Soñó nuevamente con las ninfas danzarinas de largos vestidos blancos que insistían en revolotear al son del viento, no recordaba rostro ni las tantas maravillas que juraba realizaban las dulces doncellas, siempre encantando a los frágiles espías con sus voces infantiles y sueños usureros; jamás tenía presente el propósito de aquellas visitas, no advertía una causa profunda que justificara aquellos encuentros, se conformaba con la simple presencia tan puntual de cada día. Y es que aparecían ante él, le enamoraban con sus juegos burlones, logrando sucumbir ante sus más mórbidos secretos, deseando, socavándolo de manera astuta.
Pero claro que disfrutaba la escena, no podía evitar cierto deleite en descubrir el verdadero fin del baile, esperaba la revelación de alguna de estas mozas, la puñalada trapera que embargara su alma, el enloquecer de sus sentidos y el éxtasis.
¡Ah! Aún no sucedería tal improperio del absurdo pensamiento, falacias de una boca religiosa seguirían emanando… ¡Si tan sólo se arriesgara! No hacía más que recordar la danza donde le incitaban y jugueteaban con él. Nunca había deseado tanto ser el más primitivo de los hombres como en aquellos momentos… y lo era, conciente se sabía de tan certera verdad…
Temía a lo despiadado que su ser ocultaba; prefería ignorar aquellos deseos de posar sus finos dedos bajo el cuello de la pequeña y ruin niña, sabía que ella crecería y seria usurpadora de corazones, una arpía carente de corazón; evitar pensar siquiera en el crujido de sus huesos y en el adiós a la vida que los pequeños y achinados ojos de la niña emanaban. Simplemente huir a lo que llevaba dentro, esa maldad que se burlaba de él, sabiendo que siempre estará allí junto a él.
Harto de penar, harto de seguir el vil camino a la desgracia, se sentó en el mismo borde de la cama roída, suspiro más divertido que resignado, y lentamente, mientras se acostaba fue amoldando su cuerpo ante la bien formada escultura que yacía en el colchón, sus largos pies apenas perceptibles ahora, tan encogidos hacia su pecho como le era posible y sus brazos siempre arropando su pecho para evitar el escape de su corazón.
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