“El salón se hincha con el vapor de las bocas
las miradas congeladas cuelgan de la lámpara...” (Huidobro)



Un nido de afiebrados ojos se escabulle dentro del féretro para bendecir al muerto. En la noche, funerarios mozos se mezclan con las sombras para apaciguar aquellas almas. Yo sólo los observo desde la quietud de cuatro maderas oblicuas y alargadas. Detrás, el aire se ha enrarecido dentro de la sala; en un rincón, dos ancianas lloran al muerto; mientras los deudos relatan una misma historia. La luna entra de a pedazos por el ventanal para iluminar ese otro universo que hoy se extingue. Al amanecer, algunas sombras permanecen para besar ese frío rostro que a nadie se asemeja; el mismo que aún yace rígido y aburrido rodeado de mortales...

Ana Cecilia. ©