sobre nuestras cabezas. Más allá del cielo plutoniano, comprendí que había abandonado el mundo convencional terrestre para formar un puente entre el hombre y los astros, ahora expresados en un código de civilización redactado por el jurista Sancho. Ante esta realización, abdiqué formalmente de mi vida pasada, abandonando al viento toda posesión material y atadura con el pacto social celebrado anteriormente, uniéndome a Sancho y las ratas en la búsqueda de una trascendencia individual a lo colectivo de mi mismo.
Nos reunimos en asamblea constituyente un frío atardecer de agosto para votar nuestra Carta Magna, siendo aprobada en el acto con votos míos y de Sancho, y sólo una abstención por parte de la rata destripada. Celebramos el éxito de la gran votación del proyecto, y comenzamos de inmediato a discutir el alcance y sentido de sus normas. Si la historia la escriben los hombres, pues los versos del alma individual pertenecían a mis pensamientos, y sus palabras, eternas e indelebles, sembrarían los paisajes de nuestras huellas.

Así obrando, sentado sobre la playa de mi destino, procedí a dormir. En mis sueños, divisé a Sancho esclavo de una existencia común, oficiando de banquero en una decadente sucursal financiera, prisionero de vínculos temporales, atendiendo asuntos cuyos efectos y causas se radicaban en un conjunto limitado de relaciones humanas. La tristeza infinita de mi amigo no se denotaba en su rostro y las justificaciones y búsqueda de sentido de sus acciones radicaban en la inercia del no cuestionamiento, costumbres, condicionamientos e imitación de patrones predispuestos. Dentro de la irracional lógica de los sueños, todo poseía una coherencia interna que a pesar de la falacia onírica, repugnaba contra cualquier designio e ideal de nobleza o corrección. El amanecer me sorprendió con el recuerdo de que ese hombre era nada menos que yo mismo.

Al despertar, observé con asombro la madrugada de un meditativo Sancho sentado estoico frente al espumar de las olas. Fue entonces que las sirenas tardaron en penetrar nuestros oídos, y mientras los oficiales de la policía nos arrastraban con violencia y oposición hacia un destino de inseguridades, pensé en todos los poemas y canciones de mi juventud, y la destrucción de mis sueños como irrelevantes flores en un invierno de primaveras longevas.

Fuimos encarcelados con precisión y brevedad, y liberados bajo palabra ante el juez humano. Sancho partió junto a sus animales y ponderaciones por caminos desconocidos. Mi familia concurrió a mi salida, mis hijos y mujer exigiendo explicaciones de mi insólito comportamiento. Mis empleadores me habían desvinculado de mis actividades remuneradas y los facultativos médicos sugerían mi internación de por vida en una institución mental. Sería declarado interdicto y privado de todos mis negocios y bienes, los cuales pasarían a ser administrados por un representante o curador, cargo que naturalmente ocuparía mi mujer.

Comprendí entonces que si bien había legalizado mi escape de la aplicación personal de los preceptos de la sociedad civil, sus reguladores impondrían la coerción sobre mi albedrío y mi cuerpo, destinándome a las ordenes del titiritero de turno. Acepté los términos, con las reservas conferidas por mi condición de rebelde social y pensador utópico, las cuales hice presente al enfermero ministerial mientras me blindaba con la camisa de fuerza institucional del nosocomio local.

Hoy, si bien permanezco inmóvil entre inmundas paredes de colchón blanco, amarradas mis extremidades con cadenas a un lecho de parásitos, placas de suave metal insertadas en mi aparato bucal, me siento más pleno de proyectos y libre de ligazones de lo que jamás fui durante mi pasar por aquel planeta denominado tierra. Y si bien conozco que prontamente las luces de mi mente se extinguirán bajo el fulgor de una electricidad constante, el espíritu de paridad en mi alma buscará la amplitud dondequiera que se halle el destello de un hombre obeso posicionado en tabarros a modo de pájaro sobre un árbol, nadando sobre un océano de infertilidad e incomprensión, sin miedo a crear un mañana cósmico y valiente, como un sueño de niño que se repite en mis entrañas de banquero oxidado, por un mundo sin penas ni razón. Este es mi herencia y mi legado hacia ti: dicontaset. Aprovechadlo bien.

Texto agregado el 05-02-2008, y leído por 205 visitantes. (0 votos)


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