Claro, sí, decímelo a mí. Estoy ocupada en fluctuaciones etéreas del peso de mis músculos en vez de asumir una posición lógica y comenzar a estudiar.
Presupongo que aquello que imagino no es ni más ni menos que una transecta de mi cerebro alienado. Ni que fuese David Bowie. O capaz soy Ziggy y nunca lo noté. Carajo, ¡qué complicación! Podría idear un método capaz de probar que la imaginación es imaginación y que la mirada adyacente bajo la lupa de mi mirada vidriosa –por los anteojos, ¿vió?- no es más que eso. Pero se me confunde un poco esto de la realidad, sobre todo me parece un tanto riesgoso poner a prueba mi psiquis asustadiza.
Una nota al pie, que creo importante para contextualizar aquello que estamos estudiando –mi cabeza-; y es que el método es aplicado sobre un sistema biológico natural –o no tanto-, por lo que los resultados podrían tornarse un tanto subjetivos a razón que el objeto de estudio es simplemente mi nexo presináptico (considero sólo la segregación de neurotransmisores para la disertación, pues la respuesta al estímulo ronda el condicionamiento propio de mi estado alterado).
Me entretiene en demasía esto de pretender escuchar con un oído la clase y perfilar mi cabeza a escribir en esta carpeta, echándole un ojo de vez en cuando a la ayudante, perfectamente parada en posición obligada de maestra de turno; mientras yo, claro está, asumo la posición de alumna aplicada, sobretodo luego de las miradas de David –JTP odioso- que se clavan en el rabillo de mi ojo.
Hablan de anoxia y bacterias, oxígeno y fitoplancton. Aquí me siento ahogada, será la sugestión de los ríos que tanto nombran.