Me quedo con el silencio que precede al alba,
con el canto del gallo, en cuya garganta acecha la mañana.
Me quedo con la majestuosidad que los colores le otorgan al mundo ceniciento;
con la prisa de las sombras que dejan atrás los madrugadores.

Me quedo con el bullicio que parece levantarse desde los contenes,
con el canto de los buhoneros, con la serenata de las escobas en los frentes,
con el saludo de los extraños, que son corteces a estas horas y sanguinarios cuando cae,
como un secreto fatal, la tarde filosa.

Me quedo con la frescura del agua, con la sonrisa mágica de una niña rumbo a la escuela.

Me quedo con el pobre, con el vicioso que recorre la calle buscando en las fundas de basura, quizás, la noche.

Me quedo con tantas cosas mías y ajenas,
cosas que son del mundo y que el mundo
me regala como si me las debiera.

Me quedo con los ojos de mi abuelo, ya cansado, ya niño, ya eterno;
con sus manos tibias y arañadas por el tiempo.

Me quedo con el olor del café, con la bendición de mi madre, que aún me mira piadosa, queriéndome decir algo, algo que me salve de lo que
ella no se pudo salvar;
la miro y me dan ganas de llorar.
No sabe que ya todo me lo ha dado
y que no hace falta una palabra sabia para salvarme de lo inevitable.

Soy salvo desde que nací.

Me quedo con la ilusión y con el asombro,
me quedo con la vanidad: estas son las cosas
del amor que mejor recuerdo.

Me quedo con los amigos que admitieron no
ser tan buenos; no son perfectos, pero son,
al menos, sinceros.

Me quedo con uno o dos besos largos, y dulces,
y tiernamente infantiles; con uno o dos abrazos sinceros.

Me quedo con el sonido de la cuchara en el plato hondo y casi quebrado,
con el sancocho ardiente,
con la secreta suculencia del último bocado.

Me quedo con el trago y a otros les lego
la azarosa resaca.

Me quedo con el mambo y con la salsa y con Favio,
y con Perales, Y el Mayimbe cantando boleros.

Me quedo con los te quiero de mis hijos que lo son todo en la tierra, incluyendo mi inmortalidad.

Me quedo con lo grato solamente, porque soy un ambicioso y un tipo débil.
Me quedo con la música que me dio mi padre y con su ausencia, que aún me deja incompleto.

Lo otro, lo que no deseo recordar, se lo dejo a la muerte y al azar.
Esos dos se quedan conmigo de todos modos, al final.