Nótese que la miro. Que sucedo instantáneamente en donde antes otros habrán sucedido. Fíjese que carezco de táctica y estrategia; que sin un lenguaje nuevo trato inútilmente de explicarle el consenso a que han llegado mis neuronas, incluyendo las que se alojan en el estómago y confundimos con estúpidas mariposas. Deténgase, míreme a los ojos y dígame si entiende los mensajes obsesivos que envío día con día a través de la telefonía móvil y el servicio de MSM. No se esfuerce en desentrañar los lenguajes extranjeros que de por sí vienen diciendo lo que usted no ha querido suponer (acaso yo también soy extranjero, extraño a este mundo). Invénteme una muerte, deje de pensar que yo la pienso y mejor pregúntese cómo es que la pienso, porque he de aclararle que mientras en la dendritas corren choques eléctricos yo estoy a punto de entrar en shock y padecer de algo parecido a una enfermedad incurable.

Nótese que yo la nombro, con otros nombres, en acrósticos, que si un día futuro algún investigador quisiera conocerme, se encontraría con un misterio al descubrir que su nombre está vertido de todas las forma posibles en mis textos. Reconozca que no he intentado deslizar una palabra siquiera acerca de lo indecible, todo se puede enunciar, luego, todo es posible.

Sí, pero no haga caso del aviso oportuno, en realidad, viera, no me pienso meter un tiro esta medianoche, aunque ahí diga lo contrario, présteme el periódico, ande, debió haber sido algún bromista. Pero sí, eso que dice al final es cierto, en efecto, yo a usted la necesito.