Un baño de inmersión casi en penumbras después de una tarde caliente con la amante de turno provoca un gozoso aflojamiento, un distendido sopor. Eso sí, siempre y cuando una esposa muy celosa y desquiciada no piense en asesinarlo a uno arrojando un artefacto eléctrico a la bañera. Por ahora, y mientras dure el corte, el sujeto del tercero dos salva el pellejo.
Más arriba, los escandalosos del quinto tres, que dirimen a los gritos sus diarias disputas, han encendido unas velas para ver, por lo menos, lo que cenan. Pero la iluminación tenue y las sombras que danzan al ritmo de las candelas consiguen, esta vez, que el hombre y la mujer suavicen el tono de sus voces, entrelacen sus manos y evocando quien sabe que mágica velada, brinden por ese momento dichoso.
Mientras tanto, hace calor y está muy oscuro en el cubículo detenido entre el primer y segundo piso. El muchacho del séptimo dos siente el perfume penetrante de la rubia -a la que ha cedido el paso, caballero, al ingresar al ascensor- desde hace varios minutos. Y no lo puede evitar: aprieta la nalga de la cuarentona, que gira su cabeza sin pronunciar palabra, invitando a algo más. En un segundo, cuatro manos hurgan bajo la ropa y el deseo se abre paso con la ayuda de labios y lenguas.
Al mismo tiempo, la niña del sexto uno se aburre en su dormitorio, iluminado sólo por la luna llena. Pero la pequeña diosa invoca a su imaginación, que acude presurosa como siempre. Sus muñecos reciben, entonces, el soplo de la vida y comienzan a divertirse con ella: brincan en la cama, trepan por las cortinas, juegan a las escondidas en el placard.
En esos precisos momentos, en el octavo seis, una avinagrada señora lamenta perderse el capítulo final del culebrón nocturno -¿se casará finalmente la dulce morena con el galán carilindo?-, único y módico oasis en el largo páramo de su existencia. Furibunda, la vieja marca el número de la Empresa e increpa a cuanto empleado le presta oídos, exigiendo el retorno del fluido eléctrico. En el instante en que ensaya el último insulto -¿milagro, casualidad, destino?- la luz … la luz se hace.
Y entonces, mientras la tragedia se desata, los recuerdos se desvanecen, la pasión se encadena y la fantasía se pierde, entonces alguien pone a todo volumen ese viejo, nostálgico tema que tanto nos gusta. Y se escucha, escuchamos, una voz que nos canta aquello del rico que vuelve a sus riquezas, el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas, mientras esperan, esperamos ansiosos, ilusionados, el próximo corte.
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