LA SOPORTABLE LEVEDAD DEL SER
(Narración) fragmento de Sin embargo sigo aquí...
DANIEL O. JOBBEL
Sigo aquí, ¿y qué contar?, si nací sin historias. Somos del almacén donde casi todo se vendía suelto, de la embotellada leche ‘upar’. Del dulce de leche en pote de cartón. De las raciones de azúcar en bolsitas de papel. De los escarpines tejidos a mano. De alguna aventura indecisa. Del beso escondido a la vecinita de enfrente que me tenía loco de amor. De algún escalón mal pisado o mal dado. Pero con gusto. Somos de la época del Winco y el 'elepé' y los 45 rpm. De las peñas y las guitarreadas con Sui Generis, el flaco Spinetta y Pappo, y el folclore de Atahualpa. Spinetta…Spinetta me suena- recordó José Luis Cabrera. Chofer. Adicto a la lombriscultura. Spinetta. Algo me trajo a cuento. "Spinetta.Trabajamos juntos en el 54. No, no. Compañeros de conscripción. Spinetta. Escuela de Infantería Sargento Cabral. Campo de mayo, 1950. Año del Libertador General San Martín. [...] -¿Lo conocés?- preguntaba una piba. No, debe ser otro. El de ahora canta con la voz finita, como Rosita Quiroga..., ¿Rosita Quiroga con guitarras eléctricas, Y flores en el ombligo?...”, misceláneas que me cede mi amigo Pedro Orgambide. Un verdadero racimo de historia de nuestra época. Pero, a ver. Creí ser un tipo más astuto, cool, como para tener esta puta crisis de los cuarenta y pico. No se siente ni se ve como una crisis de las que están teniendo los amigos míos, yo que se, ellos se están separando quieren largar todo a la mierda, se encaprichan con comprar un auto rojo cero, y se tiñen el pelo o se rapan y se ponen aritos en las orejas. Explico. Es un embole todo esto. En las llamadas crisis de la mediana edad se ponen en evidencia los síntomas de un malestar ante el balance de donde se ha llegado a nivel vital. La inconformidad de lo que se es hoy en día. En otras palabras la crisis de los ’40 es sobre lo que uno hizo o lo que dejó de ser para ver lo que es ahora. ¿Conclusión? Se a lo que voy. Quizás usted no esté de acuerdo. ¿Pero estoy conforme con quién soy? Lo que pasa es que tengo una ensalada con todo esto, lo que hice, no hice, y adonde llegué que ni Freud o Lacan tendrían condimento para mi agape. No entenderían. No te rías 'chabón' que de esto hay para rato. Ya sé que es filosofía barata de café y edulcorante. No azúcar. Edulcorante. Lo que se usa. A ver.
Rellenaría con gusto los vacíos sordos en que a veces caemos y no sería tonto preguntarnos por ciertos rasgos dibujados en expresiones de disconformidad y de rebelión que teníamos en esos tiempos cuando Orgambide retrataba a Spinetta. Un cierto misterio de lo sospechoso. Disfruté hasta la última gota, tratando de escuchar en el fondo, donde se pierden las miradas, tal vez el desprecio/admiración de aquellos extraños que pasaban escrutándonos cada milímetro de pelo. Pero me sentía feliz de ser así: una mezcla de rebelión y bohemia, sabiendo que donde estuviera yo, alguien se quedara pensando: “este tipo tiene cara de”… y sí, claro, de romper moldes, un rompe bolas intelectual, un sedicioso cultural en potencia, con cara de Filosofía de boliche y Letras de la calle. Colgaba mi languidez de todos los días en el placard, crecía con una especie de soberbia idealista. Soñábamos con una utopía. Un mundo mejor. Hubiera podido luchar hasta con dragones mitológicos y salir vencedor, por el solo hecho de seguir respirando. No he escrito aquí por ocupar el lugar de nadie. Mi retórica se adormece y brilla, y es el fulgor de un fragmento de vida, y es, el rumor de un recuerdo, ronroneo de una época.
¿Qué contar? Por ejemplo: Anduve del brazo con las señoras decentes, flacas lánguidas con su Chanel Nº5 en el escote, de pelo al spray, buenas amantes de la cocina a fritanga, quienes llevan a su vez un dolor mustio: se han divorciado, algunas han sido golpeadas; fueron humilladas o perdonadas, alejadas del hogar con cartel promisorio que dice: Felicidad. Y lejos del jefe de la casa que esperaba que destruyeran a los bolches, esos petisos de bigotitos con anteojos oscuros que de impotente inflaban el pecho en los actos patrios, con sus hijas bulímicas y sus perras melosas, disecadas que solían pasear por la plaza.
Algo tenemos por ocultar entre las ropas, bajo ellas, en el forro, en las manchas que el tintorero borra, anónimo y cómplice ¿Quién no tuvo en sus bolsillos el carnet de adscrito al club de los idiotas? ¿O quién no tuvo agachadas, o "fue para atrás" con uno mismo? ¿O quién no desconfió de alguien solo por su aspecto? ¿A cuántos dejaron afuera de un boliche por portación de cara? Quiero mostrar el complejo de inferioridad y la culpa secreta que da haber estado en la pavada. En el medio de algo, al borde del camino. Me parece que es importante rescatar al hijo de la pavota de mi generación con algo de culpa, ¿qué hicimos?, ¿dondé estuvimos?; porque tampoco somos los yuppies frívolos de los noventa, soberbios, carniceros del dinero, asesinos de la miscelánea. Algunas cosas buenas tenemos: somos más tolerantes y menos maníqueos, entendemos que no hay malos y buenos. ¿Qué quiero decir? Satisfacción, vergüenza, honestidad. El Ser honesto hoy quizás se perdió. Ante valía la palabra. Se decía "es hombre de palabra". Basta para confiar. Hoy borrar con el codo parece imprescindible. ¿Por qué? Por ese individualismo caníbal del mundo consumista. Existe en esto quizás la confesión de culpa anochecida ante algún amigo, como José Luis, o la hipnosis compulsiva de una terapia vernácula.
Sin embargo sigo aquí llevando el peso de mis secretos en mochila bien cargada de hiel y escarnio, en mis omóplatos pesa la desdicha de algún amor y la esperanza de un miserable. Y no es pena por lo perdido amigos, juro que no. Es estar en la búsqueda de una identidad que nos defina. En esta soportable levedad del Ser debo confesar: me he acostado con mujeres indebidas, a una de ellas hasta le robé la candidez y otras la vergüenza. Dirán que no es nada, que es poco. Le esquivo al rezo y al rosario. Me asumo pecador, entre otras debilidades, que no vienen al caso enumerar. Poseo un apetito desordenado, desde la comida al sexo: con esto concluyo que de los siete pecados capitales hay confusión histórica, que no vale la pena ahora aclarar. Me dirán agnóstico de morondanga, pero con comunión. Soy bestia de canto, siempre toco y nunca bailo con la más linda, pues no se bailar. Siempre me tocó aguantar con la más fiera. Sufrí amores a rabiar con doncellas confundidas; con maduras remilgadas que rindieron culto a sus cirugías y a prolijas extensiones tipo chica Para ti; mientras los cantores de bodegones rumiaban sus melodías, engominados con aceite de ricino y remaches en los dientes amarillos de tanto fumar. Entre tragos almibarados por la nostalgia y el alcohol he visto vencidos: a los fracasados, los exististas, los bribones en un país negrero, junto con los cómicos de cuartel, los libretistas de esos discursos y sus odaliscas que bailaban, con sus manzanitas al aire, en los programas de una sociedad muy particular y machista.®
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