Ana se bajó del tren sacudiéndose la tierra áspera de la ropa.Un rápido vistazo sobre el pueblo chato le sacó cuarenta años de encima;ahora sus ojos de ocho años miraban a su padre regalándole caramelos...una lágrima le cayó sobre la mejilla sucia...
El hombre detrás de ella la empujó suavemente para que bajara los escalones de metal,y la volvió a la realidad.
Caminó sobre el suelo de piedras tan conocido,tan querido ,de ese San Antonio pobre y hermoso que cobijó su infancia,miró esas caras curtidas que tan bien recordaba,y la alegría del regreso le llenó el cuerpo, tanto que la obligó a sonreír.
Allí estaba su lugar en el mundo, de donde nunca tendría que haber salido.
Sacó su cámara de fotos y apuntó directamente hacia El Terciopelo; el cerro brillaba bajo el sol como lo recordaba, con manchones marrones y dorados.Detrás,en una cima aplanada,estaba el cementerio.
Trepó un buen trecho por el camino en forma de caracol, y atravesó unos pilares derruídos,blanqueados con cal,que marcaban la entrada.
Las tumbas más recientes tenían flores de papel crepe de colores fuertes atadas en las cruces;a medida que pasaba el tiempo,el papel se volvía blanco;de chica imaginaba al cuerpo secándose al mismo tiempo que las flores.
Caminó despacio y sin hacer ruido,como se camina en esos lugares.El viento soplaba fuerte a esa altura,y un frío repentino le recorrió la espalda.
Frente a ella un montoncito de piedras marcaba una
sepultura. En la cruz gastada una foto con sus ojos de ocho años la miraban, y le daban la bienvenida. |