Después de 2300 años, Ishváth estaba en libertad, el demonio del infortunio, por la curiosidad de un mortal logró escapar de su prisión y lo primero que pensó hacer, fue ir en busca de su antigua corte.

Alguna Vez, el demonio poseyó una gran parte del actual reino. Sencillamente, escogía alguna víctima, como si se tratara de una presa, lo maldecía y esperaba relajadamente que murieran de locura, asesinados y atentando contra sus mismas vidas y luego cobraba los terrenos como suyos, así construyó la Isváthotva, un inmenso palacio color rojo en el cual albergó a sus dos hermanos Ek-Ethán y Ravióth príncipes de las catástrofes y a sus seguidores. Se decía que estos tres hermanos descendían directamente del Caos, por eso eran temidos. Sus anatomías eran colosales y expulsaban llamaradas y material magmático por sus cuencas nasales. Pero, eso fue en el pasado, Ishváth ahora, vestía y caminaba como los humanos, mezclado como uno de ellos, se admiraba de pasar y hasta chocar con alguno sin que estos se aterraran como antes. Ahora su cuerpo lucía como humano, estaba hecho de carne humana, de quien fuera el antiguo consejero de la biblioteca nacional de Bilvannia: Grevarárth, pero inevitablemente la muerte de aquel hombre se estaba reflejando en su piel, que comenzaba a ennegrecerse y a emanar mal olor, Incluso, en la espalda, una grieta comenzaba a escurrir un liquido hirviendo que poco a poco empapaba el traje del demonio. Pero, este ni se inmutaba, estaba conciente de que aquellas carnes, eran sólo un préstamo, pronto, renacería en su figura original, sólo tenía que llegar a su palacio y sacrificar algunas vidas en el altar al Caos, apresuró el paso, mientras tanteaba el terreno. “ Los mortales han hecho estragos en el reino”- pensó al notar las construcciones del Pueblo. Pero, por más que buscaba la que sería la más alta de todas las cúpulas, la rojiza torre de Isváthotva, no la encontraba donde debería estar.

-¿Así que fuera de prisión?-Susurró una delicada voz femenina muy cerca de Ishváth.

El demonio se dio vuelta, en busca de quien hablaba pero no halló a nadie y sólo luego de agudizar un poco sus sentidos se percató de que la voz no era humana, sino divina, era la voz de Ethólpe, diosa patrona de los infortunados. Quién advirtiera a Ishváth el día que fue apresado.

- Isváthotva se ha ido- fue lo primero que el demonio le comentó a la diosa.

-No sólo eso, los grandes reinos infernales han caído, ya ni los dioses somos necesarios para los humanos, ellos tienen sus propias creencias y sistemas, nos han dejado de lado, debiste haber seguido apresado, ahora, a los tuyos, los mismos mortales los cazan, como ciervos o jabalíes – respondió con la misma voz delicada la diosa.

-Pero yo tengo poderes incomprensible para los mortales, nadie podría apresarme de nuevo- dijo exaltado por lo que le pareció una ofensa de Ethólpe.

-Los humanos han comprendido la esencia del universo, manejan la magia mejor que cualquier otra especie, la han perfeccionado y créeme, han superado a muchas divinidades, Isváthotva fue devastada poco tiempo después de tu aprisionamiento.

Ishváth jamás se había sentido tan humillado, recordó las millones de muertes humanas que causó y todo el dolor que produjo, nunca esperó que aquellos frágiles seres acabaran con su sueño, ¿de que sirvió planear su libertad tantos siglos si ahora, el reino era de los mortales?

-Debes hacer tu ritual de ascensión antes de media noche, sino, los sistemas de seguridad detectarán tu presencia y serás perseguido por asesinato y no tendrás la fuerza suficiente para contrarrestarlos- sentenció la diosa notando cierto nivel de compromiso emocional en sus palabras

-Antes de media noche- murmuró Ishváth, en otros tiempos hubiera sido tarea sencilla, pero ahora, era toda una proeza que ni siquiera sabía si lograría.