Miraba la lapida con tristeza. ¡Cuántas cosas podía decir una fría piedra en un momento determinado! ¡Cuántos recuerdos en unos pocos segundos!
Se sentó en el húmedo suelo sin dejar de mirarla. Apenas podía leer el nombre grabado en ella, casi estaba borrado por el paso del tiempo pero, tampoco le hacía falta, sabía su nombre a la perfección. Todavía podía ver su cara; ¡Tan familiar!
Le recordaba como siempre había sido: Travieso e inquieto de niño; divertido y luchador de joven y, un pensador incansable de adulto.
Le había visto en miles de situaciones y, en todas ellas, se podía adivinar la pureza de sus sentimientos y la nobleza de su alma. Siempre dispuesto a echar una mano al amigo, siempre dispuesto a sacrificarse por lo que ordenaba su corazón, sin pensarlo, sin meditar si estaba bien o mal o si le perjudicaba a él mismo, simplemente estaba como el gran amigo que era, para lo que hiciera falta.
En algunas ocasiones decía, que le parecía como si una mano oculta e invisible estuviera pendiente de él, siempre al acecho, destruyendo lo que él quería hacer en cada momento, como si le estuviera poniendo a prueba cada minuto de su vida, aunque no sabía por qué. No es posible — se decía — que las cosas que emprendo sin el más mínimo deseo personal salgan mal y que, si las hiciera otro con ánimo de lucro, le saldrían bien. Siempre ha sido así — decía—.
Podía ver su cara aún, con esa sonrisa que te llenaba el alma de vida, con sus palabras de aliento y que en sus últimos días, no tuvo para él. Sabía llevar el dolor dentro de sí, oculto a los demás —para qué sufrir dos, si puedo hacerlo yo solo— decía en multitud de ocasiones.
¡Cuántos recuerdos con solo mirar esa lápida! Fría como el hielo pero con un calor interno que podías percibir, como si todavía estuviera ahí, mirándote, regañándote como solía hacer si te veía triste o con problemas, llorando contigo en los momentos que más falta te hacía, ¡Siempre estaba él!
Volvió a mirar el nombre grabado en la piedra, estaba borroso, habían pasado muchos años aunque para él, apenas habían sido unos cuantos minutos.
No le hacía falta leer ese nombre.
Era el suyo propio.
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