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Inicio / Cuenteros Locales / Lothmenel / II- la última de los perdidos

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Bueno, antes que todo, avisar que este, apesar de ser el capítulo I, en la continuacion de un Prologo, posteado con el mismo titulo, peo sin el II antes, asi que, porfavor, lean este antes que este, como es lógico... solo eso, espero que les guste!



Capítulo I= ¿Sueños?

Despertó agitada a mitad de la noche, con un nudo en la garganta.
La luz azul de la pantalla de éter alumbraba la habitación oscura, y el zumbido de los parlantes parecía ser el único sonido de aquella noche.
Sentía la boca seca y una extraña lucidez, a pesar de haber estado durmiendo un momento antes, y no podía desprenderse de la sensación de haber regresado, repentinamente, de un lugar muy lejano.
¿Qué había sido todo aquello?
El sueño había sido extraño, casi escalofriante, no solo por lo que había visto, sino también por que ella jamás soñaba, y esta vez había sido demasiado real. Había sentido, oído y pensado dentro de él, y no le agradaba que algo tan real pudiera habitar en su mente. Incluso ahora sentía el cuerpo cansado y el corazón acelerado, aquellas mismas sensaciones que momentos antes protagonizaban su sueño.

Meneó la cabeza y se inclinó sobre el velador para servirse un vaso de agua, pero se detuvo a mitad del movimiento, con una expresión rígida plasmada en el rostro.
Había sido solo un instante, pero hubiera jurado que el rostro pálido de un joven se había reflejado en el cristal de su vaso. Volvió a mirar detenidamente la superficie, pero había desaparecido.
Miró a su alrededor aprensiva, como si esperara ver a alguien a su espalda, y su expresión se volvió aun más preocupada al no encontrar nada; hubiera preferido identificar al dueño del rostro, al que no podía evitar buscarle un nombre, como si estuviera allí, en algún lugar de su mente, pero aquella información estuviera prohibida para ella.

-Dekan…- finalmente el nombre salió de entre sus labios sin que lo pensara, sobresaltándole, y se perdió en la oscuridad de la habitación.

Se estremeció bruscamente, con los vellos de su cuerpo erizados, como si el haber pronunciado aquel nombre hubiera transformado el sueño, de irreal, a real, sin traer nada bueno consigo.
Reposó el vaso sobre el velador, ya sin sed, y evito cuidadosamente mirar el cristal, mientras intentaba calmarse. Pensó que tanta aprensión se debía al cansancio y las pocas horas de sueño. Sin duda – se consoló – al día siguiente no recordaría nada y su vida continuaría igual de atareada que siempre; sin sueños extraños, sentimientos infundados, y por sobre todo, sin reflejos de rostros mortecinos.




- No creo que tengas que preocuparte, de verdad – La voz le hizo regresar de su ensimismamiento.

- No lo se… nunca había sucedido algo así, ya te lo dije – Respondió posando su mirada en el cuaderno que reposaba sobre sus piernas, para revisar los apuntes que había tomado durante la clase.

Acababa de contar a Yoshimy, su amiga, lo que había sucedido durante la noche anterior, y ella le daba su opinión, que hubiera sido la misma que ella misma habría dado si le hubieran contado algo como aquello.
Aquella mañana había despertado antes de tiempo, con un cansancio que le atontaba pero que no le permitía seguir durmiendo, y con el sueño aun fresco en su mente, como si recién lo hubiera tenido. Aparte de ello todo había sido normal. Había desayunado improvisadamente, caminado hasta el lugar donde tomaba sus clases, y luego de una agotadora jornada había salido a descansar un momento al parque que quedaba a solo un par de cuadras.

-¿Qué quieres que te diga, entonces? Ha sido solo un sueño, no te empeñes en transformarlo en una tragedia – El regaño no le tomó desprevenida, pues ya sabía que le diría algo así, por lo que no hizo más que encogerse de hombros y cambiar de tema.

-¿Tienes algo que hacer mañana? - Preguntó
- No… - su amiga hizo una pausa, y luego agregó – iba a salir con Jeremías, pero como terminamos…

-¿Qué? No me dijiste que…

-No tengo ganas de hablar de eso – Le cortó Yoshimy, mirando hacia otro lugar- Pero respondiendo a tu pregunta, no voy a salir mañana.

Danna miró a su alrededor, buscando una respuesta. ¿Por qué le había preguntado sobre qué haría el día siguiente? Su mirada se detuvo entonces en la pequeña laguna del parque.

-Quería saber si podrías acompañarme a un campamento durante la próxima semana… tenía pensado quedarme un tiempo junto al lago Talinay, y aprovechar de invitar a unos amigos, pero si no puedes…

-¡Claro que puedo! – La afirmativa la tomó por sorpresa, pues había esperado una negativa o cualquier clase de excusa que ayudara a su amiga a evitar acompañarle.

-¿Y ahora qué harás?- Pensó, observando el rostro entusiasmado de Yoshimy, mientras comprendía que, efectivamente, pasaría una semana en el lago.

-Justo lo que necesitaba- ironizó para si misma – Salir a un ejemplo de vida al aire libre y primitiva, cuando no puedo quitarme de la cabeza el maldito sueño medieval.

-Bien ¿Te parece entonces que nos juntemos en la estación al amanecer?- Preguntó.

-Me parece

-Perfecto – hizo una pausa, sin que se le ocurriera nada más interesante que decir – Muy bien, entonces, nos vemos mañana.

Danna se puso de pie, besó a Yoshimy en la mejilla y le dio la espalda, dispuesta a cruzar el parque y llegar al edificio de su departamento.
Los árboles flanqueaban el delgado camino y le hacían olvidar momentáneamente que estaba inmersa en una enorme e imponente ciudad. Parecía realmente milagroso que aun las aves anidaran en aquel lugar, y cantaran con tranquilidad, inconscientes del caos que, un poco más allá, era regla general.
Pensó en qué haría una vez llegara a casa. Tendría que organizar todo para el día siguiente; buscar la tienda de campaña, comprar alimentos, hacer una llamada a sus padres en el extranjero y averiguar una que otra actividad, para dar la impresión de que tenía todo planeado.


Al anochecer estaba todo preparado, pero Danna no podía quitarse de encima la impresión de que algo faltaba por hacer.
La pantalla de éter trasmitía las noticias de aquel día, y todo parecía indicar que había sido un día perfectamente normal para todos; sin sueños extraños ni presentimientos sin fundamento.
Durante la jornada se había encontrado con fragmentos de la noche anterior, reflejados en las ventanas y vasos, y ahora estaba cansada, sin poder quitarse de encima la sensación de que una vez cerrara los ojos para dormirse, no lograría despertar más, viéndose para siempre atrapada en aquel sueño tan lejano a la realidad, aquel sueño que no era más que eso; un sueño.

Apoyó la cabeza en su almohada, quitando la colcha para escapar del insoportable calor del verano, y miró el techo, en cuya superficie la proyección holográfica dibujaba pequeñas y brillantes estrellas, que lentamente se desplazaban, movidas por una fuerza superior.
Le gustaba tenderse allí a mirarlas, tranquilamente, aislada por las paredes de los ruidos de la ciudad y la vida nocturna, y disfrutar de lo que ya no se veía por las ventanas; las estrellas, apagadas por la luminosidad antinatural de los focos de millares de edificios.
Se sentía arrullada por las pequeñas lucecitas parpadeantes, como si tocaran suavemente una fibra muy en lo profundo de su mente, y le hicieran evocar un cálido sentimiento, que parecía dar cuenta que nada podría salir mal.
Lentamente Danna cerró los ojos, y se sumió en las profundidades de su mente.

***

-¿Qué haz decidido? – La pregunta le hizo abandonar su ensimismamiento y mirar distraídamente las estrellas plateadas que brillaban en el cielo, en busca de una respuesta.
-Iré al Sur, Sandor – Respondió al fin, con voz de haberlo decidido así hace mucho tiempo.
-¿Estás segura? Después de todo lo que ha sucedido, creía que hacia donde menos querrías ir sería hacia el Sur.
Lo miró un momento, con los ojos verdes ocultos tras la capucha, y asintió, como si hubiera esperado aquella respuesta.
-Necesito cobrar venganza antes de iniciar otro asunto… no podré quedarme tranquila si lo hago de otro modo.
-Pero no es solo eso, ¿no es así? – Insistió Sandor, mirándole con fijeza, pero ella, sin embargo, no le devolvió la mirada.
-Eso no es asunto tuyo – Dijo con voz tranquila, pero notoriamente amenazante- El hecho es que me marcho, y una vez hecho lo que tengo que hacer regresaré para continuar lo que hemos empezado.
-Tengo que asumir que no morirás, supongo.
-Es claro que no tengo intenciones de morir aun- Repuso ella, irritada.
-Lothmenel, Lothmenel… ¿Cuándo dejarás de ser tan confiada? Sabes que ello te llevará a una muerte segura – La voz burlona de Sandor le molestó, pero no respondió a la provocación, por lo que el hombre continuó – Recuerda esto; si no escucho hablar de ti en dos meses iré en tu búsqueda, y si estás viva, habrás perdido tu oportunidad de venganza, pero si haz muerto… me quedaré con tu espada, y no la devolveré a donde pertenece, aunque todos los demonios del reino me persigan…¿sabes lo que quiere decir ello, verdad?

Lothmenel asintió con los labios tensos, y acomodando la capa sobre sus hombros se dedicó a observar las nubes de vaho que nacían de entre sus labios agrietados y secos. Tenía mal aspecto, como si llevara muchos días sin dormir ni comer adecuadamente, y sus movimientos cuidadosos delataban heridas que recién comenzaban a sanar con lentitud, atadas a la debilidad de su cuerpo que no les permitía cerrar con rapidez.

-Partiré al amanecer – Anunció sin dar cabida a ninguna réplica.

Sandor, sin embargo, tan solo se limitó a observarla y asentir silenciosamente, dando a entender que había comprendido.
Estaba ya entrada la noche, aun más, pronto amanecería, y no tenía sentido ya discutir aquella decisión. Tal vez podrían tranzar algunos puntos de los planes que ya habían trazado, pero no había cabida para cambios mayores que aquellos.

-Me llevaré a la yegua… la mitad de los víveres que tenemos aquí, el arco pequeño que necesitaré más que tu… –Repitió Lothmenel en voz alta lo que ya hace horas que habían acordado, como si de aquel modo quedara completamente saldado- Tú, en cambio, viajarás a pie hasta el punto de reunión, con la otra mitad de los víveres y el medallón…

-¿Segura que quieres que yo lo lleve?

Lothmenel alzó la mirada bruscamente, como si le hubieran gritado algo muy ofensivo, y fulminó con ella al hombre de ojos pardos y largo cabello negro enmarañado.

-Es lo más seguro para todos, en caso de que me suceda algo.

- Creí que había quedado claro que no morirías, pero como sea, tú eres la que finalmente…

- Eso no cambia nada – Le cortó la joven bruscamente, incorporándose para recolectar sus escasas pertenencias y guardarlas en el bolso que llevaría mientras viajara- Ya es hora que parta; comienza a amanecer.

Sin más que decir cargó el bolso a su espalda y se apretó el cinto, mientras caminaba hacia la yegua azabache que pastaba a algunos metros de distancia. Palmeó suavemente su cuello y le susurró un par de palabras al oído. Sin apuro alguno puso los aperos a la yegua y ajustó las alforjas y la montura.
No tardó más de veinte minutos, y pronto estuvo lo suficientemente desocupada como para tomar su largo cabello castaño en una trenza improvisada, y acercarse una vez más al fuego casi extinto, como si deseara retener la mayor cantidad de calor en su cuerpo antes de partir; después de todo, comenzaba el invierno y con él las despiadadas nevadas que terminarían por quemar hasta el más pequeño atisbo de un pasto verde, o de exterminar a cualquier cosa viva que no estuviera lo suficientemente bien preparada para la fría estación.
En silencio casi ritual la joven recorrió el horizonte con la mirada deteniéndose en un par de lugares en un lejano valle en el que podría acampar al terminar la jornada siguiente.
Suspiró, permitiendo por algunos segundos que su mente se cobijara en sus recuerdos, y luego se volvió hacia Sandor, lista para partir.

-Hasta pronto, entonces… - Susurró alargando la mano para estrechar la que el hombre le ofrecía, y le dio la espalda.
Con serenidad montó a caballo y partió con un trote suave, acomodando su cuerpo al movimiento del animal, y bajó el rostro pálido y enfermizo, escondiéndolo bajo la capucha.

***


-¡Danna, despierta, ya llegamos! – Abrió los ojos repentinamente, mirando a su alrededor algo perdida.
El susurró de los motores del tren aun entraba por sus oídos, y por la pequeña ventanilla podía ver el paisaje boscoso y carente de intervención humana.
-¿Qué dices? – masculló adormilada, incorporándose en busca de su equipaje.
-¡Que llegamos a la estación! – La voz histérica de su amiga le hizo mirarla con curiosidad – ¡Apúrate o no alcanzaremos a bajar!
Danna miró un momento a su amiga, luego desvió la mirada hacia la ventanilla, y comprobó que, efectivamente, el tren se había detenido en la estación que les correspondía. No pasaron dos minutos entre que palideció y con rapidez inusitada tomó su equipaje de debajo de los asientos, y aferró a Yoshimy por la muñeca para que descendiera junto a ella del tren, el que en cuanto pusieron pie en tierra silbó y se puso en movimiento.
El aire estaba húmedo, y en el cielo el sol brillaba anunciando el medio día, golpeando fuertemente sus cuerpos poco habituados a su exposición directa. Los gruesos árboles se cernían amenazantes sobre ellas, y a un par de metros de distancia comenzaba la plataforma de lo que era una rústica estación, completada por una reducida cabaña en cuyas ventanas se pegaban los folletos turísticos.
Caminaron en silencio, cargando a sus espaldas las pesadas mochilas, y vieron un poco más allá, junto a la puerta de la cabaña, un grupo nutrido de jóvenes que conversaban animadamente, mirándoles fugazmente de vez en cuando. Les pareció que entonces detenían su conversación, y una de ellos se separó del grupo, acercándoseles con una sonrisa afable en el rostro.
- Disculpen, ¿son ustedes Danna y Yoshimy? – Preguntó, estudiando sus rostros.
Danna sonrió cómplice, mirando la expresión de desconcierto de su amiga, mientras se adelantaba riendo y abrazaba efusivamente al joven.
-¡Cuánto tiempo sin verte Leon! – Exclamó, mientras era elevada por los aires por su amigo - por un momento creí que no vendrías.
-¿Qué creíste que? – la voz incrédula de León le hizo sonreír una vez más.
-Olvídalo - respondió entonces, mirando entonces a Yoshimy que la observaba curiosa – mira, deja que te presente a Yoshimy, mi compañera de clase… ¿recuerdas que te hable de ella?
Entonces se hicieron los respectivos saludos, y pronto se unieron al grupo al que antes pertenecía a León, formado por jóvenes de distintas edades y gustos, pero todos allí por una misma razón; visitar el castillo de la región.
A su alrededor todo se reducía a espesos bosques, con suelos habitados por musgos y helechos. Y pequeños roedores que correteaban de un lugar a otro, atentos a la aparición de algún lobo, o tal vez un puma, que merodease el lugar en busca de alimento.
Recorrió con la mirada los bosques, con la creciente impresión de haber visto aquel lugar antes, y tropezó con un sinuoso sendero que se perdía entre los apretados árboles y que, supuso, conducía al lago.
Volvió la mirada a Leon, fijándose en su cabello corto y desordenado color ceniza, y en su piel tostada por sus largas caminatas y expediciones. Podía recordar con toda claridad como le había contactado el día anterior, y le había pedido que le ayudara a organizar un panorama para aquel día; la respuesta había sido pasmosa, le había dicho que estaba en el sector con su grupo de expedicionarios y científicos y que tenían planeado visitar uno de los castillos de las región que estaban cerrados al público.
No había comprendido lo que dijo luego, algo sobre una investigación y una leyenda, pero lo que importaba había sido dicho. Había hecho uso entonces de todo su encanto para convencerle de que le fuera a buscar a la estación y les acompañaran un par de días.
Leon era un tipo extraño – se dijo a si misma mientras le veía hablar con yoshimy, con aparente despreocupación – desde que le había conocido le había llamado la atención su constante interés por todas las cosas ocultas y legendarias. Se había pasado la mayor parte de su vida contactando descendientes de grandes personajes del pasado, e intentando verificar hasta la más fantástica de las leyendas, por lo que le había sorprendido que se mostrara interesado en ella tiempo atrás. Recordó como le había llamado, insistiéndole para que saliera con el, y los detalles que siempre le había preparado… eso, hasta que ambos habían tenido que viajar, y su relación se había transformado en una simple amistad.
Se encogió se hombros, como resignada a que aquello hubiera sucedido, y fijó su atención en el resto del grupo, todos ellos de piel tostada y rostros intelectuales, por lo que no tardó en tacharlos de científicos, historiadores, exploradores y todo tipo de personas que, como Leon, se apasionaba por lo inexplicable.
Miró por último a su alrededor, cayendo en cuenta en que el sol comenzaba a descender, y se volvió hacia Leon, dispuesta a hablarle.
-¿No sería mejor que nos llevaras al campamento? Luego podremos conversar todo lo que queramos… -Dijo, fijándose en el asentimiento de varios de los integrantes del grupo.
-Tan aguafiestas como siempre – Bromeó Leon y le sonrió divertido – Está bien, entonces ¿Ven ese sendero? Por allí caminaremos cerca de una hora, así que espero que sus mochilas no estén demasiado pesadas.
-¿Una hora? – La voz desfalleciente de Yoshimy hizo reír a unos cuantos.
-Debe estar bromeando Yosh – Le dijo Danna, a la que tampoco le agradaba caminar una hora por el bosque.
-No le creas – Repuso Leon, aun sonriendo, como si hubiera adivinado el pensamiento que cruzaba la mente de Danna – Pero si te cansas pásale tu equipaje a ella; cuando la conocí llevaba una semana en las montañas con el doble de peso del que lleva ahora, creo que nunca vi una mujer con tantas energías.
-Y por eso quedaste prendado a ella – Dijo Seiro, otro de los jóvenes de la expedición, con cierto dejo de burla.
-Eso era antes, ya superé el trauma – Contestó Leon, para luego hacerles señas para que le siguieran e internarse en el bosque.
-¡Nunca me contaste sobre él! – Le reprochó Yoshimy algunos minutos después, mientras caminaban esquivando árboles tras Leon.
Danna permaneció en silencio unos segundos antes de responder, mirando demasiado insistentemente la punta de su calzado.
-Supongo que no quería hablar de ello – Contestó al fin, apretando el paso mientras secaba unas gotas de sudor que caían por su rostro.
-¿y como es eso que le conociste en la montaña? No sabía que te gustara ir de excursión – Insistió Yoshimy, siguiéndole de cerca.
-Fue hace un año – Comenzó Danna, concentrándose en lo que iba a contar – Era uno de mis pasatiempos, ir hacer montañismo y luego regresar, nunca más de dos o tres días.
- Pero Leon dijo que llevabas una semana.
-Así es –corroboró, sonriendo vagamente – Cuando él me encontró llevaba una semana perdida; el día que partí hubo una tormenta, y cuando hallé una cueva nunca me fijé por donde había venido, así que luego no supe como regresar…
-¿te encontró?- Volvió a preguntar su amiga – Creí que se habían topado por accidente.
-Eso es lo que dice él – Inquirió Danna con expresión seria - pero aquella no era ruta de montañistas; nadie camina por allí por que hay demasiados barrancos, así que siempre he pensado que no fue mera casualidad que me topara con él, me estaba buscando.
-Pero no lo conocías.
-No
-Que raro
La joven asintió ante la afirmación de su amiga, pensando en lo que le había dicho.
Recordaba perfectamente la negativa de Leon cuando le había preguntado sobre lo mismo, y también recordaba como había esquivado su mirada cuando le contestaba.
Para ella era claro que mentía, pero ¿por qué? Nada de ello tenía sentido.

Para cuando llegaron al lago ya comenzaba a oscurecer – la caminata había durado más de cinco horas – y parecía como si a ninguna de los expedicionario les llamara la atención aquel detalle.
Una hora – pensó – sin duda ha sido la hora más larga de mi vida.
Un fogón había sido encendido y crepitaba furiosamente en el centro del campamento, que había sido levantado por el grupo, y cinco mujeres estaban sentadas a su alrededor conversando animadamente entre ellas.
Las tiendas habían sido armadas de modo tal que formaran un círculo, y contaban once en total, cada una con una capacidad no mayor a la de dos personas.
Más allá estaba el lago, de aguas verdosas, que serpenteaba entre un grupo de cerros cercanos, y parecía imperturbable, hasta que uno que otro pez rompía la superficie en busca de algún insecto despistado.
- No será necesario que armen la tienda, en dos de las nuestras sobra espacio, así que podemos ahorrarles el esfuerzo. Anunció Leon, y Danna le agradeció con una sonrisa, mientras se sentaba junto al fuego.
- Y dime ¿cuáles son las desocupadas? – le preguntó cuando fue a sentarse a su lado.
-La mía y la de Sarah – Dijo, y al notar la expresión de incomprensión de su rostro agregó – La mujer rubia de allí, ¿Ves?, los dos estamos sin pareja, así que dormimos solos.
-Ya veo –Dijo Danna, pegando los ojos en las llamas que danzaban sensualmente.
-Todavía no me haz contado lo que haces en esta región – Agregó la joven, en busca de suprimir el silencio que comenzaba a formarse.
-¿Recuerdas el castillo del que te hablé?
Danna asintió sin agregar nada, por lo que el joven continuó.
- La leyenda dice que pertenecía a una gran ciudad que había aquí en antaño, y que sus habitantes poseían habilidades extrañas… mágicas.
-¿Y quieres comprobarlo? – La joven lo miró incrédula, como si hablara de algo realmente absurdo.
-Así es.
-Creí que pensabas que esas cosas eran tonterías Leon, que las buscabas para desacreditarlas… siempre haz sido un realista.
-Bueno, eso era, pero la gente cambia Danna, eso deberías saberlo mejor que nadie.
- Lo se… pero esto… ¿Qué harás si es verdad?
-No se, tal vez le pida a algún sobreviviente que me enseñe algo, aunque creo que ya no queda ninguno con vida; fueron exterminados hace más de dos mil años.
Danna lo observó un momento, y sonrió para si misma, preparándose para oír lo que sería una larga charla sobre historia y leyendas, y una que otra discusión al respecto.
Desde que había conocido a aquel hombre había comprendido su pasión por lo inexplicable, y había sabido que nada le haría callar hasta que pusiera todos sus argumentos en la conversación, cosa que llevaba una considerable cantidad de tiempo.
Así pues, se envolvió en su chaqueta y se acomodó, pues sabía que aquella sería una larga noche.
-Entonces, ¿me contarás o no la leyenda que estás persiguiendo? – Preguntó, inclinándose hacia él para escuchar lo que tuviera que decir, sonriendo ante la expresión de complacencia que se dibujó en su rostro.
- Muy bien, como veo que insistes…
- Tu lo haz dicho – afirmó, mirándole a los ojos.
Leon la miró un par de segundos, y luego desvió su mirada hacia las estrellas con expresión lejana y soñadora.
-Todo comenzó hace más de cuatro mil años – Murmuró con voz grave, completamente concentrado en lo que contaba – en aquella época los hombres éramos más cercanos que ahora la Esencia de todas las cosas, y compartían algunos de sus secretos. En ese entonces habían comenzado a surgir numerosas razas que vivían separadas las unas de las otras para que no surgieran diferencias causadas por su naturaleza.
“Aquí en esta región, se cuenta, habitó una de las más poderosas razas, que poseían cuantioso conocimiento sobre el mundo, e intentaban estar en equilibrio con el. Hay quienes dicen que su poder provenía de algún tipo de magia que sabían ocupar, pero otros dicen que estaba dentro de ellos; en su sangre.”
“Fuera como fuera, eran ágiles como los felinos y fuertes, más fuertes que el hombre más fuerte de nuestros tiempos, y cambiaban.”
“No está muy claro lo que aquello quiere decir, pero aquellos que han estudiado el tema creen que transmutaban; que eran mitad animales y mitad humanos, y podían optar cuando lo desearan por una u otra forma.”
Leon hizo una pausa, como si pensara en como proseguir, antes de retomar la palabra.
- Como fuera, construyeron grandes ciudades y se dedicaron a cultivar las artes de guerra y las letras, hasta el día del Exterminio, en el que algo acabó con todos ellos, y tan solo quedaron los hombres que no eran más que eso; hombres, y se perdió el conocimiento sobre la esencia.
-Y tú quieres…
- Comprobar que todo aquello fue real.
Danna esquivó su mirada, en un intento de disimular su incredulidad, pero algo debió de traslucirse en su rostro, por que tras unos segundos Leon agregó.
-No espero que me creas, pero confío que mañana cambiarás de opinión… así como yo lo he hecho.

Hablaron durante un tiempo más, sobre lo que había hecho cada unos desde la última vez que se habían encontrado, pero pronto ambos se retiraron de junto al fogón y se fueron hacia su tienda.

***

Una niña pequeña, de largo y lustroso cabello castaño y ojos felinos que brillaban en la oscuridad, corría desorientada, con el terror a flor de piel y el cuerpo agitado.
A su alrededor todo parecía desmoronarse, y nadie se preocupada de ella; un millar de guerreros corrían hacia el muro, mientras ella buscaba los túneles que le llevaría fuera de la ciudad a medio destruir.
Por fin vió la gran puerta de hierro forjado, semiabierta, y la cruzó hundiéndose en la oscuridad, pero siguiendo la trémula y lejana luz de una antorcha.
El aire estaba viciado y húmedo, y no le permitía respirar bien, pero no se fijó en ello en ese momento.
Solo tenía que salir de allí, salir, y pedir ayuda.

***

Allí estaban frente a ella cuando abrió los ojos luego de algunos segundos.
Las enormes puertas del castillo, hechas con gran habilidad en hierro, se levantaban imponentes frente a ella, retándole a traspasarlas.
El castillo era enorme, con altas torres y ventanas curvas, que parecían ser el último legado de algo muy lejano.
Antes, cuando había mirado a su alrededor, había identificado milenarios árboles, pero le daba la impresión de que el castillo era anterior a ellos; no le parecía que fuera hecho para perderse entre árboles, aun más, si se concentraba lo suficiente, era capaz de trazar mentalmente una gran ciudad a su alrededor.
Pero ahora estaba allí, mirando las grandes puertas que crujieron fuertemente cuando alguien del otro lado le quitó el picaporte, y abrió una de ellas a medias para mirarlos con interés y curiosidad.
-El amo lo espera, señor Leon – la voz formal le hizo suponer que se trataría del mayordomo del lugar y sonrió sorprendida, mientras daba un paso para cruzar tras Leon el umbral de la puerta, en el que habían grabados en bajo relieve decenas de escenas medievales que llamaron su atención y que se detuvo a ver, con la creciente impresión, mientras más las veía, de que no debieran de estar allí.
- Estos grabados… - dijo, y el mayordomo se volvió a verla – no fueron hechos junto con el castillo, ¿verdad?, son posteriores.
El hombre le miró con curiosidad, como si pensara si es que alguien antes habría hecho una pregunta como aquella.
-Verdad – Confirmó al fin – Hace doscientos años el dueño del castillo las mandó a grabar, siguiendo fielmente el estilo de los otros grabados del lugar, pero veo que no fue lo suficientemente perfecto como para engañarla.
Danna asintió en silencio, conciente de las miradas impresionadas de Yoshimy y los expedicionarios, y continuó caminando, fijando la mirada en antiguos retratos y armaduras apostados a ambos lados del amplio corredor que se abría frente a sus ojos, que se bifurcaba más adelante en escaleras y pasillos, y en el que habían también hermosas puertas talladas, que imaginó, llevarían a hermosos salones.
El ambiente era solemne, y el aire que respiraba le parecía antiguo y fuerte, como si en él hubiera más que solo aire, aunque pronto desechó aquella idea, por considerarle ridícula.
Aun así, no pudo evitar sentir una insistente picazón en la nuca, como si le estuvieran observando, y notó como los expedicionarios hablaban entre ellos con apenas unos murmullos, como si no se atrevieran a hablar en alta voz en aquel lugar.
Oyó de pasada uno que otro comentario sobre las pinturas y famosos personajes, pero pronto apartó la atención al darse cuenta que se alejaban demasiado de sus límites de conocimiento, en cambio, junto a Yoshimy, se dedicó a mirar las joyas encuadradas en las paredes, admirando su hermosura y trabajo, pero manteniéndose en silencio, sin que se les ocurriera nada que decir.
Se fijó en el alto techo abovedado, y de pronto le gustó la elegancia de sus formas, sin necesidad de enormes frescos para mostrar magnificencia.
-Señores, Señoritas, si tuvieran la amabilidad de seguirme… mi amo los espera – La voz profunda del mayordomo volvió a sus oídos, luego de haber permanecido en silencio mientras los huéspedes apreciaban el lugar.
Hubo un murmullo general de asentimiento antes de que el mayordomo se diera por satisfecho y se pusiera en marcha con pasos largos y enérgicos.
Era un hombre entrado en años, de ojos azules muy claros, pálido, y con el cabello totalmente blanco. Las arrugas parecían haberse adueñado de su rostro, dándole cierto aspecto ancestral que combinaba con el lugar, pero, a pesar de su edad, se mantenía erguido y Danna tuvo la impresión de que su cuerpo delgado escondía músculos tensos y fuertes.
-Mi nombre es Feor – Se presentó, mientras giraba hacia la izquierda por un corredor sombrío – El señor me pidió que les entretuviera en el camino; tendremos que cruzar completamente el castillo antes de llegar donde él espera.
-¿A qué se refiere con entretenernos? – Preguntó uno de los expedicionarios, con rostro delgado, parecido a una rata.
-Supongo que con responder sus preguntas bastará – Dijo, y sonrió ante las miradas brillantes que se cruzaron – pero por supuesto, no podré responder a todo, aunque haré el esfuerzo.
-Podría partir por contarnos sobre como se construyó el castillo- Esta vez era Leon el que hablaba, mirando con interés creciente al anciano.
-No lo se- Un par de miradas de reproche se estrellaron contra Feor – por que el castillo estaba aquí mucho antes de la construcción de la ciudad Extinta, aunque si puedo decirles que desde hace cuatro mil años la familia de mi amo ha habitado aquí… y que en ese tiempo han sucedido muchas cosas.
-¿Cómo qué? – Esta vez era la voz interesada de Yoshimy la que preguntaba.
-Como guerras y torturas…; es castillo fue ocupado como lugar de reunión entre muchos grandes guerreros de la época, que resguardaban la tranquilidad, aunque sus nombres han caído en el olvidado para la mayoría de las personas, y son pocos quienes conocen su historia. Lamentablemente yo no me encuentre entre ellas, pero sin duda mi Amo sabrá decirles más que yo.
-Y en cuanto a la ciudad Extinta…- Comenzó Leon, esperando que el anciano continuara.
-Era un lugar esplendoroso, que albergaba seres extraños de una época extraña. Se ha hablado de magia y seres sobrenaturales, pero lo único que yo puedo decir de todo esto es que era un lugar hermoso y poderoso…
-…pero que fue destruido y arrasado para siempre en aquella época… y de donde nadie sobrevivió- Completó Danna, mirando distraídamente una armadura, sin pensar lo que decía – Se persiguió a todo aquel que hubiera mantenido relación con la ciudad, hasta que se transformó en una sola leyenda, y luego en menos que eso… fueron tiempos obscuros.
Exacto, tiempos oscuros – coincidió Feor, mirando inquisitivamente a la joven, sin pasar por alto las miradas curiosas de los expedicionarios, que le decían que nada sabían sobre los conocimiento de Danna – Bien, creo que no se mucho más sobre la ciudad Extinta que su compañera, ¿por qué no le han preguntado antes a ella?
Nadie contestó, y Danna se encogió de hombros perturbada, esquivando la mirada que Leon intentaba cruzar con ella.
¿Por qué diablos había dicho todo aquello? – La joven alzó los ojos hacia los altos vitrales, con el rostro pálido y la desagradable impresión de que aquellos sueños extraños estaban relacionados con todo lo que sucedía; sus impresiones repentinas, que comenzaban a inquietarle de manera importante.

El resto del camino lo hicieron en silencio, aunque de vez en cuando alguien hacía algún comentario aislado sobre las numerosas obras de artes o la originalidad de la arquitectura, pero se perdía en las altas bóvedas sin que alguien se animara a responder.
Nadie lo decía, pero silenciosamente todos coincidían en que aquel lugar, aquel castillo, no invitaba a la conversación. Tenían la sensación de que a través de los años terribles cosas habían sucedido en aquellos largos pasillos, y habrían asegurado que siniestros susurros aun rebotaban contra la piedra fría.
Los cuadros mostraban unos tras otros los dueños del castillo, todos serios y solemnes, hombres y mujeres, con una misma expresión enigmática mascada en el rostro, y aunque eran muchos los retratos, Danna pensó que debían de faltar, pues no eran los suficientes como para haber transcurridos cuatro mil años de sucesiones directas. Mentalmente decidió que probablemente más de unos se habría saltado aquella tradición de inmortalizar sus rostros jóvenes.

Al cabo de más o menos de media hora el grupo estaba cansado de recorrer pasillos sombríos, y sus bocas serias y tensas daban a entender que deseaban profundamente llegar a algún lugar, donde fuera.
Para aquel entonces acababan de subir unas largar y retorcidas escalinatas y se enfrentaban a un par de altas y elaboradas puertas levantadas hacia el final del pasillo.
Por primera vez en mucho rato vieron los rayos del sol colarse por amplios ventanales a ambos lados del corredor, por los que se vislumbraba el monumental castillo medio oculto tras los frondosos árboles milenarios, que parecían haber crecido sin orden alguno por todas partes, pegados a las gruesas murallas del castillo.
-Hemos llegado – Anunció Feor, mientras apretaba el paso y golpeaba la puerta ceremoniosamente – el Amo los espera aquí.
-Espero que no termine siendo un vampiro o algo así… - La voz aprensiva de Yoshimy le susurró al oído, haciéndole sonreír - …Con este castillo no me extrañaría…
-Bien, ahora lo sabremos – Dijo Danna, pidiendo a su amiga que callara con una mirada, mientras veía como las altas puertas se abrían de par en par, dejando ver un amplio salón bien iluminado por los gigantescos ventanales y amueblado por enormes libreros prolijamente ordenados.
El suelo había sido tapizado por una alfombra verde, y Danna no pudo evitar la fuerte sensación de estar parada sobre un colchón de musgo.
Junto a un ventanal frente a ellos, sentado en un sillón de cuero lustroso, había un hombre de rostro delgado y nariz afilada. Sus ojos eran como dos cuentas negras, y su cabello largo y negro caía descuidadamente sobre sus hombros. Repentinamente la joven se sintió fuera de lugar con su sencillo vestido veraniego y descuidado; aquel hombre parecía ser uno solo con lo que le rodeaba; pues todo en el era inevitablemente medieval, aunque podría haber sido un simple efecto del ambiente.
Vestía una holgada camisa blanca de lino, y pantalones negros afirmados por un elaborado cinturón del que colgaba un puñal, y sus pies estaban calzaos pro altas botas gastadas.

Texto agregado el 01-02-2008, y leído por 96 visitantes. (1 voto)


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