LA ROSA ES SIN PORQUÉ
La frase del título, atribuida al ignoto poeta barroco Angelus Silesius, encierra múltiples interpretaciones que, seguramente, obedecerán al sentir o ideología de cada individuo.
La misma, me parece un buen punto de partida para tirar sobre el tapete un viejo y controvertido tema, que quizás, fuera el punto de partida para que, en Argentina, la brillante generación literaria de los años veinte del siglo pasado, heredera de Leopoldo Lugones y Horacio Quiroga, se sumara a la onda expansiva de la literatura latinoamericana que alcanzaría su cenit universal en la segunda mitad de la centuria.
Es ya muy conocida la división que se suscitó entre ellos, teniendo como escenario la bella e irrepetible Buenos Aires de entonces. Y me estoy refiriendo a la formación de los grupos de Boedo y de Florida.
Unos, provenientes de familias de inmigrantes con ideas de corte socialista o anarquista se atrincheraron en Cafés de la calle Boedo, barrial y tanguera, y dispararon sus municiones ideológicas mediante revistas como Los pensadores o Extrema izquierda. Por nombrar a algunos: Alvaro Yunque, Leonidas Barletta, Elías Castelnuovo.
Los otros, mayoritariamente, de extracción social alta y elitista, fijaron su comando de operaciones en el café Richmond de la céntica y elegante calle Florida. Sus medios de expresión fueron las revistas literarias, Proa y Martín Fierro. Algunos de sus integrantes eran: Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Conrado Nalé Roxlo, Eduardo Mallea y Oliverio Girando. Tampoco faltaron los dubitativos que alternaron uno y otro grupo, como Nicolás Olivari, Roberto Arlt y Roberto Mariani.
Los de Boedo, constituían el primer movimiento de literatura realista y social de Argentina y pregonaban precisamente eso, una literatura comprometida con los procesos de reivindicación del proletariado, de apoyo a sus luchas. en contra de la explotación del hombre por el hombre y el trabajo esclavo. Una actitud revolucionaria, aunque tan solo fuera en la expresión literaria.
Los de Florida, solo aceptaban una revolución, la de las letras, sin condicionamientos ideológicos de ningún signo. Renovar las técnicas y las formas, utilizar la literatura como un juego intelectual, promover una estética vanguardista. En fin, lo que se dio en llamar, el arte por el arte mismo.
Aunque integrantes de ambos bandos, Borges entre ellos, alguna vez restaron importancia a la discusión, aclarando que solo se trataba de una broma, la polémica existió. Actualmente, podemos identificar autores en actividad, que profesan una u otra filosofía y cabe, como ejercicio intelectual, preguntarse: ¿Debe el arte comprometerse con la realidad, con el sufrimiento humano, con las injusticias? O por el contrario: ¿Debe ignorar toda realidad y enfocarse en los sentimientos, las pasiones humanas, lo fantástico, lo lúdico con prescindencia de ideologías o creencias, sin ningún tipo de condicionamiento?
Particularmente, se me ocurre que ambas propuestas están entrelazadas y que el arte, precisamente por no obedecer a condicionamientos, puede incursionar en cualquier terreno, en la medida que eluda lo panfletario y se manifieste de una manera talentosa y creativa. Percibo que hay belleza en una rosa, que no tiene un porqué, pero también advierto belleza en la solidaridad humana, en un ideal y en la entrega, la abnegación y el coraje, que se encolumnan tras él.
Hilmar Paz Negroviejo
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