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Tres amigas paseando por calles sinuosas, laberintos que no conocen pero por donde se dejan llevar. Media tarde llena de calor, música imposible de no dejarse cautivar por ella, pululante gente por todos lados, algarabía. Es fiesta. Los farolillos corren los cielos y el suelo se baña de agua de hielo derretido, licor derramado y sudor de cuerpos que no dejan ni por un minuto de bailar. Mucho calor y mucho toldo extendido para robar sombra a esas horas tórridas. Muchas risas cruzando los labios y alegrando las caras de las tres amigas. Charlas surgidas en cualquier lado y por cualquier motivo, desconocidos que comparten con ellas sonrisas y palmadas al son de bailes enfebrecidos.

Llevan horas bailando sin parar, necesitan recuperar fuerzas y buscan un lugar donde el comer siga dentro de ese desorden, hoy natural, de jolgorio y de aromas de vino derramado. Una casa antigua, dos siglos al menos en sus paredes, guarda en su interior recintos dedicados a aplacar algunas de las necesidades vitales. Galerías con techos altos de vigas de madera, escaleras angostas, patios corridos por el sonar de fuentes y mucho verde se suceden sin aparente orden, sirviendo más para jugar a encontrar un lugar donde descansar unos momentos que para seguir un camino. Al final encuentran una gran sala llena de mesas y bancos de madera. Si cambias la indumentaria de los sentados a ellas puedes retroceder más de 100 años atrás, aunque ni eso es necesario, muchos visten de faralaes y de corto. Abanicos se mueven en rápido ir y venir sobre el pecho ardoroso en un intento de aplacar el calor. Piden una jarra de vino y raciones de diferentes alimentos.

-. Os traeré un vino especial, un vino que cambia la personalidad del que bebe dándole la apariencia que él quiera, sin tener asomo de lo que fue -les dijo el camarero mientras un guiño cómplice salía de su ojo derecho y ellas soltaban una carcajada fuerte, una de las muchas que ese día estaban disfrutando.

Esperaron la jarra de barro para ver el elixir que contenía. El brebaje era rúbeo y ardía en la boca, la hacía estallar más que refrescarla, pero incitaba a seguir bebiéndolo. Lo tomaron igual que si tragaran agua en el desierto, repitieron el proceso hasta quedar ahítas de alegrías y de la acuosidad que perdían sin cesar sus cuerpos.

Salieron y el proceso de cambio comenzó. La que soñaba con ser actriz consiguió representar todos los papeles de su vida, ora reía, ora lloraba. Era la protagonista de todas las historias habidas y por haber, contadas y por contar, bailaba danzas agitadas y salían de su garganta extraños cantos.

La que nunca había amado besaba a todos los chicos, buscaba sus bocas deleitadas y su piel de fuego, se escabullía entre sus camisas y sus abrazos, era poseedora de un cuerpo que se convirtió en voluptuoso y de unos labios hechos para acariciar hechizando.

La tercera amiga no vio ningún cambio. Esperaba ansiosa que le ocurriría a ella, pero era en vano. Su cuerpo no danzaba, su boca no besaba. De sus tobillos no nacían alas que la llevaran al sol, ni de sus manos tentáculos que arrasaran el mar. Cuando el desencanto se adueño de ella marchó por aquellas calles enrevesadas que ahora le causaban escalofríos.

A la mañana siguiente, mientras sus amigas dormían el sueño de los pies cansados y las gargantas doloridas, ella caminó por las calles, ahora frescas, en busca de aquella casa donde le negaron los efectos del elixir dado a sus compañeras. La encontró, a su puerta había un camión descargando barriles y botellas. Entró, perdiéndose en aquellos pasillos llenos de recovecos, buscando quien les sirvió la jarra de sueños.

-. Dame vino de ese especial, del que cambia la personalidad. A mis amigas les hizo efecto, yo debí beber menor cantidad y no sufrí ninguna transformación.
Una estrepitosa carcajada salió de los labios de él y le contestó:
-. Aun es pronto, no hemos preparado la pócima especial, pásate dentro de dos horas que abrimos y lo tendré todo listo.

Ella no se movió del lugar, bajó a unos de los patios llenos de verde menta y aromáticos jazmines y vio pasar dos o tres horas con el deseo de ser otra. De vivir un día de locura contagiosa y de sacar los anhelos ocultos.

-. Toma, bebe -le dijo acercándole una copa.
-. Pero esto es de color amarillo pálido y no el rojo oscuro que nos diste ayer.
La sonrisa de hizo en los labios de él mientras le decía:
-. Este es un vino aun más especial que el de ayer. Es Carpe Diem.
-. ¿Y su fórmula es más poderosa que el del otro?
-. Mira, no es el vino, no hay ningún recetario, el ritual a seguir solo es dejarse llevar por la pasión de los sentidos embriagados, acariciar y dejarse acariciar por el deseo, desbordarlo de nosotros mismos mientras nos ayudamos de gotas fermentadas de vid. Y nunca bebas sola, el buen efecto solo se consigue con la compañía, el vino te saca la sonrisa y los amigos te la dibujan marcándotela durante horas en esos labios rojos que tienes -y dándole un beso leve en ellos ella sintió como le pasaba el fuego. Mordió su boca absorbiendo los efluvios de otras sustancias, de otros licores, mezclas todas ellas de furor y de arrebato.

Texto agregado el 27-03-2003, y leído por 276 visitantes. (0 votos)


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