PUERTO RICO (2)
En Correos me atiende una empleada que, al notar mi español diferente, me da toda clase de información para mandar unas postales, me habla de su familia en España y noto la alegría de poder hablar con alguien que de algún modo está cerca de ellos.
Siento un cosquilleo especial cuando escucho su acento, entre andaluz y canario y me da por pensar en la trascendencia positiva de aquel descubrimiento allá por el mil cuatrocientos noventa y tantos. Siento que somos familia, familia síquica y de sangre, no en vano el lenguaje y la expresión de los sentimientos van tan unidos.
Pienso en los años de adhesión a EEUU y lo poco que han polucionado sus usos y costumbres, su identidad, salvo raras excepciones.
Mis anfitriones, Tana y Rodrigo, han proyectado de antemano cada uno de los días de mi estancia en Puerto Rico y al día de hoy le corresponde la visita al “Bosque Seco” y las vistas de la Bahía de Guánica, su pueblo.
Me cuenta Rodrigo que se llama “Bosque Seco” porque apenas llueve en esa parte de la isla y por tanto la vegetación es muy diferente a la del resto. Curvas y contra curvas de la sinuosa carretera costera nos acercan en múltiples ocasiones a la playa. Los cactus proliferan, así como el matorral y monte bajo. Llaman mi atención unos buitres negros que vuelan bajo, son más pequeños que los que conozco de mi tierra aragonesa, los buitres leonados, pero proliferan por toda la isla, debe ser que tienen comida abundante.
Llegamos a la que popularmente llaman “Playa de los patos”, playa poblada de arbustos y arena donde el género masculino se encuentra con los de su mismo género para sus escarceos amorosos entre la vegetación. Divisamos varios vehículos y, cuando damos la vuelta al coche para volver sobre nuestras ruedas, notamos que un coche nos sigue. Nos entró la risa y dedujimos que, como Tana está hundida en el asiento y no se le ve prácticamente, alguno pensó que íbamos en busca de plan. Nos pasó el viejo carro nos sin antes mirarnos bien las caras, seguramente no fuimos de su agrado porque unos metros más adelante paró y vimos por el espejo retrovisor que volvía hacia la Playa de los Patos. Lo cierto es que a nosotros tampoco nos gustó mucho su cara que parecía extraída de alguno de los cuentos del famoso marqués de Sade. Comentarios jocosos y risa a discreción, aunque sin vulnerar en absoluto el respeto que nos merece las opciones sexuales a las que cada cual se adhiera.
Fotos en playas vírgenes fuera de las rutas turísticas, vistas desde la altura de la gran bahía, tan pequeña que me parecía en el Google Earth. Es una zona de la isla en la que el turismo no ha hecho su aparición de manera ostentosa y los lugareños lo celebran, escuché en varias ocasiones al hijo de Rodrigo, firme defensor de la Naturaleza, los desvelos de la población por preservar esa parcela de la isla de la invasión que supondría para el mundo vegetal, terrestre y marítimo la creación de rutas turísticas.
Las gallinas y los gallos corretean por las veredas de la carretera comarcal picoteando aquí y allá y luciendo sus vistosos plumajes muy cerca de sus gallineros, Un Baobab centenario sujeta con sus gruesas raíces un pequeño promontorio de tierra junto al camino mientras su inmensa copa cubre de sombra protectora gran parte de la casa y toda la carretera. Un puente colgante, de verdad colgante porque está confeccionado con tablas en su paso, sólo para personas, que atraviesa un caudaloso aunque estrecho río y cuyos tirantes de gruesos cables son aguantados por sendas horquillas de hierro en cada una de las orillas del río, el amarillo y el rojo de sus barandillas y horquillas contrastan felices sobre el verde jugoso de las riberas y el agua.
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