Morí un 2 de febrero,
para nacer todos los días,
para expirar la vida.
Morí un 2 de febrero,
junto al nacimiento de mi madre.
Rodeado de ojos y manos.
entre ellos los de un neofito padre.
Morí con unos ojos llenos de vida,
con un dolor incesante.
Morí niño,
al segundo de vida,
con una sensiblidad crónica,
con una mirada profunda.

Morí un 2 de febrero,
para dejar la vida en mis versos
y dejar mis versos en la vida.
Para perderme en el silbido del viento,
para ser un epitafio vivo.
Para vivir el morir,
agonizando el sino.

Febrero dos:
Cuna y nicho del salmón.