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Ese día venía desde Valparaiso con dirección a mi casa en Batuco. Pasado el túnel Lo Prado el calor extremo se hizo notar y, aunque el aire acondicionado del bus me refrescaba, de seguro me iba a dejar con las defensas por el suelo y un romadizo desagradable. Por la ventana se podía observar ese aire denso, atosigante y casi holográfico que es signo inequívoco de un calor infernal que pronosticaba un secado nasal inmediato y unos labios como motel de pirámide. Cuando me baje del bus, en la estación Pajaritos, me llamó la Laura, una de esas amigas “buena onda”. Cuando supo que me encontraba en Santiago me pidió que la acompañara a ver a la famosilla de turno que tenia revolucionada la capital; una muñeca de madera de 6 metros que se paseaba por las calles céntricas buscando a un Rinoceronte Anti-Transantiago que tenía a los micreros con el traste a dos manos. Cuando llegué a las calles Agustinas con Teatinos me esperaba la Laura con cara de ansiosa. Me contó que le había consultado a un Carabinero a qué hora aparecería la muñeca gigante en la Moneda y que el paco le había dicho que como a las 16:30 (maldito paco mitómano) y que como eran las 15:00 nos buscáramos un lugar apropiado en la plaza de la Constitución para esperar su llegada. Nos acomodamos en un sector que tendría vista privilegiada para ver a la “Pinocha Superdesarrollada”, pero que, lamentablemente, no tenía ningún bendito árbol que ayudara a capear el sol que, ya a esa hora, picaba más que avispa borracha. Ya me estaba convenciendo de largarme a mi casa, pero una serie de bien utilizadas insinuaciones de parte de la hábil Laura me hicieron quedar esperando que ella pagara mi paciencia oriental de una forma menos arropada. Nos tendimos en el pasto para estar mas cómodos. Muchos otros espectadores “al gratin” hicieron lo mismo y se generó una empatía con los mas cercanos (todos hombres) igual a la que se crea entre condenados al cadalso. Estábamos obligados a esperar al fenómeno del verano. Unos para evitar la ira de su mujer e hijos, otros para complacer a sus pololas. Otros, menos altruistas como yo, para poder tener sexo con una mujer agradecida de nuestra caballerosidad. Cuando eran las 16:45 y la maldita títere no aparecía, uno de nuestros “vecinos” llamó a alguien que venía siguiendo el via crucis de la pequeña gigante. Mientras hablaba, su cara tomó un tono casi verdoso que luego cambió a rojo intenso. Al cortar la llamada miró a su mujer y dijo, en voz alta, que la Pequeña venia recién saliendo del Museo de Bellas Artes. Ahí todos nos miramos sin saber qué hacer. Las mujeres dieron la pauta de esperar resignados. Sumando y restando saqué la cuenta de que la pequeña conche...adre aparecería en la plaza como a las 19:30. O sea, había que esperar durante 2 horas con 45 minutos más bajo ese sol que parecía odiarnos.


Como a las 17:50 la gente se empezó a agolpar a nuestro alrededor. Ahí ya la Laura dejó de ser la mina rica y deseable para transformarse en una fiera que reclamaba que si todos nos sentáramos veríamos perfectamente a la muñeca. Obviamente nadie le daba bola. Bueno casi nadie, porque yo estaba a obligado a prestarle oídos atentos. Pero en mi fuero interno me maldecía, a mi y a mi libido, por meterme en estos dilemas. La agotadora jornada no auguraba otra cosa que no fuera una noche abstinencia sexual y una insolación que se las encargo. Luego de un rato, los pocos que seguían sentados, comenzaron a ponerse de pie para evitar ser pisoteados. Cas todos porque nosotros por orden de la Laura no seríamos intimidados por la turba y si alguien nos pasaba a llevar le esperarían las penas del infierno. Naturalmente, según las instrucciones de la Laura, el encargado de ejecutar dichas penas era yo. Así que agregué, a las maldiciones contra mi libido, algunas puteadas contra mi caballerosidad.


19:33. 4 cocacolas de ½ litro en el cuerpo. Un calor que no parece disminuir y la maldita Gargantúa no aparecía. Cada 5 minutos la muchedumbre gritaba ¡¡ahi viene!! Y eso me generaba esperanzas que se transformaban luego en un odio profundo y concentrado contra los malditos bromistas y Dios sabe que se libraron de mi mano por el sólo hecho de que no tenía la mas puta idea de quién comenzaba los rumores. Entonces miraba con una furia homicida a la Laura. El único consuelo era imaginar de cuantas formas mataría a tamaña perra por tenerme ahí parado durante tantas horas. Si, porque yo jamás reconocería que el único culpable de mi desgracia era yo mismo. O mi libido que es más o menos lo mismo que yo.


20:00 hrs. y por fin se siente la música y el griterío que precede a la Niña –Arbol. Venía en un carro tipo Papamóvil, rodeada de unos tipos que se movían como condenados de acá para allá y de allá para acá. En la esquina de Moneda y Morandé, la estrella de la tarde se puso de pie por obra y gracia de los Liliputiences, que eran los que movían las cuerdas de la marioneta con gigantismo. Vestían un traje color escarlata que hacia perfecta combinación con sus rostros de color rojo-cágate-de-calor intenso. La pequeña gigante en verdad no era tan horrible como pensé. Tenía unos ojos preciosos. O al menos eso logre ver en los 15 miserables minutos que duró el show. Se recostó en una cama gigante, que bien pudo servirme para tirar a la Laura y darle allí una dosis de sexo violento, egoísta y misógino en castigo por tentarme, hacerme caer y luego desvanecer mis ilusiones so pretexto de cansancio y calor excesivo que ya comenzaba a esgrimir.


Solo y con la tranquilidad que me otorgaba el viaje de regreso a Batuco, en lo único que podía pensar era en que ojala apareciera un Indio Pícaro tamaño King Size y que le diera su merecido a la Francesita de madera. Y al rinoceronte activista. A ese también. Y ¿por qué no decirlo? también al zoológico completo.

Texto agregado el 03-02-2008, y leído por 766 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
04-02-2008 Excelente! Casi casi me metì en ese lugar tan caluroso a decirle cosas a nuestro hèroe, y què otra cosa iba a ser, que me da la razòn que dos tetas estiran màs que una carreta y que se aguantò todo con tal de ... bueno, lo narraste en forma muy picarseca y es muy agradable y humorìstica la lectura, me ha encantado. doctora
 
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